Con temor a un enfrentamiento directo, Estados Unidos e Irán combaten a través de sus fuerzas delegadas
Irán quiere mostrar su fuerza sin enfrentarse directamente a Estados Unidos o Israel, pero esa estrategia cautelosa está sujeta a errores de cálculo por parte de todas las partes
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BAGDAD.- Entre todos los temores a que un brote de enfrentamientos en Medio Oriente que pudiera arrastrar a Estados Unidos, Israel e Irán a un combate cara a cara, un rasgo curioso del conflicto es el cuidado que los involucrados han puesto hasta el momento para evitar que sus fuerzas entren en contacto directo.
Pero según los diplomático europeos y norteamericanos, nadie sabe hasta cuándo durará la voluntad de seguir esquivándose. A 100 días de iniciado el conflicto, la evaluación que hacen los principales actores involucrados es que Irán ha alentado a sus fuerzas delegadas para que le generen problemas a las milicias norteamericanas y para generar presión en Israel y Occidentes desde Irak, Siria, el Líbano y las rutas marítimas del Mar Rojo, evitando hasta cierto punto una provocación que desencadene una erupción de violencia.
Es un equilibrio sobre la cuerda floja, plagado de señales sutiles, ataques y amagues, y acciones que pueden negar haber cometido. La evidencia de esa cautela se manifiesta en detalles, pero está por todas partes.
Aunque en las últimas semanas Irán ha escalado drásticamente su producción de uranio -renovando el temor de que esté acelerando otra vez su capacidad de fabricar armas nucleares- el gobierno de Teherán se ha cuidado de mantenerse justo por debajo del umbral de combustible necesario para fabricar bombas: es la línea roja que podría desencadenar una acción militar de Occidente contra sus instalaciones nucleares subterráneas.
El 2 de enero, cuando Israel atacó un suburbio de Beirut para matar a uno de los líderes de Hamas, organizó un ataque muy preciso para evitar daños a los combatientes cercanos de Hezbollah. Fue la manera de Israel de dejarle en claro a ese grupo terrorista financiado y armado por Irán, que no tenía ningún interés en intensificar los ataques de represalia en la frontera sur del Líbano. (Seis días después, Israel mató a Wissam al-Tawil, comandante de la fuerza de élite de Hezbollah y su oficial de mayor rango asesinado hasta ahora.)
Y hace unos días, cuando Estados Unidos destruyó las instalaciones de lanzamiento, los radares y los depósitos de armas de los hutíes en Yemen, atacó de noche, después de telegrafiar claramente sus intenciones, y evitó atacar a los líderes hutíes que están detrás de los ataques a los barcos cargueros que circulan por el Mar Rojo.
Por muy contento que esté el gobierno de Irán removiendo el avispero en Medio Oriente, una guerra total no favorecería en absoluto los intereses de un país cuyo líder supremo tiene problemas de salud y que en los últimos años ha vivido protestas multitudinarias. Lo que más le importa al gobierno de Teherán es la “estabilidad del régimen”, apunta Ryan Crocker, exdiplomático norteamericano.
Estados Unidos, por su parte, también ha hecho esfuerzos de mantener contenidos los enfrentamientos.
Pero la historia norteamericana está repleta de ejemplos de esfuerzos fallidos por mantenerse al margen de conflictos fuera de control a medio mundo de distancia, como quedó claro con la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en 1917, la Segunda Guerra Mundial en 1941, Corea en 1950 y Vietnam, gradualmente, en la década de 1960. Los accidentes, los asesinatos, los barcos que se hunden y un sistema de guía que falla pueden alcanzar para socavar la estrategia mejor planificada.
En Ucrania, sin embargo, a casi dos años de iniciada la guerra, ese tipo de restricciones tácitas ha funcionado, incluso para asombro de los colaboradores más cercanos del presidente Joe Biden. En un principio, Biden les ordenó a los militares que hicieran todo lo posible para apoyar a Ucrania, haciendo todo lo posible por evitar un enfrentamiento directo con las fuerzas de Rusia, ya sea por tierra, aire o en aguas del Mar Negro. También dio la orden de que los ucranianos no utilicen armas de fabricación norteamericana contra objetivos dentro del territorio ruso, aunque sigue preocupando lo que sucedería si un misil ruso alcanza un país fronterizo con la OTAN.
Pero Moscú y Washington tienen una historia de casi 80 años de “enviarse señales” de Guerra Fría, que tras la crisis de los misiles con Cuba, dejó muchas líneas de comunicación abiertas. Con Irán, sin embargo, no existe ni la historia ni una comunicación directa que pueda garantizar que la escalada controlada siga, efectivamente, bajo control.
La evaluación de los funcionarios de inteligencia norteamericanos sigue siendo que Irán no está interesado en una guerra más amplia, por más que haya alentado las operaciones hutíes en el Mar Rojo. Argumentan que el único propósito de las fuerzas delegadas de Irán es encontrar la manera de golpear a Israel y a Estados Unidos sin desencadenar el tipo de guerra que Teherán quiere evitar.
Según las mismas fuentes de inteligencia, no hay evidencia directa de que la dirigencia iraní –ya sea el comandante de la fuerza de élite Quds o el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei– hayan ordenado los recientes ataques hutíes contra barcos cargueros en el Mar Rojo. De lo que no hay duda es de que Irán ha apoyado las acciones de los hutíes, y las evaluaciones de inteligencia sostienen que para el gobierno de Teherán la escalada de ese conflicto aumentará los costos para Occidente, sin que se corra el riesgo de una guerra más amplia.
Según la Casa Blanca, la información que ha desclasificado recientemente demuestra que Irán le suministra armas a los hutíes, pero que los hutíes parecen cada vez más capaces de fabricar sus propias armas, incluidos drones ensamblados a partir de piezas compradas a China y otros países. Además, los norteamericanos creen que hay barcos y aviones iraníes que les proporcionan datos de objetivos a las fuerzas hutíes. Pero los servicios de inteligencia norteamericanos creen que los hutíes son una organización independiente y que Irán no dicta el día a día de sus operaciones militares.
“El gran interrogante es hasta qué punto las acciones de estas fuerzas delegadas son dirigidas por Irán y en qué medida son iniciativas propias” apunta Crocker, prestigioso exdiplomático norteamericano destacado en países como el Líbano, Irak, Afganistán y Pakistán.
Crocker cree que a la hora de proyectar una imagen de poderío en la región, Khamenei es incluso más eficaz que su predecesor, o que el régimen del shá de Irán. Sin embargo, para el veterano diplomático, la pregunta sobre el grado de involucramiento directo de Teherán sigue siendo una incógnita.
Los diplomáticos de Medio Oriente dicen que les preocupa que el gobierno de línea dura de Israel esté mucho menos involucrado en contener el conflicto con Irán que el gobierno de Biden. De hecho, algunos de esos diplomáticos especulan que tal vez Israel crea que atacando a las fuerzas delegadas de Irán podría arrastrar a Estados Unidos a una participación más directa en el conflicto.
“Irán ha tratado de internacionalizar el conflicto”, señala Sanam Vakil, un experto en Irán del centro de investigaciones londinense Chatham House. “Para Irán, la línea roja es su frontera, o sea que en este momento está muy dispuesto a apostar a un conflicto en la región, pero no en su propia casa”.
Por David E. Sanger, Julian E. Barnes, Vivian Yee y Alissa J. Rubin
Traducción de Jaime Arrambide
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