Con o sin Bolsonaro, la extrema derecha pisa fuerte y llegó para quedarse en Brasil
Los expertos señalan que este fenómeno tiene fuertes raíces desde hace décadas en el país y que su discurso recuperó visibilidad y vigencia con el presidente
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RÍO DE JANEIRO.- En abril de 2011, el grupo neonazi White Pride World Wide organizó una manifestación en el Museo de Arte de San Pablo (MASP) para expresar su apoyo al entonces diputado Jair Bolsonaro, cuando nadie en Brasil imaginaba que siete años y medio después ese mismo diputado sería elegido Presidente.
Para académicos brasileños que en los últimos años se dedicaron a estudiar el crecimiento y fortalecimiento de la extrema derecha en Brasil, el acto en el MASP es considerado clave para entender un fenómeno que, coinciden todos, llegó para quedarse.
Con o sin Bolsonaro, la extrema derecha pisa fuerte en el país. Algunos de los académicos que vienen siguiendo su evolución crearon recientemente el Observatorio de la Extrema Derecha de Brasil, dedicado a estudiar una corriente política que hoy, en gran medida, se siente representada por Bolsonaro. Pero está claro, afirman sus miembros, que seguirá existiendo y generando ruido en la política nacional si el jefe de Estado, por alguna razón, decidiera no presentarse en las elecciones de 2022 –hipótesis que viene circulando con cierta intensidad en algunos ámbitos políticos– o, en otro escenario posible, fuera derrotado en las urnas.
El coordinador del observatorio es Odilón Caldeira Neto, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Federal de Juiz de Fora, en el estado de Minas Gerais. En entrevista con LA NACION, el especialista dijo que “el neonazismo brasileño surgió con fuerza a partir de la transición democrática [iniciada en 1985] y tiene muchas facetas”.
“Brasil no es parte, apenas, de un fenómeno que incorpora elementos de una agenda internacional de derecha. Existe una historia de la extrema derecha brasileña. Incorporamos, pero también exportamos elementos propios”, explica Caldeira Neto. Para el profesor, el movimiento liderado en los Estados Unidos por el expresidente Donald Trump, idolatrado públicamente por Bolsonaro, es “solamente el capítulo más reciente de un fenómeno más amplio, que en Brasil tiene elementos autóctonos”.
Su colega Michel Gherman, coordinador del Núcleo de Estudios Judíos de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), comparte esta teoría y enumera algunos de los factores que hacen que en Brasil la extrema derecha haya calado tan hondo: “El fortalecimiento de la izquierda y la necesidad de destruirla; la implementación de los llamados cupos raciales, por los cuales, en 2020, hubo, por primera vez, más estudiantes negros que blancos en las universidades federales brasileñas; y el deseo, por parte de esta nueva derecha, de reescribir el pasado de Brasil, eliminando, por ejemplo, cualquier sentimiento de culpa por los largos años de vigencia del sistema de esclavitud”.
El profesor de la UFRJ recuerda que “el nazismo y los movimientos de extrema derecha en general tienen una idea central que es el resentimiento. La convicción de que las personas podrían ser mejores si no fueran los otros, los negros, los judíos, los homosexuales, las mujeres”. La llegada de Bolsonaro al poder hizo, según ambos especialistas, que movimientos que empezaron a mostrarse públicamente hace alrededor de diez años se sintieran empoderados.
Datos de la ONG Anti Difamation League (ADL) muestran que entre 2018 y 2022 los casos de antisemitismo en Brasil aumentaron más de 300%. En el mismo período, el número de grupos neonazis creció 90%. “Esto no empezó con Bolsonaro, y no va a terminar el día que se vaya del poder. Lo que queremos estudiar en el observatorio es cuáles son los modelos de extrema derecha que Brasil ya está exportando a otros países de la región, como Chile y la Argentina”, dice Caldeira Neto.
La antropóloga Adriana Dias, de la Universidad de Campinas (Unicamp), hace un monitoreo permanente de agrupaciones neonazis en Brasil y según sus investigaciones actualmente existen 50 grupos y 530 células (integradas por personas que están en la misma ciudad o municipio) dispersas por todo el territorio nacional. En 2019, año en el que Bolsonaro asumió la presidencia, el número de células era de 334. En tres años hubo un aumento del 158%.
Otra ONG que está muy atenta al aumento de grupos que diseminan discursos de odio en Brasil es SaferNet. En 2019, según sus registros, fueron recibidas y procesadas 1071 denuncias anónimas de expresiones neonazis en redes sociales brasileñas, algo que, si detectado, puede ser objeto de una denuncia penal. El año pasado, fueron 9004 denuncias. Se percibe, sostienen los especialistas, una radicalización del discurso de odio, en gran medida, incentivada por el presidente y sus seguidores. Todos estos grupos se mueven en la llamada deep web, donde las leyes brasileñas no los alcanzan. La ley 7716, aprobada el 5 de enero de 1989, considera crímenes fabricar, comercializar, distribuir o hacer circular símbolos, emblemas o propaganda que utilicen símbolos nazis.
La historiadora Ana María Dietrich, de la Universidad Federal del ABC, de San Pablo, escribió hace algunos años el libro Nazismo tropical, en el cual revela que, fuera de Alemania, la mayor sede del Partido Nazi existió en Brasil, entre 1928 y 1937. El partido brasileño estuvo presente en 17 estados del país. Los lemas del Partido Nazi penetraron, según otros estudios, en el mundo militar en las décadas del 60 y 70, por ejemplo en la Brigada Paracaidista del estado de Río de Janeiro, por donde pasó, entre otros miembros de su gobierno, el presidente Bolsonaro.
Para muchos especialistas, el jefe de Estado activó un imaginario social que ya existía en Brasil y que muchos académicos e intelectuales jamás identificaron. La sorpresa por la elección de Bolsonaro en 2018 llevó muchos de ellos a estudiar y tratar de entender lo que había pasado en el país. Hoy, la conclusión casi generalizada es que la extrema derecha siempre estuvo presente, pero durante mucho tiempo no tuvo un líder que la representara y le permitiera salir a la luz con la fuerza que lo hizo en las últimas elecciones presidenciales.
Bolsonaro aún es visto como líder de todos estos movimientos, pero la extrema derecha brasileña parece ir mucho más allá del presidente. Para algunos, el exministro de Justicia Sergio Moro, ya en campaña para las elecciones de 2022, podría pelearle el liderazgo a Bolsonaro.
El exjuez del Lava Jato viene ampliando sus apoyos en el mundo de la derecha, incorporando a su equipo militares que estuvieron con Bolsonaro, entre ellos el general Carlos Alberto dos Santos Cruz, que se fue del Palacio de Planalto cinco meses después de iniciado el gobierno, por discrepancias con uno de los hijos del presidente.
La expectativa de Moro es que otros militares también se unan a su campaña y con eso generarle un daño considerable a la base de apoyo del presidente. Moro también tienen buena llegada al mundo financiero, cada día más insatisfecho con la gestión del ministro Paulo Guedes y, por lo tanto, del gobierno Bolsonaro.
El exministro no hace cualquier mención a grupos neonazis, pero los que lo conocen aseguran que su ambición de poder es gigantesca y podría llevarlo a adoptar un discurso más extremista, si su cálculo político indicara que volcarse más a la extrema derecha podría beneficiarlo. La semana pasada, Moro dijo: “Vamos a valorizar las Fuerzas Armadas, debemos respetarlas como institución del Estado y jamás utilizarlas para promover ambiciones personales o intereses electorales. Las Fuerzas Armadas pertenecen a los brasileños y no a un gobierno”. Un mensaje directo al jefe de Estado, que, al día siguiente, declaró que los militares “representan la seguridad de que podremos, sí, soñar con días mejores”.
Hoy nadie duda de que la derecha y la extrema derecha son fuerzas de enorme peso en la política brasileña. Con Bolsonaro se animaron a expresar sus ideas públicamente y nada parece indicar que ese fenómeno que tomó a muchos por sorpresa en 2018 se haya debilitado o, aún más, pueda desaparecer. Más bien todo lo contrario.
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