¿Con nosotros, con ellos o con ninguno?: el gran dilema de la Segunda Guerra Fría
Aunque los principales antagonistas en el orden global sean los mismos -Estados Unidos, Rusia, y cada vez más, China-, el rol del resto del mundo ha cambiado y muchos países se niegan a elegir un bando
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BANGKOK.- En medio del resquebrajamiento de las alianzas tradicionales alrededor del mundo, el Ejército Real de Tailandia —el socio en materia de seguridad más antiguo de Estados Unidos en Asia— salió a pescar con mediomundo.
Este año, con el mundo en vilo por la invasión de Rusia a Ucrania, los soldados tailandeses recibieron a las tropas norteamericanas del Cobra Gold 2022, los ejercicios militares anuales que representan la mayor demostración de poderío militar de la región Indo-Pacifico. Un par de meses antes, el ejército tailandés participó de Shared Destiny, simulacros de acciones de pacificación organizados por el Ejército Popular de Liberación de China. Y en 2020, los tailandeses llegaron aún más lejos: firmaron un acuerdo para que sus cadetes reciban entrenamiento en la Academia de Defensa de Moscú.
Suele decirse que el paisaje geopolítico que deja la invasión a Ucrania es como una Segunda Guerra Fría. Sin embargo, aunque los principales antagonistas sean los mismos —Estados Unidos, Rusia, y cada vez más, China—, el rol del resto del mundo ha cambiado, y se reconfiguró el orden global que había regido durante más de 75 años.
Los gobiernos que representan a más de la mitad de la humanidad se han negado a tomar partido, evitando la fórmula binaria de “ustedes contra nosotros” que caracterizó gran parte del periodo de la Segunda Posguerra. Este mes, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas votó por la suspensión de Rusia del Comisión de Derechos Humanos del organismo, decenas de países se abstuvieron, incluidos Tailandia, Brasil, Sudáfrica, México y Singapur. La resolución de todos modos fue aprobada.
Antes terreno de guerras subsidiarias de las superpotencias, ahora hay grandes sectores de África, Asia y Latinoamérica que reclaman su derecho a ser prescindentes. La reaparición de un bloque de “países no alineados” trae reminiscencias de aquella época cuando los líderes de los movimientos poscoloniales se resistían a que el imperialismo determinará sus destinos. Y también habla de la confianza de los países chicos, que ya no responden a un solo patrón ideológico o económico, para elegir su propio camino.
“No hay duda de que los países del Sudeste Asiático no quieren verse arrastrados a una Segunda Guerra Fría ni que los obliguen a tomar partido en una contienda entre superpotencias”, dice Zachary Abuza, especialista en materia de seguridad de la Escuela Nacional de Guerra, Washington. “Como dicen en el Sudeste Asiático, cuando los elefantes se pelean, pisotean todo el pasto.”
UN General Assembly votes to suspend Russia from the Human Rights Council (7 April 2022).
— UN Human Rights Council (@UN_HRC) April 15, 2022
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Tener que alienarse con una potencia o con otra, señala Abuza, “dejó sumidas en la pobreza y el subdesarrollo a muchas naciones del mundo cuando terminó la Guerra Fría”.
Como resultado, ni siquiera Estados Unidos, el ganador de la Guerra Fría, puede contar con el apoyo de algunos de sus socios tradicionales para que repudien de manera explícita el ataque de Rusia contra una nación democrática y soberana. La intervención de la OTAN en Libia en 2011 y la invasión de Estados Unidos a Irak en 2003 terminaron de profundizar esa desconfianza hacia Occidente. Ambas acciones militares dejaron a esos países sumidos en el caos político durante muchos años.
“El eje del asunto es que los países de África se sienten infantilizados y ninguneados por Occidente, al que también acusan de no estar a la altura de sus propios altos estándares morales en cuestión de soberanía y santidad territorial”, dice Ebenezer Obadare, investigador de estudios africanos del Consejo de Relaciones Exteriores.
Indonesia —una democracia inmensamente poblada que en otros tiempos fue gobernada por un dictador que contaba con el apoyo de Estados Unidos por su postura anticomunista—, ya avisó que dará la bienvenida al presidente Vladimir Putin para la Cumbre del G20 de este año que se realizará en Yakarta. En la ONU, Indonesia también se abstuvo de votar para sacar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos.
“Este año presidimos la cumbre del G20 y nuestro gobierno ha adoptado la cuestionable estrategia de ignorar el mayor terremoto geopolítico de los últimos 70 años”, dice Tom Lembong, exministro de comercio indonesio. “Estoy pasmado.”
Otros aliados de Estados Unidos justifican su decisión de diversificarse en el actual “ausentismo” norteamericano. El año pasado, mientras China difundía su diplomacia con vacunas por todo el mundo, llegó a pensarse que Estados Unidos estaba acaparando suministros médicos y pandémicos.
Y antes de eso, durante la presidencia de Donald Trump, Estados Unidos se retiró del Acuerdo Transpacífico, un amplio pacto comercial destinado a contrarrestar la forma de hacer negocios de China. Países como Vietnam, que al unirse al acuerdo se habían jugado su reputación, se sintieron traicionados una vez más por Washington.
México, aliado de larga data de Estados Unidos, ha insistido en su neutralidad ante la presente situación, y el presidente Andrés Manuel López Obrador se ha negado a sancionar a Rusia.
“La neutralidad de México no tiene nada de neutral”, dice Tony Payan, del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad Rice. “Es una cachetada para Washington”.
Alrededor de un tercio de las embajadas estadounidenses en América Latina y el Caribe siguen sin vacantes. Una de ellas es la de Brasil, la economía más grande de la región, y también está desocupada la representación de Washington ante la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Yo estaré pendiente de los asuntos públicos desde Palacio Nacional. Por ejemplo, mañana atenderé una llamada con el presidente Vladimir Putin porque, independientemente de las relaciones de amistad, existe la posibilidad de que nos envíen la vacuna Sputnik V.
— Andrés Manuel (@lopezobrador_) January 25, 2021
“Muchos latinoamericanos sienten que Estados Unidos va de salida y los está abandonando”, dice Vladimir Rouvinski, profesor de la Universidad Icesi, en Cali, Colombia.
Rusia tampoco puede contar con la lealtad automática de sus aliados históricos. Más allá de un sentido de camaradería autocrática, Moscú ya no ofrece ningún atractivo ideológico. Rusia no tiene ni el respaldo de dinero en efectivo ni la influencia geopolítica que tenía la Unión Soviética.
Venezuela, el más acérrimo partidario de Rusia en América Latina, recibió a una delegación estadounidense de alto nivel inmediatamente después de la invasión de Ucrania. Y Nicaragua, uno de los primeros países que secundó el reconocimiento que hizo Rusia de las regiones separatistas de Lugansk y Donetsk, desde entonces ha moderado su entusiasmo.
En marzo, durante la votación de la ONU para condenar la invasión rusa de Ucrania, Cuba se abstuvo y no respaldó a Moscú, aunque luego rechazó el intento de sacar a Rusia del Consejo de Derechos Humanos, al igual que Nicaragua.
“Cuba hace equilibrio en una línea muy delgada” dice Renata Keller, experta en temas cubanos de la Universidad de Nevada en Reno. “Ciertamente no celebra la invasión, pero tampoco la condena abiertamente, y hace un llamado a la paz.”
La protección más notable vino de África, donde se encuentran casi la mitad de los países que se abstuvieron en la votación de la ONU de marzo.
“No sabemos por qué se están peleando”, dijo en una entrevista la presidenta de Tanzania, Samia Suluhu Hassan, en referencia a la invasión rusa a Ucrania.
Hassan agregó “no estar segura” de que en el conflicto hubiera un agresor claro.
Para Tailandia, la decisión de entrenar con militares estadounidenses, rusos y chinos por igual, así como comprarles armamento a esos países, es parte de su larga historia de hacer equilibrio entre las grandes potencias. Gracias a su habilidad diplomática, Tailandia emergiera como la única nación no colonizada de la región.
El alejamiento actual de Estados Unidos, que usó Tailandia como escenario de pruebas para la guerra de Vietnam, también se deriva del pedigrí político del primer ministro Prayuth Chan-ocha, quien llegó al poder hace ocho años con un golpe militar.
“Aunque parezca que es una democracia, en el fondo Tailandia es una autocracia”, dice Paul Chambers, profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Naresuan, Tailandia. “Y un régimen autocrático como el tailandés tendrá compañeros de cama igualmente autocráticos, como el de Moscú”.
Por Hannah Beech, Abdi Latif Dahir y Oscar Lopez
Traducción de Jaime Arrambide
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