Con más rechazo que apoyo, las protestas en los campus de EE.UU. exponen las posturas irreconciliables en Medio Oriente
La ola de manifestaciones estiró el historial de activismo en el país, pero tuvo un pico de violencia y provocó oposición, críticas y reproches de casi todo el arco político, incluido Biden
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WASHINGTON.- Las imágenes se repitieron en el país, y recorrieron el mundo. Carpas, carteles, banderas palestinas, jóvenes, muchos de ellos cubiertos con bufandas keffiyeh, tomados de brazos, resistiendo arrestos, chocando y forcejeando con la policía, decididos a seguir con su protesta, gritando, cada vez que podían: “¡Liberen, liberen, liberen Palestina!”. En la Casa Blanca, el presidente Joe Biden condenó la violencia, las intimidaciones y el acoso a judíos, la toma de edificios por la fuerza, dijo que “el orden debe prevalecer”, y cuando se le preguntó si las protestas en las universidades –que ya se derramaron fuera de Estados Unidos, y amenazan su reelección– lo llevó a rever su política en Medio Oriente, respondió, sin titubeos: “No”.
Las protestas en los campus de Estados Unidos en contra de Israel y a favor de los palestinos, un movimiento que evocó las manifestaciones contra la guerra de Vietnam a fines de los 60, desviaron momentáneamente la atención de la guerra en la Franja de Gaza, instalaron en las universidades más prestigiosas del país el histórico conflicto en Medio Oriente entre israelíes y palestinos, dejando al descubierto dos mundos que parecen irreconciliables.
La furia y frustración latentes en cada espacio de las protestas, y, en casos extremos, la radicalización, terminó en un pico de violencia y una represión policial que levantó los campamentos de varias universidades, incluido el de Columbia, epicentro de la crisis. Otras –como Brown, Rutgers o Northwestern– negociaron, y pusieron fin a los campamentos pacíficamente. Otros enclaves siguen. La ola de manifestaciones estiró el historial de activismo, desobediencia civil y movimientos sociales que lograron cambios duraderos en la vida diaria de Estados Unidos, pero también recogió oposición, críticas y reproches de casi todo el arco político, incluido Biden, y más rechazo que apoyo entre la gente, aún cuando la mayoría del país desaprueba la ofensiva militar de Israel en Gaza, según Gallup.
El pico de violencia que envolvió a la crisis en las universidades terminó por eclipsar al conflicto en Medio Oriente desde el ataque terrorista de Hamas a Israel el 7 de octubre, que dejó 1200 víctimas –el día más sangriento para los judíos desde el Holocausto– y más de 240 rehenes en Gaza –cerca de la mitad siguen retenidos–, y llevó a una brutal contraofensiva lanzada por el gobierno de Benjamin Netanyahu que causó más de 34.000 víctimas, la mayoría de ellas mujeres y niños, y provocó una crisis humanitaria. Las protestas acapararon la discusión política en Estados Unidos.
“El núcleo del movimiento de liberación palestina es contra una ocupación ilegal y una ocupación militar ilegal de territorio palestino”, dice a LA NACION Anyssa Dhaouadi, del Movimiento Juvenil Palestino, en el campamento instalado en uno de los jardines de la George Washington University, a unas cuadras de la Casa Blanca. Es “irónico”, dice, que Israel y Estados Unidos los acusen de violencia.
“Estos son países sionistas colonizadores que han invadido tierras palestinas, que les quitan hogares a los palestinos, que les quitan tierras, que han impuesto un sistema de apartheid al pueblo, que bombardean implacable y violentamente al pueblo de Gaza. Y es tan hipócrita que Estados Unidos ahora esté marcando esta línea de, ‘oh, ocupar está mal’, cuando eso es exactamente lo que hacen Estados Unidos y el Estado sionista de Israel”, afirma.
Anyssa esquiva una condena a Hamas, o el ataque terrorista del 7 de octubre. Cuando se le pregunta por Hamas, piensa unos segundos su respuesta. El tema, dice, nunca fue Israel contra Hamas, sino que Israel “está ocupando tierras ilegalmente y está cometiendo un genocidio”, y centrarse en Hamas es desviar la atención de los “crímenes de guerra” de Israel.
“Creo que el pueblo palestino tiene derecho a resistir a sus ocupantes”, sentencia. “Los estudiantes tienen derecho a resistirse a estas instituciones sionistas que usan su plata para ir a guerras y producir armas de destrucción masiva”, continúa.
Anyssa es una de las “voceras” de la protesta. Otros jóvenes no quieren hablar con periodistas. Algunos dicen que la “prensa occidental” los ningunea, los censura, que los medios son parte de una misma mentalidad “imperialista, colonialista y sionista”. Acusan a Israel de cometer un genocidio, apartheid y de una “limpieza étnica”. Una bandera palestina flamea en el mástil principal de la plaza, y un joven con trenzas y una larga barba negra canta en árabe una oración musulmana al altavoz en medio de los cantos habituales de las protestas. Un cartel acusa al presidente Javier Milei de ser sionista. “Los argentinos no son títeres para tu respaldo al genocidio”, dice en inglés. La estatua de George Washington quedó tapada por una bufanda keffiyeh y envuelta por una bandera palestina.
“La libertad de expresión, incluida la protesta pública, es un derecho humano y esencial para una sociedad democrática. Los estudiantes han protestado en Estados Unidos para apoyar el movimiento de derechos civiles, resistir la guerra de Vietnam, oponerse al apartheid en Sudáfrica y cuestionar muchos otros errores a lo largo de la historia”, dijo a LA NACION Tanya Greene, directora del programa para Estados Unidos de Humans Right Watch.
“La expresión pacífica de los estudiantes de su apoyo al derecho del pueblo palestino a existir y a estar libre de matanzas desproporcionadas e indiscriminadas, y su objeción a la complicidad de sus universidades en la guerra a través de inversiones en empresas que apoyan al ejército israelí no deben ser silenciadas por administraciones universitarias y la policía”, completó.
Greene dijo también que los ataques de antisemitismo y de islamofobia deben ser investigados y abordados de manera “justa y transparente” por las universidades.
Falta de respaldo
Las protestas se derramaron más allá de las fronteras de Estados Unidos, pero, dentro del país, parecieron encontrar más rechazo que eco, sobre todo en el poder político. Una encuesta de YouGov mostró que el 47% del país se opone a las protestas, contra un 28% que las apoya. Sin sorpresas, el mayor respaldo se da entre los musulmanes, y el mayor rechazo, entre los judíos. Y otro sondeo, de Morning Consult, mostró que el 47% de votantes cree que las universidades deberían prohibir las demostraciones, contra un 30% que no.
En 2020, Biden, por entonces candidato presidencial, dijo que la ola de protestas contra el racismo tras el asesinato a manos de la policía de George Floyd era un “llamado de atención”. Biden condenó la violencia en las protestas, pero se preocupó por legitimar el mensaje de la gente en las calles. Esta vez, dejó los matices de lado: aunque defendió la libertad de expresión, dijo que “el orden debe prevalecer”, condenó la toma y destrucción de edificios, el vandalismo, la intimidación de personas, el antisemitismo y las amenazas a judíos, la islamofobia, la discriminación, el racismo y los discursos de odio. No dijo nada sobre Israel o las víctimas en Gaza.
“Existe el derecho a protestar, pero no el derecho a provocar el caos”, afirmó Biden.
Aunque las redes se poblaron de mensajes de apoyo, hubo también quienes ridiculizaron las manifestaciones –una conferencia de prensa de una estudiante en Columbia que exigió agua y comida porque era “básicamente, ayuda humanitaria” se viralizó–, o, directamente, las ataron al terrorismo por las muestras de simpatía, veladas o abiertas, a Hamas. Columnistas como Nick Kristof, de The New York Times, o Jonathan Chait, de New York Magazine, advirtieron además que las protestas distraían de la tragedia en Gaza, o eran funcionales a la derecha y a Donald Trump, que alienta la idea de caos reinante como mensaje central de su campaña, antes que a los propios palestinos. Peggy Noonan, de The Wall Street Journal, que fue a Columbia, dijo que el campamento “no estaban a favor de nada, estaban en contra de algo: el Estado de Israel, que les gustaría ver desaparecer, y quienes lo apoyan”.
El alcalde de Nueva York, Eric Adams, denunció un movimiento global para “radicalizar” a los jóvenes, al alertar que casi la mitad de los manifestantes arrestados en Columbia y City University eran “personas no afiliadas” a las universidades que se habían infiltrado en los campus y “estaban entrenando a estudiantes en tácticas de protestas ilegales”.
Y Bernie Sanders, senador socialista, judío, ícono de la izquierda y una de las figuras políticas más sensibles a la causa palestina, dijo que los estudiantes estaban ejerciendo su derecho a protestar, criticó a Netanyahu, pero pidió que el foco esté “en el sufrimiento de la gente en Gaza, no en ladrillos volando ventanas”, y que Estados Unidos esté libre de antisemitismo, islamofobia, racismo y “todas las formas de odio”.
Noam Woldenberg, un estudiante judío en su primer año en Columbia, integrante de un grupo estudiantil que respalda a Israel, mostró un enojo, frustración y desilusión parecidos a los que se palpan en las protestas. Brindó entrevistas y participó de un panel sobre antisemitismo con otros estudiantes en Fox News, en el que se acusó a las protestas de respaldar el terrorismo. En su perfil en Linkedin, escribió que los campus se han convertido en “lugares privilegiados para las relaciones públicas de Hamas”. Los estudiantes de las protestas, dijo, deberían ser expulsados.
“Con solo observar a estos estudiantes, realmente creo que prefieren apropiarse de la opresión y demonizar a Israel que hacer algo que ayude a los palestinos de una manera constructiva. Y ni siquiera los considero propalestinos. Los considero provictimización, porque todo lo hacen sobre ellos mismos”, dijo en el panel. “El momento en el que ven que sos un sionista, te ignoran como ser humano y no tienen ningún deseo de conectarse con vos”, dijo.
En Washington, Anyssa Dhaouadi cree en una salida: “Veo una liberación total para Palestina”.
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