Con los talibanes en el gobierno, la vida en Kabul se transforma una vez más
Entre bancos cerrados, falta de efectivo y suba de precios, unos se esconden por temor a los milicianos y otros celebran el fin de la corrupción del gobierno anterior
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KABUL.- Norteamericanos ya quedan pocos, el gobierno afgano colapsó, y en las calles de Kabul ahora mandan los talibanes. De la noche a la mañana y en medio de la incertidumbre, millones de habitantes de la capital afgana tuvieron que pilotear la incertidumbre de la transición después de 20 años de un gobierno respaldado en el terreno por miles de soldados norteamericanos.
El martes, nueve días después del regreso al poder del movimiento talibán, los servicios públicos seguían mayormente cortados, y a los habitantes se les hace cada vez más difícil la vida cotidiana en una economía que estuvo apuntalada por Estados Unidos durante una generación y que ahora va en caída libre.
Los bancos están cerrados, no hay efectivo y el precio de los alimentos no para de subir. El combustible ya empezó a escasear.
Mientras las fuerzas norteamericanas se aferran al aeropuerto internacional para terminar con la apresurada evacuación, el movimiento talibán sigue cerrando el puño sobre el control de la calle y los barrios de la capital. Si bien en las calles reina una relativa calma, en brusco contraste con el desbande que se vive en el aeropuerto, hay mucha gente que está escondida en su casa y apenas se asoma para ver cómo será su vida con el nuevo gobierno.
Los informes son muy variados según los barrios y las personas, y dan un panorama cambiante y a veces contradictorio de la vida cotidiana en una ciudad gobernada, una vez más, por el movimiento talibán, que ahora promete ser inclusivo y moderado, pero que la historia muestra abrazado a un orden social islamista brutal e intransigente.
Hasta los vecinos que dicen temer a los talibanes están impresionados por el relativo orden y tranquilidad que se viven en las calles, un marcado contraste con estos últimos años de aumento de la delincuencia y la violencia, que se habían convertido en moneda corriente en Kabul.
Para otros, ese silencio es simplemente ominoso. Un vecino de nombre Mohib dice que en su sector de la ciudad las calles están desiertas y que la gente está “aterrada y atrincherada en sus casas”.
“La gente siente que los talibanes pueden llegar de un momento a otro y quitarles todo”, dijo Mohib, que como todos los habitantes de Kabul entrevistados para este artículo no revela su apellido por motivos de seguridad.
Sayed, un empleado público, dice que en el centro de la ciudad, donde hay muchos talibanes, casi no circulan mujeres, y las que se aventuran a salir llevan burka, la vestimenta musulmana que cubre de pies a cabeza el cuerpo de la mujer.
Pero en otras partes de la ciudad, donde no hay tanta presencia de las milicias, las mujeres salen “con ropa común, como antes de los talibanes”, dice Shabaka, y agrega que ella misma salió a la calle con su ropa habitual y se cruzó con talibanes sin tener ningún incidente. Shabaka dice que en su barrio sigue habiendo un miedo subyacente, pero que la situación es tranquila.
Varios otros habitantes de la ciudad mencionan cosas positivas de la llegada de los talibanes, a quienes comparan con sus predecesores afganos respaldados por Estados Unidos, ampliamente despreciados por su nivel de corrupción. En el barrio Company, en el extremo occidental de Kabul, cada vez cuesta más conseguir combustible, pero el tránsito y los comercios prácticamente han vuelto a la normalidad.
Los choferes de camiones y micros dicen que las rutas son más seguras ahora que los talibanes consolidaron su control sobre el país. Los conductores agradecen el levantamiento de docenas de puestos de control donde las fuerzas de seguridad y las milicias les pedían sobornos, y que ahora fueron reemplazados por un pago único de peaje a los talibanes.
“Estamos contentos con el Emirato Islámico”, dice Ruhullah, de 34 años, residente de la provincia de Wardak y chofer de un micro de pasajeros que cubre la ruta de Herat a Kabul. “Con la llegada de los talibanes, se resolvieron nuestros problemas. Se acabaron los sobornos y el acoso policial”.
En el vacío que dejó la caída del gobierno afgano, los líderes talibanes se han acercado a Rusia y al expresidente afgano Hamid Karzai, mientras evalúan la forma que tendrá su nuevo gobierno.
Pero en las oficinas de gobierno, al menos hasta ahora hay pocas señales de la llegada de nuevas autoridades. En una oficina de identificación electrónica del gobierno, dice Khalid, no hay ni un solo funcionario público, “ni siquiera un talibán para atender el teléfono”. Según Khalid, los funcionarios públicos no se están presentando a trabajar por temor a represalias de los talibanes.
Otros dicen que en algunas oficinas de gobierno ya está en marcha el recambio de personal. “Los que tenían trabajo en el gobierno lo perdieron, y los talibanes están nombrando nuevos empleados”, dice Raziq, un agente de viajes.
La vertiginosa toma del poder de los talibanes terminó de debilitar a una economía frágil que dependía en gran medida de la ayuda exterior. Pero ahora Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional le han cortado el chorro de divisas a Afganistán, y los talibanes quedaron aislados en medio de una crisis financiera.
Los vecinos dicen que además de los bancos también se cerraron las hawalas, que son locales informales de transferencia de dinero. Mientras la moneda local, el afgani, se hunde a mínimos históricos, la población trata de acaparar los dólares estadounidenses que quedaron dando vuelta en la economía local.
Un periodista llamado Rahmatullah dice que hay faltante de efectivo porque la gente no tiene acceso a sus cuentas bancarias. “Y no hay a quién pedirle prestado porque nadie tiene efectivo”.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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