Con las elecciones rusas, Vladimir Putin consolida el camino hacia el poder absoluto para poder acelerar la ofensiva en Ucrania
Los sondeos prevén un triunfo holgado del presidente, con un récord de hasta 80% de los votos en un contexto en el que crece el apoyo a la invasión a Ucrania y la economía resiste a las sanciones de Occidente
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PARÍS.- Al final, quedará solo uno. Y será Vladimir Putin. En la cumbre del poder desde hace 20 años -con un paréntesis como primer ministro entre 2008 y 2012-, y sin que nadie tenga la más mínima duda, el presidente ruso se sucederá a sí mismo en las elecciones de este fin de semana, que terminan este domingo. El jefe del Kremlin espera obtener 80% de los votos en una elección que se anuncia como un plebiscito en favor de la guerra en Ucrania.
Si esos resultados se confirmaran, el zar ruso obtendrá el mejor resultado electoral de su carrera y podrá permanecer en el poder hasta 2030 y, después hasta 2036. Logrará entonces cumplir otro de sus sueños: superar a Iosif Stalin, que gobernó Rusia durante 29 años, e incluso a Catalina la Grande, en el trono durante casi tres décadas y media.
Sin importarle las numerosas acusaciones de “fantochada” electoral, ese triunfo escandaloso deja al descubierto la voluntad del Kremlin, que se aseguró la elección inhabilitando a seis candidatos, entre ellos a Boris Nadezhdin, el único abiertamente pacifista. La única incógnita es la actitud de la oposición silenciosa. Hace 15 días en Moscú, miles de rusos habían rendido homenaje a Alexei Navalny, muerto el 16 de febrero en una colonia penitenciaria en el Ártico. ¿Cuántos se atreverán a desafiar al régimen siguiendo las propuestas de los líderes opositores en el exterior?
En los suntuosos salones del Bolshoi, a dos pasos del Kremlin, la televisión rusa mostraba esta semana grandes sonrisas de confianza. La representación de La leyenda de la ciudad invisible de Kítezh y la doncella Fevróniya, una de las óperas más bellas y patrióticas del repertorio ruso, acababa de concluir dirigida por la brillante batuta del maestro Valeri Guerguiev, amigo personal de Putin. Si bien el presidente ruso no hizo el desplazamiento en persona, en vísperas de una quinta elección presidencial ganada de antemano, la elite política, cultural y económica del país dijo “presente” para hacerse ver.
“Para nosotros todo va bien. Y todo irá bien”, aseguró ante las cámaras una de las eminencias grises del Kremlin.
Como él, ni los hombres de negocios, ni los gobernadores, ni los periodistas conocidos manifestaban la sombra de una inquietud. Todos parecían ignorar la muerte reciente de Navalny.
“Lo esencial es que la elección de este fin de semana se realice sin tropiezos. Para qué autorizar el pluralismo”, ironizó un cincuentón políglota, con aspecto de occidental, que dejó sus actividades en una multinacional que abandonó el país hace dos años para incorporarse a la administración del Kremlin.
Dos años después del inicio de la “operación militar especial” en Ucrania, solo una cosa preocupa a esa gente: la victoria. Un objetivo cuya realización no parece nada segura en momentos en que la línea de frente parece cristalizada.
Pero los discursos triunfalistas del Kremlin tienen su efecto. Por todas partes, las cifras ilustran la adhesión creciente de la población al relato oficial.
“El porcentaje de rusos favorables a una negociación de paz se reduce desde noviembre”, afirma el sociólogo Denis Volkov, director del centro independiente de sondeos Levada. Actualmente, 40% de la población hace donaciones a las fuerzas armadas, contra 27% en 2022.
Más de dos tercios (70%) piensan que la “operación especial” será un éxito y la misma cantidad considera -como lo afirma la propaganda oficial- que Occidente está contra Rusia. Tres cuartos consideran que el país va en la dirección correcta: un récord. Y la popularidad de Putin supera el 80%. Precisamente el score que sus consejeros esperan obtener en estas elecciones.
Pues, si bien Putin es un exagente del KGB, también tiene título de jurista. Por eso es importante para él, por el momento, respetar las formas legales. Reelecto en marzo de 2018 con 76% de los votos, el jefe del Kremlin usó entonces su legitimidad para cambiar la Constitución. Adoptada la reforma, puede ahora permanecer en el poder por otros dos mandatos de seis años, hasta 2036.
En todo caso, un resultado que supere el 80% tendrá, sobre todo, valor de plebiscito para la continuación -incluso la aceleración- de la ofensiva en Ucrania. Y, obviamente, para el endurecimiento de un régimen en el cual Putin y sus élites reinan en forma absoluta.
Nada parece afectar la estabilidad del poder dos años después de comenzada la guerra. Ni el fracaso militar para conquistar Kiev. Ni la rebelión de Yevgueni Prigozhin, el jefe de la milicia Wagner, en junio de 2023. Ni los recientes sobresaltos de la opinión pública en los suburbios moscovitas, sumergidos en el frío debido a cortes en el suministro de energía, o en Bachkortostan, pobrísima región cerca de los Urales agitada por espontáneas explosiones de cólera popular.
Cada vez, Putin desempeñó su papel preferido: el del “zar bueno”. Nunca negó los problemas. Los fracasos militares fueron cargados sobre las espaldas de los responsables militares. Los últimos fieles de Prigozhin murieron con él en un misterioso accidente de avión. La calefacción en los suburbios fue reparada y el gobernador de Bachkortostan partirá en forma inminente.
Hubo, es verdad, momentos de aparente fragilidad.
“El motín de Prigozhin, la aparición de Nadezhdin como posible opositor en las presidenciales, la presencia masiva de la gente en el entierro de Navalny. La sociedad civil desafió la aparente estabilidad. Pero Putin prosigue su camino, el mismo que traza desde su llegada al Kremlin en 2000: hacia el poder absoluto”, analiza Marie Mendras, experta en Rusia en el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS).
En dos años, no se produjo ninguna deserción entre los miembros de la élite, ni en los medios de negocios, ni en las filas de las fuerzas armadas o los servicios de seguridad.
“Y aquellos que no estuvieron de acuerdo, lo pagaron con sus vidas”, recuerda Mendras.
La guardia pretoriana de Putin sigue siendo la misma. Todos los participantes en la reunión del Consejo de Seguridad del 21 de febrero de 2022, que trató la independencia de las “repúblicas” del Donbass, preludio de la invasión, siguen en sus puestos.
“Desde el comienzo de la guerra, Putin jamás se cuestionó nada”, asegura Alexandre Melnik, exdiplomático ruso, profesor del ICN Business School, para quien, “la lógica del todo o nada típica del presidente ruso no le permite ninguna vuelta atrás”.
“Vivir en la Rusia de Putin es como vivir en un gulag. ¿Quién, en un gulag, puede gritar contra el jefe de los guardias? Aun cuando una voz liberal osara deslizar una crítica, Putin sería incapaz de escuchar. Lo encarcelaría, acusándolo de estar influenciado por el enemigo occidental”, explica.
A juicio de Melnik, las sanciones occidentales tuvieron un efecto contraproducente: “Si bien, a largo plazo, funcionarán desde el punto de vista económico, consiguieron desacreditar y marginalizar a los liberales en el complejo juego de equilibrio en el cual, en la cumbre del poder, el presidente tira los hilos del consenso entre elites”.
La economía resiste
Por el momento, la economía rusa parece ir mejor de lo que esperaron los occidentales. En 2023, casi todos los sectores industriales se beneficiaron con la economía de guerra decidida por Putin para alimentar su conflicto con Ucrania. Las exigencias del complejo industrial-militar, pero también la necesidad de remplazar las sociedades y tecnologías occidentales que dejaron el país, dispararon la demanda interna.
En 2023, el PBI ruso aumentó 3,6% gracias al flujo del dinero del Estado hacia el complejo industrial-militar. Los gastos para la defensa representan 30% del desembolso federal y 6% del PBI. Esto alimenta el relato triunfalista del Kremlin, aunque no sirva para el desarrollo económico futuro.
Esos son los sectores que, precisamente, han quedado en manos de los siloviki. Esos representantes de las fuerzas de seguridad omnipresentes en la política y los negocios se han convertido en una fuerza pro-Putin cada vez más poderosa, sobre todo ahora que, con la guerra en Ucrania, la industria militar -el sector que controlan en exclusividad- se transformó en el principal motor del crecimiento.
Y esa es, justamente, una de las grandes fuerzas del zar ruso para mantenerse en el Kremlin. “La existencia de esas elites que viven bajo su protección y que sin ella no podrían sobrevivir”, analiza Galia Ackerman, historiadora, especialista del mundo ruso.
“Para esos siloviki -concluye-, la guerra de Ucrania ha sido una bendición. Mientras más dure, más ricos serán. Por eso harán todo lo que sea necesario para que Putin permanezca en el poder hasta 2036″.
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