"Singapur es la Suiza de Asia", dice Lucas Actis Goretta, pero, según lo que cuenta, Singapur es para los expatriados algo parecido al paraíso. No es casual que se haya convertido en las últimas décadas en el centro corporativo regional del Sudeste Asiático y de Oceanía. En la ciudad-Estado, donde viven 6,4 millones de personas, la mayoría es de origen chino, malayo y británico, aunque los expatriados representan un porcentaje significativo de la población.
La isla, que apenas se despega de Malasia por el angosto Estrecho de Johr, aprovechó su posición geográfica al este de una de las rutas marítimas más transitadas del mundo para configurar de manera planificada una ciudad que atrae a las casas matrices de las empresas multinacionales. Federico Barttfeld, embajador argentino en Singapur, lo confirma: "La política migratoria de Singapur es sumamente planificada y estricta. Los argentinos que obtienen la residencia permanente o temporaria aquí lo han hecho gracias a que han sido expatriados por empresas multinacionales, o bien contratados directamente por una empresa local".
El marplatense Alberto Recalde sea probablemente una excepción. Llegó hace 10 años contratado para formar parte de una banda que tocaba dentro St. Jame Power Station, la discoteca más grande de la isla. En Singapur encontró un lugar en donde puede vivir cómodo de su profesión y a pesar de que dos años después de aterrizado en la isla la banda se desintegró y muchos de sus compañeros latinos se volvieron, el se casó con Lena Lim un chica singapurense de origen chino.
Así consiguió el permiso de residencia. Ahora se gana la vida haciendo música con los más diversos instrumentos para distintos eventos que lo contratan y también da clases particulares. Vive en una de las casas que el estado proporciona de forma barata al 80% de la población, una de las políticas puestas en práctica para suplir el déficit originario. Se queja del costo de vida, y de la obsesión de los locales por el silencio y el orden. Uno de sus mayores miedos es tener un problema de salud. "Si me llega a pasar algo me vuelvo a la Argentina, porque si no tengo que vender mi casa", comenta, entre risas.
Según Barttfeld viven en Singapur entre 400 y 500 argentinos. Iñaki Berasategui tiene 29 años. Trabaja para IQVIA, una empresa que provee servicios y soluciones a las farmacéuticas. "Acá todo está preparado para que la integración sea rápida", cuenta. Llegó hace nueve meses y dice ya sentirse a gusto con su vida social, uno de los aspectos más difíciles para quienes emigran y tienen que suplir la falta de familia y de amigos.
Cuenta que la manera más fácil para conocer gente es a través de contactos que la gente le pasa cuando se entera que vive en Singapur. Así se armó un grupo de amigos argentinos y españoles con quienes pasa el tiempo libre haciendo actividades de lo más variadas. "En general, los argentinos residen en Singapur entre dos y cinco años. Sin embargo, esta movilidad no impide que haya una constante comunicación entre ellos, gracias a las redes sociales, como Facebook, Instagram y Whatsapp", dice el embajador.
Belén Colombo trabaja en la embajada. Mientras estaba en Australia, en 2017 aplicó a un puesto allí y fue contratada. "Es muy fácil adaptarse porque es una ciudad cosmopolita, llena de comunidades", cuenta.
El clima es un punto a favor también para los hombres de negocios que aterrizan en Singapur, pero que antes estuvieron por otros países del mundo en donde -en muchos casos- el clima es desfavorable. La isla tiene el clima característico de un país tropical, con temperaturas promedio de 25°C y humedad del 80%, sin mayores diferencias entre las distintas estaciones del año. Las lluvias torrenciales irrumpen cada tanto la armonía que reina en una de las ciudades más prósperas del mundo.
El transporte público no tiene nada que envidiarle a las principales ciudades del mundo. Singapur es puntero a nivel mundial y además los medios de transporte alternativos están muy desarrollados. Berasategui cuenta que se mueve mucho en las bicicletas públicas que, a diferencia de otros sistemas, no hace falta dejarlas en las estaciones establecidas, sino que se pueden dejar en cualquier lugar de la ciudad y la aplicación las localiza por GPS.
En días de mucho calor, también hace uso de los monopatines eléctricos, que tienen el mismo funcionamiento que las bicicletas.
La limpieza, la higiene y el perfecto funcionamiento de los subtes denota una obsesión de los singapurenses por un Estado eficaz. Aquí puede encontrarse también parte del secreto de su éxito. Según José Alberto Bekinschtein, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella y consejero económico en China, Lee Kuan Yew y Goh Keng Swee (el artífice económico de Singapur) adoptaron aspectos del capitalismo y del Estado activo, y pusieron en práctica una economía de mercado orientada por el Estado.
En los subtes está prohibido comer y tomar agua, lo que todos respetan a rajatabla porque las multas pueden ascender a los 500 dólares singapurenses (el equivalente a 13.400 pesos). También está prohibido comer chicle en la ciudad.
Bekinschtein advierte que "para evitar problemas de inestabilidad política el gobierno ha implementado una política autoritaria que restringió las libertades individuales". Estas políticas permitieron, al mismo tiempo, moldear una sociedad de los más diversa: "Con el fin de soldar a los singapurenses de diferentes culturas y fomentar un sentido de pertenencia nacional, el gobierno ha implementado políticas como establecer cuotas étnicas en todas las residencias públicas, obligar a los estudiantes a aprender inglés e imponer el servicio militar de dos años", cuenta Bekinschtein.
Es como si hubiera, en Singapur, pocas cuestiones que quedan fuera de la planificación del Estado. Así fundaron una ciudad diseñada a medida para que a los expatriados no les falte nada. Actis Goretta, antes de ser enviado a Singapur, trabajó en Estados Unidos y en Suiza. Vive con su mujer y sus dos hijas.
"Además de la calidad de las escuelas y la seguridad, el hecho de que sea mas fácil tener ayuda doméstica es una gran ventaja para la vida con chicos en lugares tan lejos de nuestras familias", dice.
Es el mismo Estado el que se encargó de promover, organizar y regular este servicio para facilitar la vida de los expatriados. Las condiciones son muy claras. Cuenta Actis Goretta que generalmente las empleadas son chicas que llegan de Filipinas, porque con lo que ganan les alcanza para mantener también a sus familias en su país de origen. "Son chicas muy trabajadoras y amigables, los chicos la quieren mucho".
El Estado reglamenta el sueldo y las condiciones. Por ejemplo, el empleador debe pagarles un pasaje cada dos año para que puedan a visitar a sus familias, aunque muchos, como Actis Gorretta, les pagan un pasaje cada año.
Otros de los aspectos que Actis Goretta valora sobre su vida en Singapur es la seguridad y la independencia con la que se muevensus hijas. Con 8 y 12 años, las chicas van y vuelven solas al colegio. "Cuando hablo con mis amigos no me creen que las chicas se toman el subte, un colectivo y caminan solas para ir al colegio. Me da hasta un poco de miedo que crezcan en una burbuja semejante y crean que todo el mundo es así". Van a la escuela internacional porque los colegios públicos en Singapur a pesar de ser reconocidos en el mundo entero son exclusivos para los locales.
"Cuando Donald Trump se juntó con Kim Jong-un [el 12 de junio pasado] acá en la isla no te enterabas si no leías el diario o alguien en el trabajo no te comentaba", cuenta Berasategui.
La educación no es solo un pilar de la isla (destinan 20% del presupuesto del Estado), sino que además está integrada con el desarrollo de los negocios ligados a la ciencia y tecnología. Dice Bekinschtein: "El gobierno asignó importantes fondos para investigación básica e innovación en sectores de alto valor agregado, lo que atrajo talento internacional".
Ignacio Asial es argentino y viajó a Singapur becado por la Nanyang Technological University para hacer un PhD en ingeniería de proteínas y evolución dirigida. "Se valora mucho el conocimiento acá. Hay muchas oportunidades", dice. Durante sus estudios se embarcó en un proyecto dedicado a desarrollar anticuerpos monoclonales multiespecíficos para el tratamiento de cáncer. Cuenta que el proyecto tuvo éxito, les permitieron patentarlo y luego recibieron en primera instancia una beca de 148.000 dólares para hacer pruebas de concepto y después inversiones por un monto de 2,3 millones de dólares. Ahora con sus compañeros están completamente avocados a desarrollar su start up, para la cual siguen recibiendo el apoyo del gobierno de Singapur a través de sus agencias.
Además de chicles, otro bien de difícil acceso en Singapur es el auto. "Casi nadie de los expatriados tiene auto acá, salvo casos muy excepcionales de personas con cargos gerenciales", cuenta Berasategui, y agrega que tener un auto puede ser tres o cuatro veces más caro que en Europa. Además, conseguir una licencia es muy caro.
El idioma es otro aspecto que hace que la vida en un país del Sudeste Asiático sea fluida. Colonia inglesa hasta 1942, si bien en la isla se hablan oficialmente cuatro idiomas (inglés, tamil, malayo y mandarín), todos los habitantes se comunican en un inglés de una tonada y vocabulario específico denominado "singlish". Las comunicaciones oficiales y los nombres de las calles son en inglés.
El centro de la ciudad Central Business District con sus exóticos e imponentes rascacielos es la evidencia más clara de un país que supo posicionarse como centro económico regional de los tigres asiáticos, una de las zonas económicamente más efervescentes del mundo. Bekinschtein dice que en los 70 Singapur supo navegar en aguas turbulentas, en tiempos de mucha volatilidad en el resto de los países asiáticos, lo que junto a los beneficios impositivos, planificación y una disciplina rigurosa convirtieron a la isla en un caso paradigmático.
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