La mujer permaneció en aislamiento durante semanas acusada por los cargos de espionaje; quedó recluida en una prisión para presos políticos
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“Se suponía que era un breve viaje a Irán. Estaría allá 2 semanas y media, y volvería a casa a seguir con mi vida”, recuerda Kylie Moore-Gilbert.
La académica australiana-británica especializada en ciencias políticas de Medio Oriente, había sido invitada a una conferencia en Qom en 2018. Especializada en la política de los Estados árabes del Golfo, hablaba árabe y hebreo pero no farsi, el idioma de Irán, un país que estudiaba. Todo marchó bien hasta poco antes de irse. Se había vuelto amiga del recepcionista del hotel, quien se le acercó y le contó que la habían venido a buscar “unos hombres muy malos”.
“Obviamente me inquietó, pero mi vuelo salía el día siguiente, así que pensé que estaría bien”, explicó. En el aeropuerto, en el control de pasaportes, unos hombres vestidos de negro se le acercaron. Eran de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI), pero ella no lo sabía.
Tras tenerla en un cuarto de interrogación durante unas ocho horas, la trasladaron, con la cabeza entre las piernas, a un apartamento, donde la interrogaron durante horas mientras la filmaban. Fue acusada de espionaje, cargo que ella siempre negó y del que jamás se presentaron pruebas.
Al otro día, “me llevaron a un hotel que estaba equipado con equipo de vigilancia, y estuve encarcelada por una semana, en la que me interrogaban a diario”. En circunstancias como esa, lo peor se viene a la mente.
Pero Kylie cuenta que “en ese momento aún no habían decidido qué hacer conmigo, así que me trataban comparativamente mejor que cuando me metieron en la cárcel”. “Había dos facciones diferentes. Una quería reclutarme para que recopilara información en el extranjero. Eso me lo mencionaron desde la primera noche de mi arresto y durante casi todo el tiempo que pasé en Irán. Después de esa semana me llevaron a la prisión. Me pusieron en confinamiento solitario y comenzaron a comportarse de manera mucho más espantosa”, relató.
Aislamiento e incertidumbre
Kylie estaba en la prisión Evin, notoria por albergar prisioneros políticos antes y después de la Revolución Islámica. Tiene un ala apodada “Universidad Evin” debido al alto número de intelectuales que alberga, y fue criticada por grupos de derechos humanos occidentales e incluida en la lista negra del gobierno de EE.UU. en 2018 por “graves abusos de los derechos humanos”.
Pero la académica “ni siquiera sabía que estaba en una cárcel”. “Sin embargo, tras experimentar el cambio en su tratamiento, entendí que estaba en serios problemas”.
La mantenían confinamiento solitario. “El aislamiento es una tortura psicológica. Está diseñado para quebrarte con fines de interrogatorio. Había mucha privación física, sensorial. A menudo estaba enmascarada, sin poder ver. Cuando me sacaban de mi celda, me llevaban por un laberinto de pasillos hasta el bloque de interrogatorios con los ojos vendados. Ahí, oía a un montón de hombres hablándome en farsi agresivamente. Yo no entendía pero temía que me agredieran sexualmente. Pero durante esa fase, no me hicieron daño físico, aunque me golpearon en una fecha posterior”, contó.
Esa fase se extendió por lo que calcula fueron cuatro meses: “Estás en una celda de 2 x 2 metros, sin luz natural ni forma de saber la hora. No sabes si te van a interrogar ese día o no. Y si lo hacen, cuándo y por cuánto tiempo. Nada es predecible y esa incertidumbre alimenta tu agitación mental”. Kylie pasó gran parte de su condena en régimen de aislamiento.
“El período más largo fue de 7 meses. En cierto sentido, es peor que la tortura física, te devora por dentro. Pero el primer mes fue el peor: la soledad extrema”, expresó.
“¡No estaba sola!”
Para sobrevivir esa pesadilla, Kylie entendió que no tenía más opción que controlar su mente. “Tienes que vivir tu vida segundo a segundo, minuto a minuto, enfocándote en el presente”, afirmó. Tuvo que dejar de lado todas las cavilaciones y remordimientos sobre lo que la había llevado ahí, así como cualquier ansiedad sobre lo que podían hacerle en el futuro.
Se la pasaba haciendo “ejercicios, juegos y trucos mentales” para mantenerse cuerda: contando o memorizando cosas, imaginando patrones en las baldosas de la pared. También se imaginaba caminando por lugares que conocía, pero evitando recuerdos emotivos, para no entristecerse.
“La ira fue probablemente la emoción más difícil de acallar porque se renovaba constantemente. Cada interacción con los guardias o con mis interrogadores me la provocaba”, consideró.
Y, en medio de esa soledad, sucedió lo impensable: un canal ilícito de comunicación con algunas de las presas en otras celdas de aislamiento. Dos de ellas la oyeron hablándole a los guardas en el corredor. “Escucharon a esta mujer extranjera en apuros. Hablaban inglés, querían ofrecerme apoyo y se arriesgaron”, dijo.
Había un balcón, cuenta Kylie, al que las llevaban, una por una, a pasar media hora por la mañana y media por la tarde. Estaba muy rigurosamente controlado por dos guardas, pero se oían sus voces, así que podían tratar de adivinar cuándo no estaban tan pendientes de las cámaras.
“Ellas notaron esas cosas y organizaron unas hojas para llamar mi atención hacia una maceta en la que habían dejado una bolsa de plástico con frutas secas y nueces. Cuando vi eso tan extraordinario, sabiendo que estaba siendo monitoreada, lo agarré y lo escondí. Al regresar a mi celda, de espaldas a la cámara, abrí la pequeña bolsa. Fue un verdadero placer. Me habían regalado algo que era muy precioso para ellas también. Había además un pedazo de papel higiénico hecho una bola que decía: ‘Querida Kylie, somos tus amigas. No estás sola’. Lo habían escrito con la esquina de un trozo de chocolate que de alguna manera habían conseguido pues, aunque tenían un bolígrafo secreto, temían que el mensaje fuera interceptado o que yo no fuera digna de confianza. Sentí una emoción increíble. Cada vez que podía, volvía a leer el mensaje. ¡Sabían mi nombre, eran mis amigas, no estaba sola!”, recordó.
Notas y voces
Fue la primera de varias notas, pues Kylie logró robarse un bolígrafo y pudo contestar. Además, también empezó a comunicarse con mujeres de otras celdas. “Había distintas redes de mensajes así que un montón de notas estaban por ahí, escondidas en muchos lugares diferentes. Después de unos seis meses, inventé un método muy seguro: los pantalones viajeros”, detalló.
“El uniforme de la prisión tenía unos pantalones holgados de calicó rosa brillante, y podíamos lavarlos a mano en una lavandería común. Una de las prisioneras que se fue dejó sus pantalones ahí, así que los tomé y abrí la costura de una pierna, para poder insertar ahí un mensaje. Si mojábamos los pantalones, a excepción de esa pequeña zona de la pierna, parecía que los hubiéramos lavado y colgado para que se secaran. Y cuando todas entendieron que ese era el par de pantalones viajero que servía para pasar notas, empezamos a usarlo: alguien depositaba una nota, la siguiente celda recogía los pantalones como si fueran suyos... Así, cada dos o tres días, recibíamos cartas nuevas”, reveló.
Pero hubo otra forma de comunicación anterior que le permitió oír las voces de amigas que nunca había conocido: “Había una red de rejillas de ventilación de aire en la unidad donde estuve en aislamiento. Era peligroso hablar por esos respiraderos porque los guardias, si estaban en una determinada parte del edificio, nos oirían. Pero a veces podíamos escuchar una televisión, así que dedujimos cuál turno de guardia era el más seguro para hablar. Nos comunicábamos con golpes en la pared y cuando las otras contestaban, me paraba sobre el inodoro para hablar con ellas durante cinco minutos”.
Esos cortos momentos le permitieron ir entendiendo cosas que no sabía. “Escuchar voces amigables en inglés era maravilloso. Y podían decirme mucho más verbalmente que en un pequeño trozo de papel higiénico. Pude ir recopilando mucha información sobre lo que me sucedería, y sobre cosas como la diplomacia de los rehenes, el hecho de que Irán toma a los extranjeros y los utiliza como moneda de cambio para obtener algún tipo de concesión de su país de origen. Ellas me decían: ‘No hagas confesiones falsas. Sea como sea, al final te cambiarán por algo, así que no te preocupes. Cualquiera que sea la sentencia que te den, no la van a cumplir. Van a tratar de aprovecharte para obtener algo de Australia o Reino Unido. Uno de esos países le va a dar a Irán algo a cambio de ti’”, destacó.
Y afirmó: “Esas mujeres me dieron esperanzas”.
Tenían razón
Así, durante más de dos años, en cientos de horas de interrogatorios, rechazó las acusaciones siempre cambiantes: de ser agente del Mossad israelí, del MI6 británico o espía de Australia. No hizo ninguna confesión y se negó a aceptar repetidas propuestas para espiar para Irán.
No obstante, fue juzgada por el juez Abolqasem Salavati –conocido como “el juez de la horca” por el número de sentencias capitales que imponía–, e inevitablemente fue declarada culpable y sentenciada a 10 años de prisión.
La esperanza que le dieron sus amigas surgió al comprender que ella era efectivamente una rehén para ser intercambiada, pero un año después de su detención, casi nadie sabía de la difícil situación de Kylie. El gobierno australiano le había dicho a su familia que no lo hiciera público, insistiendo en que la “diplomacia silenciosa” era la estrategia más efectiva.
Sin embargo, gracias a algunas presas que salieron de confinamiento solitario y filtraron la noticia de que una australiana estaba en Evin, el secreto empezó a dejar de serlo. Más tarde, cartas que la misma Kylie logró sacar de contrabando llegaron a manos de medios de comunicación británicos, y por fin comenzó una campaña pública para su liberación.
Eso mejoró las condiciones en las que las autoridades iraníes la tenían y, al final, ocurrió lo que sus amigas habían anticipado. Su libertad se consiguió a través de un complicado intercambio de prisioneros en el que participaron cuatro países. Tres iraníes, condenados por un intento de atentado con bomba contra la embajada israelí en Bangkok, fueron liberados de una cárcel tailandesa.
La noticia del intercambio apareció por primera vez en el sitio web del Club de Jóvenes Periodistas, afiliado a la televisión estatal de Irán. “Un empresario iraní y dos ciudadanos iraníes que fueron detenidos en el extranjero por cargos infundados fueron intercambiados por una espía con doble nacionalidad llamada Kylie Moore-Gilbert, que trabajaba para el régimen sionista”, afirmó.
Kylie fue liberada en noviembre de 2020, durante la pandemia de Covid, así que apenas aterrizó en Australia, fue llevada a un hotel a pasar la cuarentena. Curiosamente, esas semanas de soledad en suelo australiano fueron una bendición. “Había estado en aislamiento durante siete semanas realmente dolorosas y duras antes de mi liberación, así que me permitió volver lentamente a la realidad, interactuando poco a poco con la gente. Aunque estaba alejada de la mayor parte de la humanidad, tenía acceso a internet y al teléfono, así que llamaba a la gente cuando tenía ganas de hablar. Si me hubieran lanzado al mundo inmediatamente, habría sido realmente difícil. Realmente fue beneficioso”, reflexionó.
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