Como Trump, un inseguro Bolsonaro prepara su propio 6 de enero
Asediado por la pandemia y un Congreso hostil, el presidente brasileño fortalece a militares y aliados incondicionales
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Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
NUEVA YORK.- En la víspera de la toma por asalto del Capitolio norteamericano del 6 de enero, Eduardo Bolsonaro, hijo del mandatario brasilero, estaba en Washington con Ivanka Trump y otros líderes de su internacional conservadora. Cuando los revoltosos no lograron su aparente objetivo y Joe Biden prestó juramento, Eduardo -que también encabeza la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de Brasil- reaccionó con desazón… por la incompetencia de los insurrectos. “De haber estado organizados, habrían podido tomar el Capitolio y hacer reclamos previamente establecidos por el grupo invasor”, dijo. “Nadie de su lado habría muerto, y habrían necesitado un mínimo poder de guerra para matar a la policía que estaba adentro y a los congresistas que todo el mundo odia.”
El drástico recambio de gabinete implementado por el presidente Jair Bolsonaro este lunes parece diseñado para evitar un destino similar: organizarse ahora, para evitar ser “removido ilegítimamente” después. Aunque parezca una interpretación conspiranoica, es una reacción lógica ante el desarrollo de los acontecimientos en Brasil, incluida la espiral de muertes por Covid-19, la renovada amenaza de juicio político por parte del Congreso, y el inesperado ascenso del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva, pesadilla viviente de la derecha brasileña y fuerte contendiente para las elecciones de 2022. Bajo presión, Bolsonaro se refugia en sus aliados más cercanos, y sobre todas las cosas, trata de asegurarse en apoyo necesario de las Fuerzas Armadas, los que tienen, justamente, “poder de guerra”. El otrora “Trump de los Trópicos” está decidido a evitar los que considera errores de su ídolo.”
El lunes, Bolsonaro realizó cambios en casi un tercio de su gabinete, incluidas áreas críticas, como el Ministerio de Justicia y Relaciones Exteriores. Pero su decisión más trascendente es la destitución de su ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva. General retirado, Azevedo ya había tomado distancia públicamente de Bolsonaro en mayo de 2020, durante otro brote de inestabilidad institucional, cuando el presidente declaró que no permitiría “más interferencias” del Supremo Tribunal y que “las Fuerzas Armadas están de nuestro lado”.
En respuesta, Azevedo publicó una carta en la que declaró que los militares no intervenían en política y llamó a “la independencia y la armonía” entre los tres poderes de gobierno. Aunque el enfrentamiento se aplacó, al parecer Bolsonaro nunca lo perdonó, y decidió que las tensiones del año 2021 exigían una figura más leal, que le asegure el apoyo incondicional de los militares. Azevedo claramente hizo alusión a la razón de su despido en una carta fechada el lunes donde dice “haber preservado a las Fuerzas Armadas en tanto instituciones del Estado” bajo el mando de Bolsonaro.
Resta saber si a Bolsonaro este juego de poder le sale bien o le sale por la culata. Las Fuerzas Armadas están divididas entre los cuerpos de oficiales que maduraron durante la catástrofe posterior a la dictadura de 1964-1985 y que detestan ser asociados con la interferencia política, y una generación más joven, cuyo odio a la izquierda los hace saltearse esos recelos.
A través de intermediarios y otros recursos, los cuerpos de oficiales dejaron en claro en numerosas ocasiones durante 2021 que a pesar de la presencia de decenas de militares retirados o en actividad en en puestos claves del gobierno actual, su apoyo al presidente no es incondicional. El Ministerio de Defensa también informó la renuncia de los jefes de las tres fuerzas, el Ejército, la Armada y la Aeronáutica, y fuentes militares aseguran que la defección en masa fue en protesta por el despido de Azevedo.
“Acá lo que se dice es que las Fuerzas Armadas se niegan a apoyar el proyecto autoritario de un presidente aislado”, revela una fuente militar. Pero eso podría terminar favoreciendo a Bolsonaro, al dejarle el campo libre para designar a comandantes más leales al frente de las tres fuerzas.
Las razones de la inseguridad de Bolsonaro son fáciles de entender. El Covid-19 se cobra diariamente la vida de más de 2500 brasileños, y en los últimos días Brasil se convirtió en el tercer país con más víctimas fatales del mundo. Las élites políticas y empresarias de Brasil culpan de la masacre en curso al negacionismo y la desorganización del presidente, que también se han cobrado su precio sobre la economía, y ya son varios los que esperan también una recesión, menor, durante la primera mitad de este año. El 24 de marzo, el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, puso en aviso al presidente, evitando usar la palabra “juicio político”, pero advirtió que el Congreso tenía “remedios” a su disposición, “algunos de ellos, letales”.
En un país donde desde la década de 1990 fueron sometidos a juicio político dos presidentes, la amenaza es más que clara. La mayor parte de los cambios en el gabinete de Bolsonaro fueron pensados para apuntalar su alianza con el “Centrão”, la metamórfica y conocidamente desleal coalición a la que pertenecen Lira y varios otros miembros claves del Parlamento.
El plan B
Pero si la jugada sale mal -y la historia demuestra que puede darse-, Bolsonaro parece tener un claro Plan B: contar con la mayor cantidad posibles de hombres de armas de su lado, ante un potencial juicio político o un resultado adverso en las elecciones 2022. Sí, puede sonar alarmista o melodramático: hay que ver si las Fuerzas Armadas o el resto de las aun resilientes instituciones democráticas de Brasil permitirían una secuencia de hechos como esos. Pero una de las cruciales lecciones que dejó el 6 de enero de 2021 en Estados Unidos es aprender a prestar atención cuando los aspirantes a autócratas dicen quiénes son y lo que planean hacer.
La nostalgia de la dictadura o el odio a la izquierda “comunista” han sido el único hilo ideológico coherente de Bolsonaro en sus 30 años de carrera política. Tan solo en estas últimas semanas, el presidente advirtió sobre un posible “fraude” en las elecciones de 2022, habló de “mis” Fuerzas Armadas, impulsó decretos que permiten que sus seguidores estén armados, y dijo ante una multitud de cadetes del ejército que “si de mí dependiera”, Brasil viviría bajo un sistema político diferente, presumiblemente autoritario. Con excepción del norcoreano Kim Jong-un, ningún otro mandatario de peso tardó tanto en reconocer el triunfo de Joe Biden en la elección. Y las razones podrían tener que ver menos con la poca afinidad ideológica que con la imagen de su incierto futuro.
Americas Quarterly
Traducción de Jaime Arrambide
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