Cómo trabaja el "ejército" de voluntarios de Hillary Clinton en un estado clave
Nevada solía ser republicano pero hoy es uno de los estados pendulares tras el crecimiento de la población latina; 9 de los 10 últimos presidentes ganaron en ese distrito
LAS VEGAS, Nevada.- Ramesh Shah pasa sus días golpeando puertas y llamando por teléfono a la gente para que voten por Hillary Clinton. A sus 72 años, viajó junto a su esposa, Kokila, desde Houston, Texas, un bastión republicano, hasta Las Vegas, en Nevada, uno de los estados que decidirán la elección presidencial, para ser voluntario.
“Lo mejor de la campaña es convencer a la gente de ir a votar, porque si van, y votan, su conciencia los va a guiar”, dice Shah a LA NACION, confiado, en una charla en una de las oficinas de la campaña de Clinton, en un centro comercial de Las Vegas.
Todos los días, Ramesh y Kokila van a esa oficina, una de las 16 de Clinton en Nevada, llaman a los teléfonos de las planillas que les entregan, parecidas a los padrones electorales, y salen por unas horas a “peinar” barrios de la ciudad, golpeando puerta por puerta para hablar con votantes.
Ambos integran el ejército de voluntarios de Clinton, hombres y mujeres que desde hace semanas trabajan día, tarde y noche en rincones calientes del país con un sólo propósito: llevar a la coalición de Clinton a las urnas, y garantizar su triunfo el 8 de noviembre.
En Estados Unidos, el voto es voluntario. Vota el que quiere, y la gente tiene que registrarse para hacerlo. Quién vota y quién se queda en su casa decide el ganador. Por eso, las campañas ponen plata y gente para “salir a buscar el voto”. Muchas personas, como Ramesh y Kokila, viajan a los “swing states”, como Florida, Ohio, Pensilvania, y, también, Nevada, para torcer la elección.
“Estamos los dos retirados, así que mejor hacemos esto a tiempo completo”, se ríe Shah, que nació en India, y hace 46 años vive en Estados Unidos.
Drogas, armas y la Casa Blanca. Todo eso está en juego en Nevada. Junto a la elección presidencial, habrá un referéndum para legalizar el uso recreativo de la marihuana -al igual que en California, Arizona, Maine y Massachussets- y otro para regular las ventas privadas de armas de fuego, un tema candente de la campaña. Nevada era republicano, pero en los últimos años, su perfil demográfico cambió, comenzó a parecerse más al de California, y se convirtió en un “swing state” (estado pendular). Ahora, uno de cada cuatro habitantes es latino. Nevada, dicen por aquí, elige presidentes: ha votado por el ganador de la Casa Blanca en nueve de las últimas 10 elecciones presidenciales.
Al igual que en otros “swing states”, Clinton ha volcado más dinero en publicidad y en la operación territorial para buscar votos. Sus voluntarios son el corazón de ese esfuerzo.
Como en Florida, Carolina del Norte, Arizona o Virginia, en Nevada los latinos pueden volcar la elección para uno u otro bando.
Clinton lo sabe. Antes del último debate, en Las Vegas, fue a Tacos El Gordo, un emblemática cadena de taquerías mexicana importad desde Tijuana. Pidió un taco al pastor y uno de carne asada, saludó a los comensales y se sacó fotos con el personal. Roxana Navarro, mexicana de 30 años, una de las cajeras, la recibió con un abrazo.
“Le dije que mi hermano iba a votar por ella, le dije «que Dios la bendiga» y le di un abrazo, y ella como que se conmovió un poco cuando le dije eso”, dice Navarro a LA NACION. No esconde su desagrado por Donald Trump, el candidato republicano: “Trump es corrupto, igual con su mujer, que es una corrupta. No intimida, y dice que le van a robar los votos porque sabe que va a perder”.
Una sola oficina para Trump
A unos metros, en otra mesa, Ron Sokolsky, un militar retirado, republicano, corpulento de 73 años, termina su almuerzo junto a su mujer, Carolyn. Ambos votarán por Trump, y a favor de la legalización de la marihuana y de los controles a las ventas de armas. No esconden, tampoco, su desagrado por Clinton.
“Prefiero a Trump antes que a Clinton. Creo que puede ser un presidente fuerte si elige colaboradores fuertes. Y no confío en Clinton... su propensión a mentir, es muy buena en eso”, dice Sokolsky. Dice que Trump le gusta porque es un hombre de negocios, no un político, y entiende de negociaciones.
Trump ha apostado todo a su magnetismo, y a la fidelidad de su base, y su descontento con el status quo. En Nevada, sólo tiene una oficina. Vicky Epperson, una mujer de 69 años, es uno de sus voluntarios. Hace oídos sordos a las acusaciones de acoso sexual contra el magnate. “No me importa. Si va a sacar adelante a la economía, me tiene”, dice. “La industria se fue del país. Tenemos que traerla de vuelta”, apunta.
Clinton tiene otra ventaja: el respaldo de los sindicatos. Culinary, el sindicato gastronómico, uno de los más poderosos, organizó antes del último debate, una peculiar protesta frente al hotel de Trump en el emblemático “strip” de Las Vegas: reunió food trucks [camiones donde se vende comida], en su mayoría, tacos, para armar un "muro".
Vicente Padilla, un mexicano de 68 años, vende raspados, el nombre mexicano para los conos de hielo, en su furgoneta, llamada “Patty”, en honor de su mujer, Patricia, de 50 años. Ambos fueron a la protesta junto a su hija, Karla, de 21 años.
“Ese señor Trump... no sé cuáles son sus raíces, pero tiene una mentalidad muy sucia. Los latinos no queremos mucho, sólo una oportunidad de suelo, de sobresalir”, dice Vicente, que votará por Clinton. Su hija también lo hará, aunque hubiera preferido votar al senador socialista, Bernie Sanders. Dice que no conoce un sólo latino que vote por Trump, aunque los haya. “Parece que Trump cree que todos los latinos son indocumentados –dice–, pero hay muchos de nosotros, y vamos a votar”.
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