Cómo se planeó el Día D, la audaz operación que puso a los aliados camino a la victoria en la Segunda Guerra Mundial
El desembarco en Normandía, del que este jueves se cumplen 80 años, se planeó durante varios meses, con maniobras de distracción y acumulación de tropas y equipamiento; el ataque se desplegó sobre cinco playas francesas
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Fue el principio del fin. Cuando los primeros soldados aliados pusieron pie en la costa de Normandía, en el norte de Francia, en la madrugada del 6 de junio de 1944, el Tercer Reich, que según sus mesiánicos creadores debía durar mil años, se derrumbó como un dominó para pasar a ser solo una página oscura en la historia moderna.
Los miles de soldados, en su mayoría norteamericanos, británicos y canadienses, que desembarcaron desde las seis y media en los sitios designados con antelación, estaban clavando un puñal en el corazón de la estructura bélica alemana. El avance tierra adentro fue desde entonces inevitable, y al cabo de un año, con sucesivos combates país tras país, Alemania cedió y Europa fue libre.
Los oficiales nazis, desesperados por una guerra que veían que se les iba de las manos, sabían que era inminente una invasión aliada. Para ellos era esencial evitar el desembarco y no tener otro frente abierto en el continente. Ya bastante tenían con el avance desde el este de las tropas soviéticas, que venía a toda marcha tomando desquite de la traicionera invasión alemana de 1941.
¿Pero dónde sería exactamente el ataque aliado? ¿Cuándo lo lanzarían? ¿Y con cuántas fuerzas? Fueron las mismas preguntas que se hicieron los aliados muchos meses antes, cuando se pusieron manos a la obra para lanzar la operación por aire, mar y tierra más masiva de todos los tiempos.
Nada fue apresurado. Ninguna decisión era sencilla ni evidente. Al final del día, fueron tan importantes los números siderales de la operación, en tropas, vehículos y equipo, como la estrategia, el ingenio y la sorpresa, factores cruciales que determinaron el éxito del desembarco. Lo que abrió las aguas de Gran Bretaña a Normandía, como Moisés el Mar Rojo, no fue solo la aplanadora marcial de la industria de armamentos.
“La parte más fuerte de la operación fue la planificación estratégica aliada. Al final de la Segunda Guerra Mundial, el general George Marshall calificó la cooperación entre Estados Unidos y Gran Bretaña como ‘la más completa unificación del esfuerzo militar jamás lograda por dos naciones’”, dijo a LA NACION la analista militar Kelly Grieco, especialista en Defensa y Seguridad del Stimson Center, con sede en Washington.
“La estrecha cooperación de los aliados mejoró el plan. Los norteamericanos querían lanzar la invasión de Europa occidental mucho antes, en 1943, pero los británicos se opusieron. Llevaban años luchando contra los alemanes, instruidos durante Dunkerque y la batalla de Dieppe, y sabían que los norteamericanos eran demasiado inexpertos para lanzar una operación tan grande y compleja. Los británicos convencieron al presidente Franklin Roosevelt de que lo mejor era esperar. En su lugar, los aliados invadieron el norte de África, donde los norteamericanos adquirieron una experiencia muy necesaria para que la invasión del Día D fuera un éxito en 1944″, agregó.
Los nazis tendrían las respuestas a sus preguntas en la madrugada del Día D. De pronto los aliados, puro sigilo hasta entonces, luego de sembrar confusión durante meses con pistas falsas, y tras amasar la más formidable fuerza de desembarco, fueron un libro abierto y le dieron al Ejército enemigo la lección de su vida.
El ataque se produjo en cinco playas de la costa de Normandía, designadas con los nombres clave de Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword, un frente de 80 kilómetros de extensión. Más de 23.000 paracaidistas hicieron un trabajo previo, lanzándose durante la noche detrás de las líneas enemigas para neutralizar las fortificaciones, tomar los puntos estratégicos y asegurar la retaguardia. Miles de buques de guerra y lanchas de desembarco aguardaban en una zona del Canal de la Mancha denominada “Piccadilly Circus”. A lo largo de la guerra, los alemanes no habían logrado llegar a Londres, y ahora Londres iba por ellos.
A las seis y media de la mañana, pasado el amanecer, los asombrados soldados que custodiaban la costa vieron el mar punteado de miles y miles de embarcaciones. Para ellos, imposible contarlas. Fueron cerca de 7000, con 156.000 hombres y 10.000 vehículos a bordo. Los barcos tenían también el apoyo de enormes fuerzas aéreas y navales, con 11.000 aviones, mucho más fuertes que las alemanas. Los bombardeos martillaron las posiciones enemigas, incluyendo el llamado “Muro del Atlántico”, un conjunto discontinuado de fortificaciones que recorrían 4400 kilómetros de costa.
El plan inicial de los aliados era lanzar el ataque el día anterior, el 5 de junio, cuando se esperaba un mar calmo, luna llena y aguas bajas con las primeras luces. Pero no sucedió. En cambio, hubo tormenta y se debió reajustar el calendario para el día siguiente. La operación se llamaba Neptuno, pero no por eso el mar se dignaría a obedecer.
Lanzado el desembarco, el elemento sorpresa ayudó a las tropas británicas a afianzarse en la playa Gold. Canadienses, británicos y norteamericanos controlaron también Juno, Sword y Utah.
Pero en Omaha, dificultades en la navegación provocaron que la mayoría de las lanchas de desembarco no alcanzaran sus objetivos, y los norteamericanos se encontraron con una división de tropas alemanas de primera línea. Fue donde más vidas se perdieron, y el hueso más duro de roer.
Cerca de 4400 soldados aliados murieron el Día D, con otros 5000 heridos. Más difícil de estimar, los alemanes perdieron entre 4000 y 9000 hombres. Vendieron cara la derrota, pero al cabo de las horas fueron diezmados por el vendaval inverosímil de hombres, fusiles y bombas que se les vino encima. No había salida.
La responsabilidad fue más bien de las autoridades militares, de los estrategas que dudaron por dónde vendría el ataque, eligieron mal y desprotegieron la zona, que quedó con un número limitado de divisiones.
“Los militares alemanes no respondieron bien. La resistencia que ofrecieron en Normandía fue menor de la esperada por los aliados. El engaño de los aliados antes del desembarco funcionó bastante bien. Los alemanes no pensaban que desembarcarían en Normandía, por lo que no estaban preparados. Incluso si hubieran sabido con certeza que Normandía era el destino correcto, las fuerzas alemanas estaban muy mermadas en ese momento. Tanto la Marina como la aviación no podían hacer mucho para frenar el asalto, y las mejores fuerzas alemanas restantes estaban en el este”, dijo a LA NACION Pamela Swett, experta en historia moderna alemana y decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad McMaster, de Canadá.
¿Qué hicieron exactamente los aliados para engañar a los nazis, como destacan los historiadores de la guerra? Ya lo decía el primer ministro Winston Churchill: “En tiempos de guerra, la verdad es tan preciosa que debe ser escoltada por una guardia de mentiras”. Pues bien, más que una guardia, los aliados crearon un ejército de mentiras. Dieron a entender que tenían cerca de 350.000 hombres, con unos cuantos miles de barcos y aviones, emplazados en Dover frente a otro punto de la costa francesa, Pas-de-Calais.
Para lograr el engaño hicieron crecer el tráfico de mensajes de radio desde esa zona, de modo que los operadores nazis que captaran las señales creyeran que había un gran movimiento de tropas, en tanto construían aviones, barcos y tanques falsos, de utilería, hechos de madera o goma inflable, una tarea que estuvo a cargo de los técnicos de un estudio de cine británico.
Los aliados debieron seguir peleando duro durante los días que siguieron para ganar terreno y no ser empujados de nuevo a la costa. Como dijo a LA NACION Robert Gildea, profesor de historia moderna de la Universidad de Oxford, una vez más fue fundamental la coordinación entre británicos y norteamericanos. Pero también entre ellos y los soviéticos, que lanzaban su propia aventura concluyente para barrer a los nazis de Europa y de la historia.
“El factor principal del éxito fue probablemente el tamaño y la coordinación de las fuerzas aliadas, recordando que la Operación Bagratión soviética se lanzó el 22 de junio y liberó Bielorrusia, Lituania, Polonia y Rumania a finales de agosto. Y tan importante como el Día D fue la Operación Dragoon en Provenza, el 15 de agosto, que provocó la rápida derrota de las fuerzas alemanas en el nordeste y la liberación de Lyon, París y otras ciudades en diez días”, dijo Gildea, autor de varios libros sobre Francia.
Los alemanes digirieron mal la derrota. Según Swett, la cosa venía mal desde antes, y el desembarco de Normandía de alguna manera profundizó la sensación de fracaso tanto entre las Fuerzas Armadas como en la sociedad alemanas. “Hitler culpó a sus generales. El jefe del Estado Mayor del Ejército [Kurt Zeitzler] dimitió el 1 de julio. El mariscal de campo en el oeste Karl von Rundstedt fue despedido, al igual que el comandante aéreo Hugo Sperrle. Estos hombres conocían ya los límites de las Fuerzas Armadas alemanas, pero Hitler se negó a aceptar la situación”.
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