Un destacado experto en guerra biológica pidió mayores restricciones a los líderes mundiales del G7, al advertir que estos centros escasamente regulados son una puerta de entrada para los terroristas
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Ya hemos visto lo que un virus fuera de control puede hacer al superpoblado y altamente interconectado planeta. Unos 166 millones de personas se han infectado en sólo 18 meses.
Oficialmente, el número de muertos por Covid-19 es de 3,4 millones, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que la cifra real es probablemente de 8 millones o incluso más.
Estados Unidos acaba de anunciar que está revisando los orígenes del virus y no descarta la posibilidad de que se haya escapado de un laboratorio en Wuhan, a pesar de que la OMS dijo a principios de este año que esta teoría era “extremadamente improbable”.
Pero siempre se supo el riesgo de que pasara algo así con un patógeno mortal.
Ahora, un destacado experto en guerra biológica ha pedido a los líderes de las principales naciones industrializadas, agrupadas en el G7, que consideren la posibilidad de imponer mayores restricciones, advirtiendo que los laboratorios escasamente regulados son una puerta de entrada para los terroristas.
El coronel Hamish de Bretton-Gordon es un militar reconvertido en académico que dirigió el Regimiento Químico, Biológico, Radiológico y Nuclear británico. Ha examinado de primera mano los efectos de la guerra química y biológica, especialmente en Irak y Siria.
“Desgraciadamente, he pasado gran parte de mi vida en lugares donde hay gobiernos canallas que quieren hacer daño a otras personas. Creo que estos laboratorios son un objetivo claro para terroristas y otros grupos, y depende de nosotros que se lo pongamos lo más difícil posible”, asegura.
Los controles internacionales sobre estos centros donde se crean y estudian virus peligrosos han demostrado ser inquietantemente débiles.
Aquellos que trabajan con patógenos de diferentes tipos se clasifican según su grado de potencial peligro biológico, siendo 1 el menor y 4 el riesgo más alto. Alrededor de 50 laboratorios de todo el mundo entran en la categoría 4, entre ellos Porton Down, cerca de Salisbury, el ultra secreto centro británico de investigación biológica y química.
Más de 3000 laboratorios
Porton Down se describe a menudo como el máximo estándar de la bioseguridad y, ciertamente, los laboratorios de categoría 4 están regulados de forma muy estricta. Pero los laboratorios de categoría 3, con controles más suaves, son mucho más comunes.
El coronel De Bretton-Gordon asegura que hay más de 3000 laboratorios de categoría 3 en todo el planeta. La mayoría se dedican a la investigación médica, pero eso suele implicar almacenar y realizar pruebas con virus como el Covid-19. Y algunos están en países como Irán, Siria y Corea del Norte, donde las motivaciones del poder gobernante son vistas con nerviosismo por gran parte del resto de países.
En comparación con la amenaza biológica, la investigación de armas químicas está mucho mejor regulada. La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) se creó en el marco de la Convención sobre Armas Químicas en 1997 y cuenta con 193 países miembros.
Está facultada para llevar a cabo inspecciones físicas para garantizar que no se lleven a cabo actividades ilegales de investigación y desarrollo. Como han demostrado los acontecimientos en Siria, no ha podido erradicar la fabricación y el uso de armas químicas, pero la OPAQ es activa y eficaz.
El control de la investigación y el armamento biológico es menos riguroso. La Convención sobre Armas Biológicas (CAB), que prohíbe efectivamente las armas biológicas y tóxicas, entró en vigor en 1975. Pero es menor el número de países que pertenecen a la CAB, y nunca se ha podido acordar un régimen de verificación adecuado para asegurarse de que los miembros cumplan todos sus términos.
¿Una oportunidad para el G7?
El coronel De Bretton-Gordon espera que los riesgos que plantean los centros biológicos en todo el mundo se incluyan en la agenda de la cumbre de líderes del G7 en junio, y ha estado presionando a los ministros del gobierno británico para que impulsen controles más estrictos.
Entre sus partidarios se encuentra un antiguo jefe de la CIA, el general David Petraeus. “Creo que prácticamente cualquier presidente estadounidense querría apoyar esta sugerencia. Los líderes del mundo deberían llevarla adelante. Algunos pueden oponerse a la idea por sus propias razones -Corea del Norte, por ejemplo-. Pero creo que la gran mayoría la querría”, considera el general Petraeus.
Entre 2007 y 2008, el general Petraeus fue el comandante de la fuerza multinacional liderada por Estados Unidos en Irak, un país que, bajo el mandato de Saddam Hussein, estuvo bajo sospecha de fabricar armas químicas y biológicas, aunque no se encontró ninguna tras la invasión liderada por Estados Unidos en 2003.
El tiempo que estuvo a cargo de la CIA reforzó su temor a que las armas biológicas bajo el control de un gobierno malintencionado pudieran suponer una amenaza muy grave.
Durante décadas, los países han presionado para conseguir un mayor control de las armas nucleares y, más tarde, de las armas químicas, así como de la investigación que las desarrolla. Ya hubo muchas muertes por estas causas: las armas químicas mataron a miles de kurdos en Irak en 1988, y un número desconocido de sirios durante la actual guerra civil.
Pero dado que 8 millones de personas pueden haber muerto a causa del coronavirus, la posibilidad de que un virus se escape de uno de los 3000 o más laboratorios que no están controlados exhaustivamente hace que la amenaza biológica sea aún más peligrosa.
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