Cómo promover la democracia sin hablar de democracia
VIENA.- Un hilo conecta las negociaciones en Viena sobre el programa nuclear de Irán y la reapertura de las embajadas de Estados Unidos y Cuba, que el presidente Barack Obama anunció en Washington. El espíritu que inspira ambas iniciativas es el mismo.
En 2008, durante la campaña electoral, Obama prometió dialogar con países enemigos. Lo ha cumplido. La Casa Blanca confía en que el diálogo propicie la democratización de Cuba y una mejora de la relación con Irán que contribuya a estabilizar Medio Oriente.
Estados Unidos rompió las relaciones diplomáticas con Cuba en 1961, después de la revolución. Con Irán, las rompió en 1980, después de otra revolución. En ambos casos, la superpotencia de la Guerra Fría perdió a un socio de valor estratégico y vio cómo caía en la órbita de movimientos hostiles, el comunismo y el islamismo.
Las diferencias entre el deshielo cubano y el iraní son notables. Estados Unidos y Cuba retomaron las relaciones diplomáticas. Obama se reunió con el presidente cubano, Raúl Castro. Seguramente el momento en el que el mundo estuvo más cerca del apocalipsis atómico fue la crisis de los misiles en Cuba, pero hace años que dejó de amenazar a Estados Unidos o a sus aliados.
Irán es distinto. Los socios de Estados Unidos en Medio Oriente lo ven como un peligro para la estabilidad de la región, una de las más inestables del planeta. Las potencias sospechan que quiere obtener la bomba nuclear. Y la posibilidad de que Estados Unidos e Irán retomen las relaciones diplomáticas queda lejos.
Pese a las diferencias, en Teherán y en La Habana, en Washington y en Viena, se dirime hoy lo mismo: la eficacia de la doctrina Obama.
Los críticos denuncian el peligro de hacer concesiones a regímenes teocráticos o autoritarios. Recuerdan a los opositores y disidentes perseguidos en Irán y Cuba.
Es, según este punto de vista, la realpolitik en su peor versión: el realismo que se olvida de los valores democráticos y los derechos humanos y acaba perjudicando los intereses nacionales.
La democracia no figura en la agenda de las negociaciones con Cuba ni con Irán. Pero la democracia, según Obama, no llega con una varita mágica. Ni con bombas. El cambio por medio del acercamiento, Wandel durch Annäherung, era la frase que definía la Ostpolitik, la política hacia el Este del canciller alemán Willy Brandt. La esperanza era que, con apertura al otro bloque, acabaría cayendo el Muro.
Una idea similar impulsa la doctrina Obama. La Casa Blanca no cree que Cuba se convierta en un Vietnam o una China del Caribe, una economía capitalista con un régimen autoritario: la proximidad geográfica y cultural con Estados Unidos lo diferencia de los países asiáticos.
Según este argumento, el comercio y el turismo estadounidenses abrirán las ventanas, airearán la isla y acabarán precipitando el cambio.
Con Irán no se habla de derechos humanos y democracia. La negociación se ciñe al programa nuclear iraní. Pero Obama está convencido que las consecuencias de un acuerdo lo trascienden. "Un acuerdo nuclear logra bastantes cosas a la vez", dijo su asesor Ben Rhodes.
En Cuba y en Irán, Obama espera que los cambios pragmáticos provoquen transformaciones duraderas. El acuerdo con Cuba está cerrado. En Viena, los negociadores se han dado una semana, hasta el próximo martes, para cerrar un acuerdo que culminaría dos semanas intensas en Estados Unidos. Un hilo conecta la legalización del matrimonio homosexual y la reforma de la salud de Obama con el deshielo con Cuba e Irán. Estados Unidos cambia. Su lugar en el mundo, también.
© El País, SL
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