Unas pocas personas lograron escapar; muchos de los que estaban aún despiertos intentaron buscar vanamente refugio
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Esa noche del año 79 d. C., los habitantes de Pompeya y Herculano fueron a dormir con la muerte. El monte Vesubio despertó de su letargo y vomitó roca ardiente y ceniza hasta 20 kilómetros más allá de sus laderas. Las poblaciones en sus cercanías quedaron sepultadas bajo un manto denso de piedra derretida. Unos pocos lograron escapar. Muchos de los que estaban aún despiertos intentaron buscar vanamente refugio. Un grupo de ellos, unos 300, se escondieron en 12 cámaras frente al mar cerca de la ciudad de Herculano.
Los restos de un centenar de ese grupo, más de 1500 años después, fueron analizados por un equipo de científicos italianos que determinaron por primera vez cómo fueron sus últimos momentos aquella madrugada.
La investigación, publicada en la revista PLOS One, revela que la avalancha de flujos piroclásticos (una nube de cenizas y gases venenosos ardientes) que los cubrió conllevó que les hirviera la sangre y sus cráneos explotaran.
Los análisis realizados a los huesos sugieren, según el estudio, “un patrón generalizado de hemorragia inducida por el calor, aumento de la presión intracraneal y estallido del cráneo”.
¿Cómo llegaron a esta conclusión?
Cuando analizaban los restos óseos, el equipo de arqueólogos de la Universidad Federico II de Nápoles descubrieron un detalle que había sido obviado en investigaciones anteriores: un polvo negro y rojizo que impregnaba los huesos.
Un estudio posterior del material a través de una espectroscopía de plasma reveló que los residuos estaban compuestos mayoritariamente de óxido de hierro. Sin embargo, se constató que los restos humanos no habían estado en contacto con objetos metálicos.
Un nuevo análisis llevó a determinar que se trataba de “la degradación térmica de la hemoproteína de las víctimas de la erupción”, es decir, de su sangre.
Así, el estudio sugirió que la muerte de estas personas se debió a una rápida vaporización de los fluidos corporales y tejidos blandos debido a la exposición al calor extremo.
“Un hallazgo extraordinario se vincula a cráneos llenos de ceniza, lo que indica que después de la evaporación de los líquidos orgánicos, el cerebro fue reemplazado por ceniza”, indica el estudio.
“La presencia de una ceniza de este tipo en todas las víctimas, incluso las que muestran efectos de un calor menor, proporciona evidencia de que la oleada fue lo suficientemente caliente y fluida para penetrar en la cavidad intracraneal poco después de que desaparecieran los tejidos blandos y los fluidos orgánicos”, agrega.
Los investigadores aseguran que esta es la primera evidencia experimental que muestra una rápida vaporización de los fluidos corporales y los tejidos blandos tras la erupción del Vesubio.
¿Y qué pasó en Pompeya?
De acuerdo con el estudio, en la fase temprana de la erupción, las primeras muertes ocurrieron en Pompeya como resultado del colapso de techos y pisos debido a la acumulación de piedra y cenizas.
En las horas siguientes, los habitantes de esta ciudad, de Herculano y de otros asentamientos que no pudieron evacuar a tiempo, fueron enterrados por las nubes piroclásticas.
Sin embargo, Pierpaolo Petrone, investigador principal del estudio, explicó a medios italianos y de Estados Unidos que en el caso de los habitantes de Pompeya la muerte fue “menos trágica”.
“En Pompeya, ubicada a unos 10 kilómetros del volcán, la temperatura fue más baja, de alrededor 250-300 °C. Fue suficiente para matar a las personas al instante, pero no como para vaporizar la carne de sus cuerpos”, explicó a la revista Newsweek.
Según el experto, en el caso de los habitantes de esa ciudad, luego de que se enfriaran las cenizas, alrededor los cuerpos intactos, la lenta desaparición de la carne dejó una cavidad en torno al esqueleto, lo que permitió que se rellenaran dichas cavidad con yeso, de ahí la forma en la que han conservado algunas de las víctimas.
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