Anne-Marie Dias Borges cuenta en primera persona la icónica idea de su papá adoptivo, Christian Potut
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Fue el accesorio para el cabello preferido en los años 90 -moderno pero funcional- y volvió a aparecer durante los confinamientos por el Covid-19, cuando no era posible ir a la peluquería.
Pero poca gente sabe que la pinza de garra o broche de pelo comenzó su andadura en un humilde taller en Francia y que la inventó mi padre adoptivo.
“Teníamos un dicho: ‘Dondequiera que vayas en el mundo, encontrarás una botella de Coca-Cola, un póster de Michael Jackson y nuestra pinza para el pelo’”, me recordó.
Me crié en Francia entre dos familias. Mi madre biológica, María, es de Cabo Verde, frente a la costa de África occidental. Huyó de las islas cuando se quedó embarazada de mí, con 24 años, deseosa de dejar atrás su vida de penurias para tener un futuro mejor en Europa.
Eso significó escapar en medio de la noche para tomar un avión a Guinea-Bissau. Desde allí fue un viaje turbulento de varios meses hasta llegar a Portugal y luego a Francia, ayudada por amigos y familiares en el camino.
Nací semanas después, en diciembre de 1976, en Riom, una pequeña ciudad del este de Francia. Dormíamos en la calle en pleno invierno hasta que ella descubrió un habitáculo abandonado. Su salud nunca fue la misma desde entonces.
Una joven pareja francesa, Christian Potut y su esposa, Sylviane, se enteraron de nuestra situación y se ofrecieron a acogerme durante una noche y a ayudar a mi madre a encontrarnos un hogar.
Sin embargo, de alguna manera, nunca me fui.
Mi madre biológica, María, siempre le decía a la familia Potut que la vida les devolvería su generosidad. Y resultó que tenía razón.
Haciendo memoria
Avancemos hasta los años 80, una época de grandes teléfonos, grandes cabellos y, para Christian Potut, también de grandes sueños.
Dejó la escuela a los 14 años sin ninguna cualificación, pero con una gran pasión por hacer cosas. Con 27 años y sin dinero, montó un pequeño taller en un viejo horno de pan de 17 metros cuadrados en el jardín de sus padres.
Pero el negocio se fue ampliando poco a poco y, en 1986, la empresa del matrimonio, CSP Diffusion, abrió su primera fábrica en nuestra ciudad, Oyonnax, en la que fabricaban diversos artículos de plástico, como cintas para el pelo, peines e incluso yoyos.
Entonces llegó el momento que cambió nuestra suerte para siempre.
“Un día crucé y descruzé los dedos”, dijo Potut. “Y fue entonces cuando se me encendió la lamparita. Me dije: ‘Vendo peines y clips, ¿por qué no combino los dos?”.
Y así nació la icónica pinza para el pelo en forma de garra.
“Era para cualquier tipo de cabello: rizado, fino, grueso, largo o corto”, afirmó con orgullo.
Le pregunté si el hecho de tenerme a mí, una hija africana, hizo que reflexionara sobre la importancia de que los diseños sirvieran para todos los tipos de cabello.
“La verdad es que no”, respondió, o al menos no es una conexión que recuerda haber hecho conscientemente.
Pero su universalidad era adecuada para la época.
Era un momento en la que la alta moda y la calle se acercaban cada vez más, y las pinzas de garra eran baratas y democráticas, codiciadas tanto por los ricos como por la gente corriente.
“Esta pinza me transporta a mi infancia, cuando mi madre la utilizaba a diario con sus clientas”, afirmó el peluquero y embajador de la marca L’Oréal, Alexis Rosso.
“También fue un gran cambio para las mujeres de color, para las que tener el pelo largo y relajado estaba de moda en ese momento. Esta pinza cambió el juego para las mujeres de todas las razas”, aseveró.
El boom
Con el tiempo, las pinzas de garra estaban en todas partes, incluso en el icónico peinado de Rachel, el personaje que Jennifer Aniston interpretaba en la exitosa serie de televisión Friends.
Pero no fue hasta que mis amigas del colegio me pidieron más y más pinzas que me di cuenta del éxito que tenían.
A mediados de los años 90, nuestra empresa familiar vendía cientos de miles de pinzas al mes en todo el mundo, la fábrica se amplió y la plantilla se incrementó hasta 50 personas para satisfacer la creciente demanda.
Durante las vacaciones escolares, me sentaba en el taller junto a los hijos de Christian y Sylviane, Sandrine y Jean-François, y revisaba cada pinza, una por una, limpiando las marcas y eliminando el exceso de plástico antes de embalarlas para su envío.
Una cosa que se me queda grabada es el olor a plástico derretido. Puede parecer extraño, pero para mí ese olor resume los cálidos recuerdos de la infancia.
Es difícil de creer la cantidad de trabajo que conlleva un artículo tan pequeño.
“Primero viene el dibujo”, explicó Christian. “Luego hacemos una maqueta de resina, un molde de yeso, y vertemos un tipo de aleación metálica encima para obtener el molde definitivo”, prosiguió.
“A continuación, este molde se acopla a una enorme máquina de prensado. En su interior se vierte acetato líquido y caliente. Cuando se enfría, la garra toma forma y se inyecta. Es un verdadero trabajo de amor. Antes tardaba unas 200 horas en crear un solo molde”, relató.
“Era brillante, tan innovador”, recordó Fanny Lappas en Atenas, que fue una de las primeras y mayores clientas de mis padres, que llegó a pedir hasta 100.000 pinzas a la vez.
Hasta la realeza cayó
Hoy asociamos las pinzas de garra con colores clásicos como el negro y el carey.
Pero en los años 80 y 90, estar al día con las últimas tendencias significaba traer a consultores de moda y color para ofrecer una amplia paleta, y contratar a la marca de joyería Swarovski para una gama exclusiva de diamantes digna de la realeza.
“Una de nuestras clientas era la única proveedora de la familia real sueca; su tienda en Estocolmo era como de un cuento de hadas”, rememoró mi madre adoptiva.
“Tenía hileras e hileras de nuestros clips con pedrería -nuestros artículos más caros- y vendía todos y cada uno de ellos”.
En Reino Unido también gustaban nuestros diseños frescos y emocionantes. Paul Criscuolo, uno de los clientes de mis padres, me contó que era la primera pinza para el cabello de este tipo que veía.
“Llevaba años en el negocio, pero cuando Christian llegó a nuestra oficina de Londres con ese clip supe enseguida que sería algo exitoso”, dijo.
A medida que el negocio crecía, también lo hacía la creencia de mis padres en sus principios. La confianza era primordial.
“Vendimos muchas pinzas, pero también hicimos muchos amigos”, afirmó mi madre adoptiva.
Recorriendo el mundo
El éxito trajo consigo la oportunidad de viajar.
“Nunca había salido de nuestra región de Francia, pero con esta pinza me encontraba con clientes en Tokio, Toronto o Marruecos”, dijo Christian.
Para entonces ya era un adolescente y podía hablar algo de inglés, lo que me convertía en una ventaja para el equipo en los viajes de negocios al extranjero.
La primera vez que fui a Nueva York me quedé maravillada. Nos alojamos en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad y recuerdo que miré por la ventana y me prometí que yo también seguiría mis sueños.
Fue un trabajo duro, pero también hubo algunos fracasos memorables, como la vez que monté cientos de pinzas mal combinadas para un cliente muy importante en Nueva York.
Sin embargo, aprendí mucho de la experiencia y ahora compruebo dos o tres veces todo lo que hago.
Mi madre biológica dijo que no se arrepiente de los retos a los que nos enfrentamos, porque “sabía, en lo más profundo de mi alma que mi hija me vengaría y me haría sentir orgullosa”.
Siguiendo la senda
Mis padres adoptivos me abrieron su casa y su corazón, me dieron la audacia de soñar en grande y me animaron a venir a Reino Unido.
Sin todos ellos, no sería quien soy hoy, productora y presentadora del programa Cash Éco de BBC Afrique. Recientemente he sido votada como la sexta mujer africana más influyente de la diáspora y entre las 100 mujeres africanas más influyentes.
Es increíble ser testigo del renacimiento del invento de mi padre 30 años después.
“Sabemos que la moda tiende a repetirse, y al igual que las colas de caballo y los pantalones acampanados han regresado, también lo ha hecho esta prenda vintage”, afirmó Rosso, de L’Oréal.
“Seguimos sintiendo el mismo orgullo y emoción hoy en día cuando vemos a las generaciones más jóvenes llevando nuestra pinza. Es un verdadero diseño clásico”, comentó mi madre adoptiva.
Pero con todo ese éxito, ¿tienen algún remordimiento Christian y Sylviane Potut?
“Deberíamos haber solicitado una patente. El diseño estaba protegido en Francia, pero no en el extranjero”, admitió mi padre adoptivo.
“Hay copias en todo el mundo, pero se ha copiado porque sólo merece la pena copiar lo bueno”, agregó.
Y sé que algo de lo que no se arrepienten en absoluto es de haberme acogido.
“La gente nos llamaba locos porque eran inmigrantes africanos y apenas teníamos para nosotros, pero cuando te tuve en mis brazos, fue amor a primera vista”, me dijo mi padre adoptivo.
“Cuando te vi, sentí que eras mía”, añadió mi madre de acogida.
Por Anne-Marie Dias Borges
BBC News
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