Gracias a la valentía del pueblo danés, 7056 judíos daneses de una población total de 7800 fueron llevados a Suecia; así, evitaron su deportación y su muerte en los campos de concentración de Europa
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Era otoño en la Riviera danesa, una serie de pueblos pesqueros a lo largo de la costa a una hora al norte de Copenhague. En la ciudad de Gilleleje, los manzanos colgaban cargados de frutas en los jardines de las cabañas con techo de paja y las rosas rosadas florecían en las dunas que respaldaban la larga playa de arena.
Los turistas comían pescado y patatas fritas en el muelle junto a un puerto repleto de embarcaciones de recreo, y a poco menos de 18 km de distancia, al otro lado de un mar azul en calma, la costa de Suecia flotaba en el horizonte.
Era una escena escandinava idílica, pero no siempre este lugar había sido tan pacífico. Hace 80 años, en octubre de 1943, esta extensión de agua representó una vía de escape para los judíos daneses.
Si no lograban cruzar el agua desde la Dinamarca ocupada hasta la Suecia neutral, se enfrentarían a la deportación y posible muerte en los campos de concentración de Europa.
Gracias a la valentía del pueblo danés –y, en particular, de los pescadores y el pueblo de Gilleleje y otros a lo largo de la Riviera danesa– 7.056 judíos daneses de una población total de 7.800 fueron llevados a Suecia y a la libertad.
El hecho es aclamado como uno de los mayores actos de resistencia colectiva durante la Segunda Guerra Mundial.
Este octubre, Gilleleje inaugura un nuevo monumento para conmemorar el octogésimo aniversario. Y una nueva exposición en el Museo del Patrimonio Judío de Nueva York, titulada “Valentía para Actuar: Rescate en Dinamarca”, acercará la historia a un público más amplio.
Este acto de resistencia comenzó tres años y medio después de la ocupación alemana de Dinamarca.
“En el verano de 1943 las cosas no iban demasiado bien para Alemania en la guerra”, explicó Lisa Tomlinson, una guía turística local que me mostró los lugares históricos de la ciudad a través de seis placas conmemorativas, empezando por la modesta estación de tren.
“La resistencia danesa se estaba volviendo más valiente y en agosto se produjeron huelgas y sabotajes en todo el país. Hitler decidió dar una lección a los daneses y ordenó en septiembre una redada de judíos daneses que tendría lugar a principios de octubre”.
Mientras pasábamos por las cabañas de los pescadores y la iglesia de la ciudad, Tomlinson señala una tienda que alguna vez fue propiedad de un vendedor de telas que exhibía carteles antialemanes y a favor de la Real Fuerza Aérea danesa.
El gobierno danés había colaborado inicialmente con el régimen alemán, explicó, pero después de tres años y medio, ya habían tenido suficiente.
A finales de septiembre, se corrió el rumor entre políticos y rabinos de que los judíos daneses debían huir rápidamente: los nazis iban a acorralarlos en las noches del 1 y 2 de octubre.
La ruta más segura era tomar el tren hasta Gilleleje y encontrar un paso a través del estrecho de Øresund hacia Suecia.
En 1943, Gilleleje era un pueblo pesquero con una población de alrededor de 1.700 habitantes donde todos se conocían.
Los soldados alemanes estaban apostados en el hotel cercano y se les veía en las calles de la ciudad y alrededor del puerto.
Además, los lugareños estaban nerviosos por las visitas improvisadas de la Gestapo, estacionada en la costa de Helsingør.
Los pobladores sabían los riesgos que corrían, pero aun así se unieron para ayudar.
Se encontraron con los judíos que huían en las paradas de los trenes y los ocultaron hasta el anochecer, cuando podrían abordar barcos para el peligroso viaje de dos horas a través de mares tormentosos y azotados por el viento hasta Höganäs y otras ciudades a lo largo de la costa sueca.
“Había algo que Hitler había malinterpretado por completo”, dice Søren Frandsen, autor de un nuevo libro, Kurs Mod Friheden (El camino a la libertad), sobre los acontecimientos de octubre de 1943.
“Y eso era que aunque estas personas eran judíos, también eran daneses, y por supuesto se ayudarían unos a otros en caso de crisis”.
La responsabilidad de ayudar a otros en peligro estaba particularmente arraigada en la comunidad pesquera religiosa de Gilleleje.
Resilientes y conocedores del peligro, sabían de forma innata el valor de trabajar juntos, crear una red social y unirse para ayudar.
“La actitud general de los pescadores era ‘ayudamos a todas las personas que lo necesitan’”, dice Frandsen.
Liderados por el vendedor de telas, los habitantes del pueblo se movilizaron rápidamente, encontraron casas seguras, suministraron alimentos y mantas a las personas escondidas y recaudaron dinero para ayudar a quienes no podían pagar el viaje.
Una de ellos era Tove Udsholt, que entonces tenía sólo tres años y que había llegado a Gilleleje con su madre y con sólo una pequeña bolsa llena de ropa y su osito de peluche.
Su madre gastó el dinero que le quedaba en el pasaje de tren a Gilleleje y compró un pasaje de vuelta para evitar sospechas.
“Ese era el único dinero que tenía mi madre”, me dijo Udsholt, que ahora tiene 83 años, mientras me mostraba la iglesia Gilleleje. “Ella esperaba que la gente la ayudara. Así fue”.
Udsholt es una de las pocas personas que quedan con vida de las que participaron en la gran huida y ofrece charlas y recorridos turísticos regulares sobre sus experiencias.
Se escondió con su madre y varias otras personas en una buhardilla en Østergade, a sólo un par de calles de la iglesia.
“Los alemanes estuvieron patrullando todo el tiempo”, dijo, “y yo hablaba mucho. Era peligroso. Un pescador, Svend, vino con comida y mantas, me vio y le preguntó a mi madre si podía ir a casa con él. Ella dijo que sí, pero que tenía que traerme de vuelta”.
Udsholt fue a jugar con el pescador y su esposa a su casa en una calle vecina, mientras su madre se refugiaba en la buhardilla hasta que cayera la noche y las condiciones fueran lo suficientemente buenas para navegar hacia Suecia.
Mientras se escondían, alguien alertó a la Gestapo de un grupo de entre 80 y 90 judíos escondidos en el ático de la iglesia e inmediatamente los arrestaron y los deportaron al campo de Theresienstadt en Checoslovaquia.
Parada con Udsholt en el ático hoy en día, con sus tablas desnudas y pequeñas ventanas con vistas al puerto, era fácil imaginar el pánico y el miedo que debió sentir el grupo.
Al escuchar la noticia del arresto del grupo en la iglesia de la calle, se le dijo al grupo de Udsholt que tenían que irse inmediatamente.
“Mi madre tuvo sólo un segundo para tomar la decisión”, dice Udsholt. “Había oído el rumor de que si los pescadores tenían niños que lloraban o hablaban a bordo, les podía pasar lo peor”.
“Le dijo a Svend que él y su esposa podían tenerme hasta el final de la guerra, y que entonces ella regresaría a recogerme”.
Udsholt pasó el resto de la guerra en Gilleleje siendo una de los 135 niños judíos escondidos en Dinamarca y protegidos de los soldados alemanes por la población local, quienes corrieron una gran riesgo ellos mismos.
Recuerda mirar por encima del agua las luces de Suecia, donde estaba su madre, pero después de la guerra la reconciliación fue difícil. Terminó quedándose con su familia adoptiva en el pequeño pueblo costero.
“Gilleleje me cuidó”, cuenta.
Otros actos de valentía similares tuvieron lugar a lo largo de la costa durante todo octubre de 1943.
En la ciudad de Nivå, alrededor de 600 judíos daneses se escondieron en el gran horno de una fábrica de ladrillos antes de escapar a través de los pantanos durante la noche hacia los barcos que esperaban.
Jørgen Bertelsen es guía voluntario en el horno y realiza regularmente visitas escolares guiadas en sus alrededores. “Hoy en día hay muchos lugares donde la gente tiene necesidad de huir”, afirmó.
“Es importante contárselo a nuestros hijos para que sean más comprensivos con las personas que tienen que escapar. No está sucediendo sólo en [lugares como] África: también sucedió aquí. Y también debemos recordar a los voluntarios que arriesgaron sus vidas para ayudar.”
Para Udsholt no se trata sólo de una historia sobre tiempos de guerra, sino de celebrar una actitud hacia las personas necesitadas.
“Creo que Gilleleje debería estar muy orgulloso de que una ciudad tan pequeña haya logrado tanto”, afirma.
“No es que se deba agradecer a la gente por comportarse con humanidad, pero debemos estar orgullosos de este espíritu. Por eso es importante abrir las puertas a los ucranianos y a las personas que huyen de la guerra”.
Por Laura Hall
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