Cómo López Obrador se encamina a arraigar su modelo en México pese a no poder ir por la reelección
El país se asoma a los comicios de 2024 casi tan fracturado como cuando AMLO fue electo, en 2018; durante su gobierno hubo algunos avances económicos, pero sus críticos cuestionan el avance de la inseguridad y el estilo autoritario del presidente
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CIUDAD DE MÉXICO.- En México no hay reelección. Pero cuando los mexicanos vuelvan a votar el año que viene para elegir al próximo presidente, Andrés Manuel López Obrador estará de todos modos en la boleta. Por primera vez, México elegirá una presidenta entre dos mujeres, Claudia Sheinbaum, de la coalición oficialista Morena, y Xóchitl Gálvez, candidata de una nueva alianza opositora integrada por los partidos tradicionales mexicanos. La discusión, sin embargo, será sobre el modelo que forjó López Obrador en sus seis años en el poder.
Sheinbaum levantará la bandera del actual presidente mexicano, que en septiembre pasado le entregó la dirección del partido de gobierno y le dio su total respaldo de cara a los comicios para continuar su obra.
Amado y odiado, venerado y defenestrado, López Obrador, el primer presidente de izquierda en la historia reciente de México, impuso un estilo para ejercer el poder que será puesto a prueba cuando México decida quién llevará las riendas del país durante los siguientes seis años. El país parece llegar a esos comicios tan fracturado como cuando López Obrador fue electo presidente en 2018, en su tercer intento, y la visión sobre el México de López Obrador depende mucho de a quién se le pregunte.
Al cierre de su gobierno, la economía crece a tasas saludables. El peso mexicano se fortaleció respecto del dólar, un termómetro que, en la Argentina, abriría la puerta a un nuevo mandato. Millones de mexicanos se han beneficiado de sus programas sociales. La pobreza bajó. El Fondo Monetario Internacional (FMI) elogió las políticas del gobierno, a las que consideró “muy sólidas” y “prudentes”.
López Obrador sí deja la inseguridad –un flagelo atado al crimen organizado y el narcotráfico– como tema pendiente, y su estilo, su hostigamiento y sus ataques a la prensa y a las instituciones han alarmado a sus críticos, que advierten por un avance autoritario. Eso, sin embargo, no ha movido el amperímetro: López Obrador es uno de los presidentes más populares del mundo, con una aprobación sentada muy firme arriba de un notable 60% al terminar su sexenio.
“Vamos bien, pero todo lo que hace este presidente para la oposición está mal”, dice Ricardo Martínez Comán, 48 años, desde su kiosco de revistas cerca del Zócalo en la Ciudad de México. “La gente de dinero no está de acuerdo con sus programas de ayuda, da ayudas que antes nadie tenía y para ellos es dinero regalado. Falta mucho en seguridad, pero la economía, el trabajo, ahí está”, cierra.
En el Zócalo, donde late la política como en la Plaza de Mayo en Buenos Aires, un transeúnte puede comprar a metros del Palacio Nacional “AMLITOS”, muñecos de López Obrador, o tazas o imanes para la heladera con la caricatura del mandatario y una de sus frases más famosas, “Me canso, ganso”, que lanzó durante su discurso de investidura. Uno de los vendedores, Armando Montes, 46 años, dice simplemente que la gente está contenta, que los neoliberales “ya no pueden mentirle al pueblo tan fácil”, y recita una lista: el dólar baja, el salario subió, hay más apoyos a los pobres y los ancianos, y ya casi está listo el Tren Maya, la obra más emblemática de la presidencia de López Obrador, eje de otra polémica de su gobierno.
“AMLO”, como se lo llama en México, fue en los primeros años de su gobierno un líder conservador, cuidando casi al extremo el equilibrio de las cuentas públicas, desafiando los pronósticos de que sería un populista más. Eso cambió este año. En 2024, México tendrá uno de los déficits fiscales más altos de las últimas décadas, en parte por la suba en la tasa de interés en Estados Unidos, que subió los pagos de la deuda, pero también porque, en la antesala de la campaña presidencial, López Obrador pisó el acelerador sobre el gasto público, ampliando programas sociales y la inversión en obras públicas. El Tren Maya es su proyecto insignia.
La obra, que López Obrador espera inaugurar a fines de este año, creará un anillo de circunvalación ferroviario de 1500 kilómetros que recorrerá la selva de la península de Yucatán para conectar destinos turísticos como Cancún, Tulum o Campeche. “Faraónica”, claman sus críticos. El proyecto ha sido señalado también por la falta de estudios sobre su impacto ambiental, y también por otra particularidad: AMLO le entregó el control del tren al Ejército mexicano, reforzando una de las alianzas más llamativas de su gobierno. El Ejército maneja también los aeropuertos de Tulum, Felipe Ángeles, Campeche, Puebla y Nuevo Laredo, además de otras obras públicas.
“Es presupuesto público, dinero del pueblo el que se está invirtiendo, son obras de la nación, obras del pueblo, queremos cuidarlas, que no vaya a suceder lo que hicieron los neoliberales corruptos”, justificó López Obrador en septiembre, cuando oficializó el traspaso del Tren Maya.
López Obrador dejará al próximo gobierno el gasto público primario más alto de la historia y un presupuesto con déficit, una herencia que algunos creen puede llegar a sembrar la semilla de una deriva populista que descarrile la férrea estabilidad de la economía mexicana, y ponga en riesgo el futuro de su proyecto político. Pero la economía, por ahora, parece avanzar firme.
Alejandro Werner, director del Americas Institute en la Universidad Georgetown y exfuncionario del FMI, escribió recientemente en Reforma que el aumento del déficit era “exagerado e innecesario”, aunque de momento no ponía a las finanzas al borde del caos.
Lo que sí ha generado un coro de advertencias y críticas ha sido el estilo y la ofensiva de López Obrador contra instituciones mexicanas y la prensa. La más notable fue quizá su plan para quitarle fondos al Instituto Nacional Electoral (INE), el garante de la transparencia en las elecciones mexicanas, una movida que desató una protesta multitudinaria que cubrió el Zócalo. Sus icónicas “mañaneras”, su conferencia de prensa diaria desde el Palacio Nacional, se han convertido en una plataforma de propaganda y hostigamiento a periodistas, medios y críticos de su gobierno. En 2022, trece periodistas fueron asesinados en México, la cifra más alta desde que el Comité de Protección de Periodistas comenzó a llevar un registro, en 1992.
La última controversia de López Obrador tocó a la Corte Suprema de Justicia: AMLO lanzó varias críticas al máximo tribunal, y, ante una vacante, elevó una terna con tres mujeres de su riñón, funcionarias de su gobierno. Ninguna de ellas es jueza. Juanita Goebertus, directora para las Américas de Human Rights Watch (HRW), dijo que ese tipo de nombramientos “perjudica la independencia judicial”.
“El país está polarizado, dividido, yo creo en gran parte por las ‘mañaneras’ porque AMLO siempre se encarga de dividir, los neoliberales, los conservadores, y el pueblo, los que menos tienen”, se queja David Bravo, 45 años. No votó a López Obrador y todavía no sabe a quién votará. Bravo se queja del discurso demagógico del presidente, dice que ofrece muchas cosas y luego la mayoría no las cumple, llenando de falsas esperanzas a los trabajadores.
Cuando se le pregunta si cree que López Obrador hizo algo bien durante su presidencia, se toma unos segundos, y luego responde, en un tono decidido: “Sí, dividir al país. Eso sí lo hizo muy bien”.
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