Cómo la guerra convirtió a Siria en un narcoestado
Esta droga es de lejos el primer producto de exportación de Siria y supera todas las exportaciones legales juntas; representa una industria de al menos 10.000 millones de dólares
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VALLE DE LA BEKAA, LÍBANO.- Diez años de guerra civil han hecho de Siria un fragmentado campo de ruinas, pero con algo en común detrás de cada línea de frente: el captagon, una droga que ha convertido al país en un narcoestado.
El estimulante, asociado inicialmente a los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI), ha generado una industria ilegal de 10.000 millones de dólares, beneficiosa no sólo para el régimen del presidente Bashar al-Assad sino también para muchos de sus enemigos.
El auge del captagon ha convertido Siria en el narcoestado más reciente del mundo y su comercio ha arraigado con fuerza en el vecino Líbano, cuya economía se hundió en los últimos años.
Esta droga es por lejos el primer producto de exportación de Siria y supera todas las exportaciones legales juntas, según estimaciones elaboradas a partir de datos oficiales recabados por AFP.
El captagon es una anfetamina derivada de un medicamento que se supone sirve para tratar la narcolepsia o el déficit de atención. Esta droga ilícita se ha expandido por Oriente Medio y Arabia Saudita constituye su mayor mercado.
AFP interrogó a lo largo de su investigación a más de 30 fuentes, incluyendo antiguos y actuales miembros de los servicios de seguridad de Siria y de otros países, a traficantes, activistas, diplomáticos extranjeros y expertos en estupefacientes, para entender la magnitud del fenómeno.
Al menos 25 de ellas pidieron no ser identificadas, por razones de seguridad.
“Una droga festiva”
En Arabia Saudita, el captagon se considera a menudo como una droga festiva, aunque su consumo se extiende más allá de la clase pudiente.
Muchos saudíes modestos y trabajadores inmigrantes consumen esta droga barata, discreta y sin el estigma del alcohol en un país musulmán.
Con el captagon “puedo trabajar sin parar durante dos o tres días, lo cual me ha permitido duplicar mi salario y me ha ayudado a saldar mis deudas”, comenta Faysal, un obrero de unos veinte años, recién casado. Según dice, gasta cada semana 150 riales (unos 40 dólares) en comprar los comprimidos de captagon.
“Termino mi primer trabajo agotado, al amanecer”. Gracias a la droga, puede aguantar el tirón para desempeñar su otro trabajo como chófer.
Un obrero egipcio de la construcción cuenta a AFP que empezó a tomar los comprimidos cuando su jefe, en secreto, le metió uno en el café, para que trabajara más rápido y más tiempo.
“Con el tiempo, mis colegas y yo nos hemos vuelto dependientes”, admite.
La pastilla de lujo vendida a la élite saudita puede valer hasta 25 dólares, pero las de menor calidad se consiguen a un dólar.
La droga comienza su viaje en las zonas menos vigiladas por las autoridades entre Siria y Líbano.
Barones y tribus
Con una máscara y los ojos ocultos tras gafas oscuras, un traficante del valle libanés de la Bekaa cuenta a AFP cómo organiza los envíos.
“En general se asocian cuatro o cinco peces gordos y comparten el costo de una carga de 10 millones de dólares, por ejemplo, para cubrir las materias primas, el transporte y los sobornos”, explica en medio de un viñedo.
“El costo es bajo y los beneficios altos”, añade este traficante, y precisa que aunque sólo salga bien uno de cada diez envíos, “sigues ganando”.
“Hay un grupo de más de 50 barones. Forman una gran red y son sirios, libaneses y saudíes”, explica.
El tráfico de captagon abarca varios países y numerosos actores clave tienen vínculos tribales, por lo esencial a través de los Bani Jaled, una confederación beduina que se extiende de Siria y Líbano a Jordania, Irak y Arabia Saudita.
De esta manera, una carga puede mantenerse bajo la esfera de influencia de los Bani Jaled desde la fabricación en Siria hasta la entrega en Arabia Saudita, según fuentes coincidentes, entre ellas un oficial de inteligencia, desertores del ejército sirio y un traficante.
Y las cifras son vertiginosas.
Más de 400 millones de pastillas fueron incautadas en Oriente Medio y otros países sólo en 2021, según datos oficiales. Este año se espera que las incautaciones sean aún mayores.
Por cada cargamento que se intercepta, nueve llegan a destino, afirman a AFP responsables de aduanas y de la lucha antinarcóticos.
Eso significa que, incluso partiendo de un precio medio de cinco dólares por comprimido, y con solo cuatro cargas de cada cinco llegando a su destino, el captagon representa una industria de al menos 10.000 millones de dólares.
Siria es el origen del 80% del tráfico mundial, según responsables de los servicios de seguridad, por lo que este comercio representa al menos el triple de sus presupuestos.
El hermano de Asad
Según expertos en estupefacientes, el Estado sirio está en el corazón de este tráfico en las zonas controladas por el régimen de Bashar al-Assad.
De acuerdo con esos especialistas, la opaca red de señores de la guerra y oportunistas en los que se ha apoyado el presidente sirio para ganar la guerra ha salido muy beneficiada con el tráfico del captagon.
Citan en particular al movimiento chiita libanés Hezbolá, apoyado por Irán, que según ellos desempeña un importante rol en la protección del tráfico a lo largo de la frontera libanesa.
“Siria tiene una necesidad acuciante de divisas extranjeras y esta industria es capaz de alimentar el tesoro público gracias a una economía paralela, desde la importación de materias primas hasta la fabricación y por último la exportación” de los comprimidos, explica a AFP un exconsejero del gobierno sirio.
El nombre que se repite una y otra vez en las entrevistas realizadas por AFP es el de Maher Al-Assad, hermano del presidente sirio y líder de facto de la Cuarta División, la unidad de élite del ejército.
Una decena de fuentes, entre ellas dos traficantes, un miembro de las fuerzas de seguridad en la región, un exoficial de los servicios de inteligencia sirios, activistas, un miembro de una tribu siria implicada en el tráfico de captagon y un empleado del sector farmacéutico cuestionaron la labor de esa brigada.
La implicación de Maher Al-Assad también se cita en informes del Centro de Análisis Operativo e Investigación (COAR) y del Centro de Análisis Histórico e Investigaciones sobre Conflictos (CHACR).
La AFP solicitó una reacción por parte de las autoridades sirias, a través de la embajada de Siria en París y en la ONU, pero estas declinaron hacer comentarios.
“Maher Al-Assad obtiene una parte de las ganancias del captagon, que sirven incluso para pagar, en parte, los sueldos de un grupo armado vinculado a la Cuarta División”, afirma Rami Abdel Rahman, jefe del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH), una ONG radicada en el Reino Unido.
“Los productores de captagon obtienen las materias primas directamente de la Cuarta División, a veces en sacos militares”, precisa un observador de Siria. Un traficante asegura a AFP que esta unidad de élite incluso provee a grupos rebeldes opuestos al régimen.
La Cuarta División controla una gran parte de la porosa frontera con Líbano, esencial para el funcionamiento de este tráfico, así como el puerto de Latakia, uno de sus bastiones.
“La Cuarta División tiene un papel activo en la protección, facilitación y fabricación de captagon y en el transporte del cargamento hasta los puertos de Latakia y Tartús”, en el noroeste y el oeste de Siria, afirma Caroline Rose, experta en el New Lines Institute.
La frontera libanesa, que nunca fue claramente delimitada, ha sido siempre un terreno privilegiado para los contrabandistas. Ahora mismo, el tráfico de captagon está en auge en el norte del país.
“Wadi Jaled es el nuevo punto clave, repleto de traficantes”, cuenta a AFP una fuente judicial, refiriéndose a esa localidad del norte libanés.
En el momento álgido de la guerra, las armas entraban clandestinamente en Siria por la región de Wadi Jaled. Hoy en día, el captagon y los migrantes que se aventuran hacia Europa hacen el trayecto inverso.
Los rebeldes, implicados
En el sur de Siria, las provincias de Sueida y Deraa, en la frontera con Jordania, son dos vías fundamentales en el contrabando hacia Arabia Saudita. Deraa alberga además varios laboratorios donde se fabrica la droga.
En Sueida proliferan las bandas que transportan el captagon. Las tribus beduinas llevan las cargas desde las principales fábricas alrededor de Damasco y de la ciudad de Homs.
“El contrabando está organizado por las tribus, que viven en el desierto, en coordinación con más de un centenar de pequeños grupos armados”, explica Abu Timur, portavoz de un grupo armado local, Al Karama.
Y es que en Siria el tráfico de esta droga ha puesto fin a muchas enemistades.
“El captagon ha reconciliado a todas las partes en conflicto”, es decir, “el gobierno, la oposición, los kurdos y el Estado Islámico”, asegura el exconsejero del gobierno sirio.
Incluso en el norte, que alberga las últimas bolsas de resistencia rebelde y de yihadistas, la droga ha propiciado alianzas improbables.
“Trabajo con gente en Homs y Damasco que reciben los comprimidos de los almacenes de la Cuarta División”, declaró a la AFP un contrabandista de la zona rebelde dominada por Turquía.
“Yo distribuyo los comprimidos aquí o me encargo de la coordinación con los grupos rebeldes para enviarlos a Turquía”, detalla este hombre, que califica su trabajo de “muy peligroso y al mismo tiempo muy fácil”.
El traficante aseguró que también le vende captagon a jefes del grupo yihadista Hayat Tahrir al Sham, que controla el enclave de Idlib, en el noroeste de Siria.
Según él, muchos grupos rebeldes cercanos a Turquía se lanzaron recientemente también en el comercio del captagon.
“La región está atiborrada de grupos rebeldes. Es una jungla, todo el mundo tiene hambre”, apunta.
Según este traficante, el nuevo amo del tráfico en la región es Abu Walid Ezza, un comandante de la facción Sultán Murad del Ejército Nacional Sirio, un grupo proturco.
“Tiene buenas relaciones con la Cuarta División, porque antes estaba instalado en Homs”, precisa, añadiendo que “trae comprimidos de excelente calidad”.
Interrogado por AFP, el grupo rebelde desmintió cualquier vinculación con el tráfico de captagon.
“El éter dietílico, una especie de cloroformo, es uno de los principales componentes en la fabricación del captagon y la mayor parte de este material viene de Turquía”, subraya un investigador judicial de la zona.
Un equipamiento modesto
Además de los productos químicos, la inversión más importante para montar un laboratorio de captagon es una prensa para comprimidos o una máquina de caramelos.
Una web china propone incluso una “prensa para comprimidos de captagon” por 2500 dólares, capaz de fabricar decenas de miles de pastillas por hora.
Una vez obtenidos los precursores químicos, basta con 48 horas para poner en marcha un laboratorio de captagon con un equipamiento relativamente modesto.
Esto significa que si vienen las unidades de lucha antidrogas, los fabricantes de captagon pueden reanudar la actividad rápidamente. Incluso han instalado laboratorios móviles en la parte trasera de camionetas, tras un reciente allanamiento en el este de Líbano.
El gobierno sirio también actúa, pero la mayoría de las incautaciones “son una comedia”, asegura el empleado de una empresa farmacéutica siria, entrevistado fuera de Siria, según quien algunas fábricas de productos farmacéuticos también están implicadas en el tráfico.
En unos videos de las aduanas y de la policía saudita puede verse cómo se emplean tecnologías punteras y unidades caninas para frustrar el contrabando.
Pero los traficantes siempre van con ventaja.
En el puerto de Trípoli por ejemplo, en el norte de Líbano, resulta que el escáner siempre tiene que repararse el día que llega un cargamento, o bien “está apagado por un descuido”, indica a AFP un alto funcionario libanés.
“Y cuando se practican detenciones, los servicios de seguridad siempre llevan al tribunal al chófer, el único que no sabe nada”, añade.
La corrupción es tal que algunos altos funcionarios están implicados y otros han vendido la droga incautada, afirman a AFP varios responsables de la lucha antinarcóticos.
“El rey del captagon”
El “rey del captagon”, Hasan Dekko, dirigía su emporio desde Tfail, un pueblo libanés fronterizo con Siria, hasta que fue detenido en abril tras una serie de importantes decomisos.
Este sirolibanés, que mantiene relaciones políticas de alto nivel en ambos países, negó cualquier relación con el narcotráfico, según documentos judiciales obtenidos por AFP.
Pero los responsables de la lucha antidrogas en Líbano aseguran que algunas de sus empresas, en particular una fábrica de pesticidas en Jordania, una concesión de coches en Siria y una flota de camiones cisterna, son tapaderas habituales para los barones de la droga.
Otro alto responsable de la seguridad declaró no obstante que la influencia de Dekko ha disminuido.
Fuentes del aparato de seguridad y varios desertores del ejército sirio mencionan también el nombre del diputado sirio Amer Jiti, quien se encuentra bajo sanciones de Estados Unidos y que, según ellos, sería una figura destacada del narcotráfico.
“El papel de Jiti es garantizar la protección de los cargamentos” de droga, afirma el jefe del OSDH.
El diputado, con quien AFP intentó contactar -en vano-, también aparece en los informes del COAR y del CHACR.
Uno de sus empleados declaró a AFP haber visto entregas de captagon en un depósito cerca de Damasco.
“Es un buen hombre. Da igual lo que haga mientras ayude a la gente”, dice el empleado.
“La familia Jiti está implicada en este asunto desde antes de la guerra. Tenían la costumbre de colocar las píldoras en bolsas de plástico y las cosían a las ovejas” para hacerlas pasar de contrabando, añade.
Siria, epicentro mundial
Con una crisis política y económica que se eterniza tanto en Siria como en Líbano, es de temer que el tráfico de captagon siga creciendo.
“Siria se ha convertido en el epicentro mundial de la producción de captagon por una decisión deliberada”, estima Ian Larson, analista en jefe encargado de Siria en el COAR.
Con una economía paralizada por la guerra y las sanciones, “Damasco tenía pocas opciones buenas”, añade.
El dinero del captagon se distribuye a lo largo y ancho de Siria y Líbano, desde los responsables del régimen y los empresarios millonarios hasta los aldeanos y los refugiados, que fabrican y esconden la droga.
“Sigue sin haber pruebas irrefutables que conecten directamente a Bashar Al-Assad con la industria del captagon y no es de esperar que las encontremos”, añade Larson, que ha escrito abundantemente sobre esta droga.
Tanto los traficantes como quienes luchan contra ella creen que la era del captagon no ha hecho más que empezar.
“El oficio no se detendrá nunca”, insiste el traficante libanés.
Una opinión compartida por una fuente judicial de alto rango: “Nunca son condenados y el dinero en juego es colosal”.
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