Tras las elecciones en las que Nicolás Maduro se proclamó como presidente, los mandatarios latinoamericanos tuvieron que decidir entre reconocer el gobierno o denunciar fraude
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Apenas media hora: eso fue lo que tardó el presidente chileno, Gabriel Boric para desafiar el anuncio oficial de Venezuela que dio ganador de la elección del 28 de julio al mandatario Nicolás Maduro. “El régimen de Maduro debe entender que los resultados que publica son difíciles de creer”, sostuvo el mandatario izquierdista de Chile en su cuenta de X (antes Twitter) al inicio de la madrugada post electoral.
Exigió “total transparencia de las actas y el proceso, y que veedores internacionales no comprometidos con el gobierno den cuenta de la veracidad de los resultados”.
La rapidez con que Boric marcó esa postura contrastó con la cautela que tuvieron los presidentes también izquierdistas de Brasil, México y Colombia para hacer lo propio más tarde, cuando la oposición a Maduro se declaraba ganadora, otros países señalaban irregularidades en la elección y crecían las cifras de muertos y detenidos protestando en las calles de Venezuela. “Es normal pelearse. ¿Cómo se resuelve la disputa? Presentando las actas”, declaró el mandatario brasileño Luiz Inácio Lula da Silva el martes 30.
Lula, su par mexicano Andrés Manuel López Obrador y el colombiano Gustavo Petro buscaron desde entonces mediar en la crisis de Venezuela y aún reclaman las actas de cada mesa de votación con una verificación imparcial de los resultados, como indicaron en un comunicado conjunto el jueves.
Boric, en cambio, dio por agotada su paciencia un día antes. “No tengo dudas de que el régimen de Maduro intentó cometer un fraude”, declaró. Estas diferencias reflejan mucho más que meros matices retóricos o estratégicos, según expertos: la crisis de Venezuela expuso la brecha entre la izquierda de Boric y la de otros presidentes de la región.
Antonia Urrejola, quien fue canciller de Chile en el primer año del gobierno de Boric, afirma que la voz de éste en la crisis venezolana “obedece al necesario recambio que requiere la izquierda latinoamericana y que interpreta a mucha gente que es de izquierda pero que no ha hecho su militancia desde el eje de la Guerra Fría”.
“Creo que puede ser incómodo para la vieja guardia de la izquierda”, dice Urrejola a BBC Mundo. “No es menor que están los tres presidentes de Colombia, México y Brasil, que vienen de la vieja guardia, y el tono de (Boric) es completamente distinto”. Entonces, ¿qué consecuencias políticas tiene esto?
“Somos diferentes”
Las críticas de Boric a los gobiernos izquierdistas de Venezuela, Nicaragua y Cuba están lejos de ser nuevas: las hizo públicas antes de ser electo en 2021, con solo 35 años, tras el estallido social chileno. Pero sí es novedoso que, ya como jefe de Estado, haya mantenido e incluso incrementado tales reproches.
El hecho de que Boric eligiera como su primera canciller a Urrejola, una abogada que siendo miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) había criticado a esos gobiernos, fue un anticipo de lo que vendría. “El respeto a los derechos humanos no tiene doble estándar”, dijo Boric en la Universidad de Colombia, Nueva York, en 2022. “Me molesta cuando eres de izquierda y condenas las violaciones de derechos humanos en Yemen o El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela o Nicaragua”.
Este tipo de posturas marcó un quiebre con la actitud de otros presidentes izquierdistas de la región más reticentes a censurar de forma tan clara a gobiernos de similar signo ideológico, señalan analistas.
“Es sorprendente que haya demorado tanto tiempo para que apareciera un líder de izquierda en América Latina con el discurso de Boric”, dice Maurício Santoro, un politólogo brasileño experto en relaciones internacionales, a BBC Mundo. “Es una posición que podría estar presente en la región por lo menos desde los años ‘90 con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética”, agrega.
“Pero eso no ocurrió: aunque la izquierda entrara en el juego democrático en los países de la región y ganara elecciones, los gobiernos de izquierda en América Latina siguieron muy cautelosos al momento de criticar regímenes autoritarios de izquierda. Y Boric rompió con eso”.
La divergencia se notó el año pasado cuando Lula, viejo aliado del chavismo, reinsertó a Maduro en una cumbre regional y dijo que se había creado una “narrativa” sobre la falta de democracia en Venezuela, algo que Boric refutó frente a ambos. La semana pasada, Lula realizó una visita a Boric en Santiago que concluyó con pocas palabras públicas sobre Venezuela y un mensaje conciliador.
“Somos diferentes y eso es extraordinario, porque la diferencia permite que busquemos encontrar nuestras similitudes”, dijo el brasileño sin mencionar directamente la crisis venezolana.
“Al desnudo”
Hay varios motivos que suelen esgrimirse para estas desavenencias. Uno es generacional: Boric es un treintañero nacido en la etapa final de la dictadura de Pinochet, mientras Lula (78 años), López Obrador (70) y Petro (64) datan de tiempos de Guerra Fría en que las revoluciones de Cuba y Nicaragua eran vistas con buenos ojos por la izquierda latinoamericana.
También hay cuestiones prácticas: a diferencia de Chile, Brasil y Colombia comparten fronteras extensas y porosas con Venezuela, por lo que tienen un interés especial en mantener relaciones con Caracas. De hecho, tras asumir sus actuales mandatos el exsindicalista Lula y el exguerrillero Petro restablecieron lazos diplomáticos con el gobierno de Maduro, que se habían cortado cuando sus predecesores de derecha reconocieron al líder opositor Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela.
En cambio, el vínculo entre los gobiernos de Maduro y Boric entró hace poco en un impasse. El venezolano, molesto por los cuestionamientos a la elección en su país que considera una intervención indebida, expulsó al cuerpo diplomático de Chile junto al de otros seis países latinoamericanos en Venezuela y ordenó cerrar su embajada en Santiago.
En el gobierno de Lula argumentan que lo mejor es mantener el diálogo abierto con Caracas, como hacen Brasil, Colombia y México con el apoyo de Estados Unidos y otros países. Pero analistas como Santoro advierten que, por lo visto hasta ahora, parece demasiado optimista apostarle a un acuerdo entre oficialismo y oposición para lograr una salida democrática a la crisis en Venezuela.
“Tampoco existe un plan B. Entonces, ¿qué van a hacer los gobiernos de Brasil, Colombia y México si Maduro no muestra las actas electorales?”, pregunta Santoro. Aumentar la presión sobre Maduro implicaría un riesgo de deteriorar del vínculo con el chavismo que por el momento Lula, Petro y AMLO evitaron.
No obstante, Brasil acaba de asumir un conflicto diplomático con el gobierno nicaragüense de Daniel Ortega, aliado de Venezuela y otrora también de Lula y su Partido de los Trabajadores. La semana pasada, Brasilia expulsó a la embajadora de Nicaragua después que Ortega hiciera lo mismo con el representante del país sudamericano en Managua, molesto porque faltó a una celebración de la revolución sandinista.
El telón de fondo de este choque fue la molestia que dejó entrever Lula por la indiferencia de Ortega a una gestión que realizó, a pedido del papa Francisco, para liberar a un obispo preso en Nicaragua. Si las diligencias con Venezuela tendrán un mejor resultado es una pregunta aún abierta.
Maduro dijo el viernes que tiene “pendiente” conversar con Lula, López Obrador y Petro sobre la crisis post electoral en su país, algo que según el canciller colombiano, Luis Gilberto Murillo, podría ocurrir esta semana.
Por otro lado, el gobierno venezolano respondió a Boric diciendo que se colocó “a la derecha” del presidente argentino, Javier Milei, y del Departamento de Estado de EE.UU. “Se le cayó definitivamente la máscara, queda al desnudo su gobierno pinochetista y golpista”, afirmó el canciller venezolano, Yván Gil, en la red social X el miércoles.
Urrejola cree que “es pronto” para saber cómo influirá en la izquierda de la región la crítica sin rodeos de Boric a los gobiernos de Venezuela o Nicaragua. Pero señala que la posición del mandatario pone un coto a la derecha que busca asociar a toda la izquierda con Venezuela, y que en Chile surgieron nuevas voces disidentes con Maduro incluso dentro del Partido Comunista.
Guillermo Holzmann, una analista político chileno, estima que de este modo Boric impulsó una reflexión para redefinir qué significa ser de izquierda en estos tiempos. “La izquierda progresista que se entendía como una extensión ideológica de la izquierda del siglo XX queda desnuda hoy día”, dice Holzmann. “Y Boric comienza a plantear una izquierda mucho más comprometida con los derechos humanos y la democracia”.
Por Gerardo Lissardy
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