Cómo la caída de Liz Truss en Reino Unido se convirtió en una alerta sobre los peligros políticos de la inflación en Europa
La renuncia de la premier británica sirve de advertencia para los mandatarios europeos acerca de los riesgos que les esperan si no logran detener el alza de precios y el deterioro de la calidad de vida
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ROMA.- En Gran Bretaña, si bien el derrumbe económico fue mayormente autoinfligido por un programa impositivo inconsistente, la renuncia de la premier Liz Truss envió tal vez la señal más clara hasta el momento acerca de los peligros políticos que les esperan a quienes no logren atacar la inflación y el deterioro de los niveles de vida. Podría decirse que la situación es más difícil en la Unión Europea. La tasa anual llegó a su máximo en décadas: 10,9% en septiembre, cuando un año antes fue 3,6%.
La tasa es peor aun que la de Estados Unidos y Gran Bretaña, y está impulsada principalmente por los daños causados por la angustiosa salida del bloque único de su larga dependencia del gas ruso, en su intento por castigar la invasión a Ucrania decretada por el presidente ruso, Vladimir Putin.
Con el invierno cada vez más cerca, la decisión europea de terminar con las importaciones de energía rusa está empezando a doler en los hogares de todo el continente, deteriorando el nivel de vida y, en algunos países, amenazando con socavar el frente unido a favor de las sanciones contra Rusia.
En Italia, otro de los países golpeados por la inflación, una jubilada arrastra su carrito hasta un puesto de pastas frescas en un mercado al aire libre en Roma y se lamenta de que los precios de los tallarines, las naranjas, las servilletas y los servicios se fueron por las nubes.
“Subieron los precios de todo”, dice Simonetta Belardi, de 69 años, que se dice de izquierda y sostiene que la inflación no solo redujo su capacidad de ahorro, sino que también aplacó su apoyo a Ucrania en una guerra a la que muchos europeos culpan por la disparada de los precios. Belardi dice que no es partidaria de Rusia, pero que llegó la hora de terminar con el apoyo militar a Ucrania y pasar a negociaciones diplomáticas por la paz.
“Lo único que quieren es armas, armas y armas”, dice sobre Ucrania. “Me tienen harta”. Es un sentimiento que va más allá de los consumidores de las piazzas romanas y se puede observar en las protestas en Alemania y en Francia. Y los mandatarios están nerviosos.
Mario Draghi, el saliente primer ministro de Italia y uno de los arquitectos de la unión contra Rusia, advirtió sobre los riesgos que podrían sobrevenir si Europa no lograra alcanzar un acuerdo para ponerle un techo a los precios de las importaciones de gas de proveedores alternativos.
La escalada de los precios de la energía, dijo Draghi en un discurso en Naciones Unidas en septiembre pasado, “puede poner en riesgo la recuperación económica, limitar el poder adquisitivo de las familias y dañar la capacidad productiva de las empresas”. Y agregó: “También puede socavar el compromiso de nuestros países con Ucrania”.
Al parecer, ese momento está llegando, con protestas y huelgas por el aumento del costo de vida, como antesala de un período de agitación laboral y social sin precedentes desde por lo menos la década de 1970.
“Es algo que ocurrió después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y también en la década de 1970″, dice Kurt Vandaele, investigador del Instituto Sindical Europeo. “En ese entonces hubo olas de huelgas por el aumento de la inflación”.
En Italia, la presión es omnipresente. Los sindicatos quieren que el gobierno gaste más en subsidios a la energía para ayudar, por ejemplo, a empresas que se dedican a la fabricación de porcelana y necesitan energía para sus hornos, pero también a los agricultores, que recibieron una paliza con el aumento de los costos de los fertilizantes producidos con gas o potasio de Rusia.
Esta semana, el expremier Giuseppe Conte, que ahora se presenta como el héroe populista de los pobres del sur de Italia, anunció que participaría de una gran manifestación prevista para el 5 de noviembre para pedir la paz en Ucrania y terminar con los envíos de armas a ese país. Sus críticos dicen que apoya la rendición ucraniana.
Como en otras partes de Europa, el entrante gobierno de derecha de Giorgia Meloni tendrá que hacer enormes esfuerzos para aliviar el impacto de la inflación sin aumentar los –ya elevados– niveles de déficit de su país. Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, sostuvo que aumentar el déficit ahuyentará a los mercados internacionales, elevará las tasas de interés y en definitiva golpeará a todos los italianos.
Resta saber si es posible evitar esos males y, al mismo tiempo, resistirse a Putin y la tentación de la energía rusa. Pero los países bálticos, que están padeciendo como nadie el impacto negativo, demostraron que la prioridad sigue siendo la oposición al líder del Kremlin.
Estonia, que el mes pasado registró un inflación anual del 24%, la más alta de Europa, no muestra fisuras en su posición ante la guerra. Tampoco Lituania ni Letonia, donde la inflación llega a cerca del 22% anual. Pero la pérdida de poder adquisitivo no deja de tener consecuencias políticas.
En Estonia, a solo seis meses de las elecciones parlamentarias, el apoyo al partido nacionalista de extrema derecha –que sin embargo no ha dado muestras de simpatía por Putin y apoya el envío de armas a Ucrania– sigue en aumento. Y si bien ha habido protestas de grupos radicales en República Checa, donde la inflación llegó al 17,8% anual el mes pasado, el gobierno pro Unión Europea (UE) se mantiene fuerte.
Pero en Hungría, también golpeada por una inflación de más del 20% debido al aumento de los precios de la energía en los hogares, el primer ministro, el euroescéptico Viktor Orbán, redobló su política de denuncia de las sanciones contra Rusia intentando sellar acuerdos con la estatal rusa Gazprom para el suministro de gas natural.
Estallido
Por su parte, Gran Bretaña ha dado muestras de un fuerte apoyo a Ucrania, pero con el estallido del gobierno de Truss debido a sus insensatas políticas económicas, ahora se abrió un debate acerca de si es conveniente recortar el gasto militar, aun cuando Ucrania implora más armas.
En Alemania, la mayor economía europea, la dirigencia está intentando salir de la crisis como puede. Pero no se sabe si el alivio llegará a tiempo y si no deteriorará aún más la profunda división existente en torno a cómo ayudar a Ucrania, y si se debe colaborar con Rusia o aislarla.
Hoy, al 67% de los alemanes les preocupa el aumento del costo de vida, un aumento del 16% en relación al año pasado. A pesar de los paquetes de ayuda, sigue siendo la principal preocupación en el país.
En los estados del este, los más pobres del país y también los más conservadores, decenas de miles de manifestantes salen a la calle todas las semanas para expresar su crítica al aumento de los precios y al apoyo a Ucrania en la guerra. La izquierda empezó a organizar protestas que reflejan las quejas de la derecha. En Leipzig, donde en el centro de la ciudad se reunieron unos 1300 manifestantes, las pancartas decían: “Primero nuestro país”.
“Las dificultades económicas son palpables en todas partes”, dice Daniel Schmal, un joven de 23 años que acaba de cerrar su empresa de importación y exportación en la ciudad. “Habrá muchos más cierres de empresas y de fábricas”, añade.
Las autoridades alemanas dicen que el paquete de asistencia de 200.000 millones de euros implementado por el gobierno a principios de este mes –con promesas de precios máximos de gas y electricidad, así como ayuda directa para familias y empresas en dificultades– parece haber aliviado parte de la bronca de la calle.
Pero en Francia, las huelgas y las manifestaciones están en aumento, con el temor a la degradación de la calidad de vida como principal preocupación, indican las encuestas.
Empujada por el aumento de los precios de la energía, la inflación recortará 73.000 millones de dólares del PBI francés, y para el año que viene se prevé una disminución del 1,4% del poder adquisitivo, cuyo impacto será más fuerte en los hogares más pobres, predijo un estudio reciente.
“La crisis energética es muy desigual”, dice Éric Heyer, economista del Observatorio Económico Francés, con sede en París, y uno de los autores del estudio.
Manifestaciones
El martes, los principales sindicatos de Francia encabezaron una importante manifestación en París, con miles de personas que marcharon por aumentos salariales, y una encuesta publicada la semana pasada por la consultora IFOP reveló que el apoyo a Ucrania había caído cerca de un 5% en comparación con mayo pasado.
En agosto, el presidente francés, Emmanuel Macron, pidió soportar las dificultades económicas como una prueba de solidaridad con Ucrania, y gracias a los esfuerzos, el consumo energético en Francia se redujo un 14 por ciento. “Tenemos que aceptar el costo de nuestra libertad y de nuestros valores”, dijo el mandatario.
Si bien todavía hay una oposición mayoritaria a Rusia en Francia, cuando se pregunta si hay que sacrificar el poder adquisitivo para apoyar a Ucrania, “la opinión pública está mucho más dividida”, dice Adrien Broche, coautor de un estudio que demostró que ahora solo un tercio de los franceses está de acuerdo con soportar las consecuencias económicas de la guerra.
En Italia, Meloni tuvo que salir a asegurarles a los escépticos que continuaría con la línea dura de Draghi contra Rusia, a pesar de que su coalición está integrada por Matteo Salvini, un líder populista que solía ponerse remeras con la imagen de Putin, y el expremier Silvio Berlusconi, de quien esta semana se filtró una grabación en la cual acusaba al presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, de forzar la invasión rusa.
Lorenzo Codogno, ex director general del tesoro italiano y actual director de una consultora que sigue de cerca la política italiana, piensa que Meloni mantendrá el apoyo firme a Ucrania, pero probablemente recurra a Europa en busca de ayuda para bajar los impuestos en productos alimentarios básicos.
“A nivel europeo es necesario llegar a alguna forma de acuerdo”, dice Codogno.
En el mercado romano, no todos estaban dispuestos a abandonar su compromiso con Ucrania, a pesar del costo que eso implica.
Mientras llena su carrito con pan y dulces, Anna Andolfi, de 77 años, dice que muchos de sus amigos –incluso quienes están en una situación económica mejor que ella– se quejan cada vez más del apoyo de Italia a Ucrania, ya que los precios de la comida y de la calefacción aumentan y Ucrania parece estar “a un mundo de distancia”. Pero Andolfi dice que en su casa la ayuda una joven ucraniana que se preocupa constantemente por su madre, que está en Lviv, una ciudad del oeste del país.
“No me importa que suban los precios”, dice Andolfi. “Si tengo que hacerlo, voy a apagar la calefacción y me voy a poner dos camperas de ski para seguir apoyando a Ucrania”.
Jason Horowitz
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