Cómo hizo Putin para que el boicot de Occidente se convirtiera en una bendición económica
Si las empresas quieren salir de Rusia, el presidente está fijando las condiciones, de manera que beneficien a su gobierno, sus élites y su guerra
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LONDRES.- Días después de que las tropas rusas invadieran su país, el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, hizo un llamado público a las empresas occidentales: “¡Váyanse de Rusia!”, les reclamó Zelensky. “Asegúrense de que los rusos no reciban ni un centavo”.
Cientos de empresas respondieron a ese pedido, y los políticos y activistas de todo el mundo predijeron que la medida contribuiría a asfixiar la economía rusa y a socavar la aventura bélica del Kremlin.
Pero el presidente Vladimir Putin tenía otros planes…
Putin ha convertido la salida de las grandes empresas occidentales en una bendición económica para la leal élite rusa y para el propio Estado, obligando a las empresas que querían desprenderse de sus activos a venderlos a precio de remate, limitando esas ventas a compradores ungidos por el Kremlin, y en ocasiones tomando directamente el control de las compañías.
El diario The New York Times investigó el modo en que Putin logró dar vuelta su esperado infortunio en una estrategia de enriquecimiento. Desde el inicio de la guerra, las empresas occidentales que anunciaron su salida de Rusia han declarado pérdidas por más de 103.000 millones de dólares, según los registros financieros analizados por el Times. Y de ese dinero, Putin les ha exprimido a las empresas lo más que ha podido, dictando los términos de su salida del país.
También ha sometido esas salidas al pago de gravámenes cada vez más altos, que durante el año pasado redundaron en al menos 1250 millones de dólares de ingresos adicionales para las arcas bélicas de Rusia.
Y no hay acuerdo entre privados que se salve. Hace unos meses, por ejemplo, la cervecería holandesa Heineken encontró comprador y acordó un precio de venta. Pero el gobierno ruso rechazó unilateralmente el acuerdo, según fuentes que participaron de las negociaciones, y puso los activos de Heineken en Rusia en manos de un magnate de los aerosoles, esposo de una exsenadora rusa.
Sumando todo, Putin acaba de concretar una de las mayores transferencias de riqueza dentro de Rusia desde la caída de la Unión Soviética. Enormes sectores de la industria —desde los ascensores y los neumáticos hasta los recubrimientos industriales, y muchos más— ahora están en manos de jugadores rusos con creciente dominio en el mercado.
Y en algunos casos, ese jugador es el propio Estado. Las empresas públicas rusas han adquirido activos de gigantes corporativos como Ikea y Toyota, y en muchos casos, quien autoriza personalmente esas transacciones es el propio Putin.
“Para nosotros es un buen negocio, no cabe duda”, dice Anton Pinsky, un destacado empresario gastronómico que se asoció con un rapero pro-Putin y con allegados de un poderoso senador para hacerse cargo de Starbucks. Entrevistado en Moscú, Pinsky restó importancia a su propio acuerdo comercial, pero fue claro acerca del efecto de las salidas occidentales.
“Si te fuiste, te jodiste”, apunta el empresario. “Y nosotros lo compramos por poca plata. Gracias”.
Hoy el consumismo en Rusia sigue a toda marcha y ayuda a Putin a mantener la sensación de normalidad a pesar de una guerra que ha resultado más larga, más letal y más costosa de lo que él mismo predijo.
La mayoría de las empresas extranjeras se quedaron en Rusia, para no perder los miles de millones de dólares que han invertido allí durante décadas. Otras empresas fueron vendidas y ahora tienen la sensación de mirar el mundo del revés a través de la vidriera: Krispy Kreme ahora se llama Krunchy Dream, y Starbucks ha resucitado como Stars Coffee, con la tradicional sirena de su logo reconvertida en princesa rusa.
Las empresas vendidas pueden abastecerse de materias primas en el país o importarlas de países amigos, y sus clientes pueden seguir comprando sin problemas los productos que supuestamente ya no iban a estar disponibles.
El contraataque económico de Putin lo ayudó a consolidar el apoyo de las élites que se benefician con la guerra y a mitigar los efectos del aislamiento occidental. Mientras que Ucrania está acuciada por imperativos inmediatos, como apuntalar el apoyo internacional, la relativa resiliencia de la economía rusa le permite a Putin apostar a largo plazo.
Los documentos, estados financieros y entrevistas hasta ahora no divulgadas con docenas de negociadores en Rusia y en toda Europa revelan que Moscú microgestiona prácticamente todas las salidas de empresas del país. Para obtener aprobación para vender, las empresas deben sortear los obstáculos de un sistema totalmente opaco.
Pero la oleada de salidas de empresas duele, y algunos altos funcionarios rusos incluso admiten que la menor competencia y la falta de inversión extranjera a la larga perjudicarán a los rusos de a pie.
El Kremlin dice que prefiere que las empresas se queden en Rusia, pero Putin se burla de la idea de que su salida sea un problema para el país. “¿Pensaron que acá todo se iba a derrumbar? Bueno, no pasó”, lanzó Putin este mes. “Las empresas rusas se hicieron cargo y siguieron adelante”.
Lo cierto es que sobre el proceso de salida de las empresas occidentales pende la amenaza de la intimidación o la fuerza.
El verano pasado, Putin se apoderó de la filial rusa de la cervecería danesa Carlsberg y de sus 500 millones de dólares en depósitos en efectivo, y los puso temporariamente bajo el control de uno de sus amigos.
A lo largo de este año, al menos otras cuatro empresas también han perdido el control de sus operaciones debido a una toma efectiva por parte del Estado ruso.
Heineken por poco más de un dólar
Para las empresas, el panorama se había vuelto indescifrable. El Kremlin cambia constantemente las reglas y parece exigir siempre más. Empresas como Unilever, gigante de los productos de consumo masivo, anunciaron que prefieren quedarse en Rusia antes que dejar sus activos en manos del gobierno.
En ese contexto, a principios de este año los ejecutivos de Heineken y Carlsberg seguían negociando con posibles compradores, hasta que Putin se otorgó facultados aún mayores.
En abril, el gobierno ruso anunció que a partir de ese momento podría apoderarse de los activos extranjeros y ponerlos temporariamente bajo la supervisión de quien quisiera: ahora las empresas corrían directamente el riesgo de expropiación.
Ese mismo mes, Heineken llegó a un acuerdo ese con un potencial comprador, un empresario kazajo, y solicitó la aprobación del gobierno. Los ejecutivos de Carlsberg hicieron lo propio y negociaron la venta de su filial rusa a la empresa Arnest, un fabricante ruso de aerosoles que recientemente había adquirido el jugoso negocio de envasado de bebidas de Ball Corp, empresa con sede en Estados Unidos.
A más de un año de haber anunciado sus planes para abandonar Rusia, ambas cervecerías confiaban en que finalmente podrían hacerlo.
Pero en julio Putin tomó por sorpresa a los ejecutivos de Carlsberg, se apoderó de la empresa y la puso en manos de su antiguo socio y compañero de yudo, Taimuraz Bolloev.
Carlsberg era un blanco muy atractivo: controlaba la icónica marca de cerveza rusa Baltika y recientemente sus operaciones en Rusia habían sido valuadas en alrededor de 3000 millones de dólares. Además, la documentación que había presentado para solicitar el permiso de venta revelaba que tenía depósitos en efectivo por 500 millones de dólares.
En otro giro sorpresivo, el gobierno ruso también rechazó el acuerdo de venta de Heineken. Según personas al tanto de las negociaciones, el gobierno empujó la venta de Heineken a Arnest, tal vez como premio consuelo por haberse quedado sin Carlsberg, un negocio mucho más lucrativo.
La venta de Heineken Rusia a Arnest se concretó por un solo euro y el compromiso de cancelar unos 100 millones de dólares de deuda.
Para Carlsberg, sin embargo, la odisea estaba lejos de terminar: los ejecutivos de la cervecería dicen que Bolloev los viene presionando para que cedan la empresa de forma permanente.
En cuestión de semanas, las autoridades rusas arrestaron a dos empleados de la empresa y allanaron sus hogares. Y este mes, según los medios de comunicación rusos, Bolloev le reclamó formalmente al gobierno la estatización de la empresa.
Por Paul Sonne y Rebecca R. Ruiz
Traducción de Jaime Arrambide
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