El novelista escocés Ben McPherson durmió en una propiedad construida para un conocido colaborador nazi y contó su experiencia
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¿Alquilarías una cabaña de vacaciones construida para un conocido colaborador nazi? Lo podés hacer en Noruega, y a pocas personas parece importarles. Al novelista escocés Ben McPherson, quien vive allá, le pareció raro que así fuera, así que quiso investigar.
“¿No crees que es extraño que pueda alquilar su cabaña?”, le pregunto a mi esposa noruega.
Me mira con recelo. Es ella quien me habló de la cabaña. Y ahora yo estoy acusando a su país de una falla moral.
“No es más que una cabaña”, responde con cautela.
“¡Es la cabaña de Quisling!”, subrayo.
Cuando Noruega fue invadida por las fuerzas alemanas en 1940, Vidkun Quisling estaba encantado de verlos. Había basado su partido Unión Nacional en los nazis y los ocupantes lo instalaron debidamente como líder títere.
Su nombre le dio al inglés la palabra “quisling”, que significa lacayo, traidor, lamebotas.
¿Cómo puede ser que su cabaña esté en oferta de alquiler para cualquier visitante?
Mientras que en algunos lugares como Reino Unido hay candentes debates sobre qué hacer con las controvertidas estatuas, los noruegos suelen ser más relajados con los edificios nazis.
“Ahí está la diferencia entre Noruega y Reino Unido. La gente aquí realmente no ve una cabaña como algo malo“, dice mi esposa.
La cabaña de verano es donde los noruegos van a relajarse, y goza de un estatus casi religioso: es un lugar para pescar, recolectar bayas, cortar leña.
“Enkelt og greit”, dice la gente: simple y bueno. Se trata de volver a conectar con la naturaleza, física y emocionalmente.
El ideal de virilidad aria
En su época, Quisling era considerado un hombre heroico y apuesto que disfrutaba de la vida al aire libre. Para los ojos modernos eso es difícil de entender: con su traje arrugado, con su lado pulcro peinado, parece un archivador. No vemos al soldado rubio y alto y al hombre de acción que algunos vieron entonces.
Quisling incluso logró convencer a Adolf Hitler de que él representaba un ideal de virilidad aria.
En 1942, los nazis lo instalaron como primer ministro. Una vez en el poder, supervisó la deportación de un tercio de los judíos del país a campos de exterminio. Otros muchos escaparon a otros países.
Quisling mandó a hacer su cabina como un sauna, pero nadie parece saber cuándo.
Es una pequeña estructura tradicional, hecha de troncos de madera oscura, con césped que crece desde el techo para aislarla.
Sin embargo, nunca llegó a usarla. La guerra terminó antes de que pudiera encender las brasas, y fue ejecutado por un pelotón de fusilamiento.
“Quiero entender”
La Noruega moderna es el tipo de socialdemocracia basada en los derechos que Quisling habría odiado, con una actitud progresista hacia los derechos de los homosexuales y una gran población inmigrante.
Aunque ahora una nueva generación ha comenzado a hacer preguntas difíciles sobre el pasado del país en tiempos de guerra, hasta hace muy poco, las historias de guerra que la gente quería escuchar enfatizaban el heroísmo y la resistencia noruegos.
Quisling simplemente no fue parte de la conversación nacional. Aún así, ¿en qué mundo posible se alquila la cabaña de vacaciones de un líder colaboracionista en un destino turístico?
“Quiero entender”, le digo a mi esposa. “Entonces andá y quedate ahí. Anda a ver por ti mismo“, dice.
“¿Querés venir conmigo?”, le pregunto. “No”. Pero no se opone cuando le sugiero llevar a nuestro hijo de 12 años. Así que reservo y nos vamos.
Allí está, en una isla, una sencilla cabaña de troncos en una elevación con vistas al fiordo. Es bonita desde lejos; nunca sabrías que fue construida por un nazi asesino y despiadado.
“Una experiencia romántica nacional”, dice la descripción de las personas que lo alquilan. “Una habitación. Duermen cuatro”.
No puedo encontrar ninguna referencia a Quisling en su material publicitario. No están tratando de sacar provecho de la asociación, pero podrías alquilarlo y no enterarte.
Eso le pasó a mi amigo inglés Nick, quien fue con sus dos hijos pequeños a quedarse allí. Por error. “Solo pensé: bonito lugar, mucho que hacer”, me dice. “Les encantó la pequeña playa. Hay patos y cabras. Fue genial, hasta que vos me dijiste qué era”.
¿Santuario?
Por otro lado, no todos los noruegos consideran a Quisling un traidor.
Para Anders Behring Breivik, quien asesinó a 77 personas en 2011, era un modelo a seguir.
Desde esa perspectiva, esa corta frase publicitaria -una “experiencia romántica nacional”- se torna escalofriante. ¿Qué tal que para algunos el lugar sea como un santuario?
Para mi esposa precisamente el hecho de usarla como cabaña disminuye su poder. Cuando le pregunto a Thorgeir, un amigo noruego, qué piensa, está de acuerdo.
“Es una cabaña perfectamente buena. Sería un error quemarla hasta los cimientos”.
¿Será que queda como algo en el aire? Pues no... La cabaña de Quisling no tiene nada de excepcional.
Es cierto que tiene una imagen de un leñador tallada en la puerta principal, y que ese es el tipo de arte folclórico nórdico que los nazis adoraban. Pero a los noruegos comunes y corrientes también les gustan esas tallas de madera.
En el interior, la carpintería está limpia, pintada de blanco. Hay alegres tallas de cangrejos de río en el área de la cocina, y estantes llenos de productos de limpieza y aerosoles para insectos.
Un rollo de papel higiénico cuelga de la pared junto a un recogedor y un cepillo para usar en el baño exterior.
Mi hijo no le prestó atención a mi cavilación sobre la historia que este lugar representa: pasó el tiempo jugando al fútbol con los niños de las cabañas cercanas.
Entre tanto, yo fotografiaba el interior o me sentaba a tratar de encontrarle el alma oscura al lugar. No pude.
Nadie llegó en peregrinación nacionalista, al menos mientras estamos allí. Al llegar la noche, mi hijo y yo dormimos cómodamente en nuestras literas de madera.
A nuestro regreso, mi esposa le acarició el cabello a nuestro hijo y le preguntó: “¿Qué tal la cabaña?”. “Aburrida”, respondió. “¿Qué hay para comer?”
Vidkun Quisling habría odiado eso.
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