Cómo fue el mega ajuste que sacó a Grecia de una década de calvario financiero
El país parece haber recuperado el camino de la estabilidad, pero la factura ha sido gravosa, en especial para la población
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ATENAS.- En la última década, Grecia ha sido un laboratorio de pruebas europeo a nivel macroeconómico. Tras salir a la luz un enorme agujero de deuda en 2009, el país flirteó con una salida del euro con un premier de izquierda, que terminó aplicando a regañadientes el ajuste impuesto por el FMI, y luego ascendió al poder un primer ministro neoliberal. Ahora el país parece haber recuperado el camino de la estabilidad, pero la factura ha sido gravosa.
Entre 2009 y 2019, los griegos padecieron una quincena de paquetes de austeridad, cada uno más draconiano que el anterior, una auténtica pesadilla que dejó a la población traumatizada. En parte, la razón es que a medida que se implementaban nuevos paquetes de recortes, la actividad económica caía, lo mismo que la recaudación fiscal. Al final, la deuda medida en porcentaje del PBI se incrementaba en lugar de reducirse. El país llegó a deber casi 30.000 euros por cabeza.
Al final de esa década negra, la economía se había contraído un 25% en comparación con su nivel en 2008. Para un alivio de las políticas de austeridad decretadas por Bruselas hubo que esperar hasta 2020 y fue a causa de la pandemia de Covid. En ese momento, Atenas había recibido tres paquetes de créditos de rescate por valor de unos 300.000 millones de euros.
Recetas de un ajuste feroz
Durante la década de calvario financiero, los diversos gobiernos griegos buscaron recursos bajo las piedras, y no hubo prácticamente ninguna medida de ahorro que no fuera decretada. No solo se congelaron primero y se redujeron luego los salarios de los funcionarios, sino que se recortaron las pensiones a los jubilados, se privatizaron todo tipo de activos públicos, desde el puerto del Pireo hasta las compañías de gas natural, y se elevó la edad mínima de jubilación a los 67 años para los hombres y a 65 para las mujeres.
Todo ello fue acompañado de un recorte en el gasto social, sobre todo en sanidad y educación, así como en defensa. Miles de empleados públicos que no tenían un puesto fijo por concurso fueron despedidos, y se congeló durante años la contratación de nuevos funcionarios. Tan solo en el presupuesto de 2013, estos recortes superaron los 1000 millones de euros.
Syriza, una coalición de izquierda que había ganado las elecciones de 2015 con un programa antiausteridad, terminó claudicando ante las demandas del FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo. Los ajustes fueron una trituradora política: el histórico Pasok, socialdemócrata, en el poder al inicio de la crisis, pasó a ser un partido marginal; y Syriza, que lo reemplazó, sufrió un varapalo en las golpe que allanaron el retorno del conservador Nueva Democracia.
Al mismo tiempo que reducía el presupuesto público, el gobierno de Syriza intentó recaudar más de todas las maneras posibles. Prácticamente todos los impuestos, directos e indirectos, experimentaron una suba, a menudo, substancial. Por ejemplo, el impuesto sobre el consumo privado (VAT, por sus siglas en inglés) pasó del 19% al 23%, con la excepción de los productos esenciales, como la leche, aunque estos también vieron su porcentaje crecer hasta el 13%. El mínimo exento de tributar para las rentas bajas se redujo de 12.000 euros a solo 5000.
Algunos tributos llegaron a alcanzar un nivel tan elevado como en los países escandinavos, pero sin sus servicios públicos, claro. Para el profesor Dimitris Christopoulos, ello explica la caída de Syriza. “La factura de los ajustes la pagó en buena parte la clase media, a la que se acribilló a impuestos. Por eso, muchos votantes abandonaron a Syriza en 2019″.
La alternativa a todas estas medidas era salir del euro y recuperar la moneda nacional, el dracma. Era la apuesta del primer ministro de Finanzas de Syriza, el inefable Yannis Varoufakis. Sin embargo, el primer ministro, Alexis Tsipras, optó por evitar una decisión de consecuencias imprevisibles. En consecuencia, Varoufakis dimitió. “Syriza ya no existe, cometió un suicidio en 2015″, espetó Varoufakis consultado por LA NACION.
Stelios, un programador informático de 38 años, considera que era necesario aplicar un ajuste estructural, pero no cómo se hizo. “Syriza no se atrevió a tocar los intereses del ‘sistema’. En Grecia hay mucha corrupción en el sector público. Conozco una persona que cobraba como si sus dos hijos pequeños fueran funcionarios. Entre todos, se embolsaban 190.000 euros al año”, comenta Stelios. Tampoco, argumenta, hizo lo suficiente para evitar la evasión fiscal en un país con un fuerte sector informal. “El gobierno fue a lo fácil, a subir impuestos de los que ya los pagaban”, remacha.
Nick Malkoutzis, director del think tank Macropolis, cree que el ajuste fue demasiado duro, y no por seguir una lógica económica, sino más bien política y moral. “En el norte de Europa quisieron infligir un castigo a la población griega, darle una lección. Se la acusó de despilfarradora y se le impuso devolver demasiado dinero y demasiado rápido”, reflexiona este economista, que considera que no era necesario haber provocado el cierre de tantas empresas y la destrucción de tantos puestos de trabajo.
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