Estas urbes son calificadas en las redes sociales como las más raras del planeta, un calificativo especialmente válido desde su vista aérea; qué cuentan sus habitantes
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La vida urbana es un fenómeno reciente en la historia humana. En el 1800 apenas el 10% de los habitantes del planeta vivía en ciudades. Hoy ese porcentaje llega al 55%. El criterio para diferenciar ciudad, pueblo y aldea varía desde la cantidad de habitantes (por encima de 50.000 vecinos siempre se considera ciudad), hasta las actividades de la población, si es un sitio pequeño y más del 25% se dedica a la agricultura, se denomina pueblo o aldea. Pero dentro de ese rango en todo el mundo hay distritos extremadamente variados y curiosos: desde el que tiene una sola y larguísima calle totalmente poblada, hasta los que son una mínima franja, sin posibilidades de expandirse porque están encerrados entre montañas, ríos o los rodea un abismo.
Más allá del interior de sus viviendas, una visión desde el aire cambia la perspectiva. Cómo es vivir en estos sitios considerados desde el punto de vista urbanístico como los pueblos más extraños del mundo.
El pueblo polaco de una sola calle
Si fuera por su extensión, una larguísima fila de varios kilómetros de viviendas, Suloszowa, en Cracovia, Polonia, entraría mejor en la categoría de ciudad que de pueblo. Pero la franja tiene un ancho máximo de apenas 150 metros, en total cuenta con 6000 habitantes y absolutamente todos ellos disponen detrás de su casa de una tira de terreno que dedican al cultivo. ¿Es zona rural o urbana?
La única calle se llama Olkuska y conforma la ruta 773, que atraviesa de punta a punta la localidad.
“Mis antepasados llegaron a este pueblo en el siglo XV”, contó en diálogo con LA NACION el alcalde Stanisław Gorajczyk. “En aquel momento, la economía local se estaba desarrollando de forma muy dinámica por el cultivo de cereales y necesitaban más mano de obra por lo que hubo un rápido crecimiento. Hoy día se cultivan además papas, frutillas y habas. Por eso, las diferentes tonalidades de los terrenos. Los campos se extienden varios kilómetros atrás de las casas”.
Gorajczyk confesó que el mundo supo de la existencia de esta particular ciudad solo hace dos años, a partir de las fotos aéreas tomadas con un dron. “Esas imágenes tomadas a vuelo de pájaro muestran un hermoso diseño de tierras de cultivo que se extiende a lo largo de los casi 9 kilómetros de extensión de Suloszowa”, dijo el alcalde.
En total, son unos 1600 edificios, entre casas, escuelas, comercios y hospital. Pero además Suloszowa tiene otros atractivos como el Castillo de Pieskowa Ska (uno de los mejores ejemplos de la arquitectura renacentista de Polonia) y una curiosa formación de roca caliza de 30 metros de altura, que recibe el nombre de Mazo de Hércules.
Suloszowa y el Mazo de Hércules integran el Parque Nacional de Ojców, conocido por sus barrancos, acantilados y cuevas de piedra caliza. Además, la ciudad pertenece a la Vía Regia, una de las rutas del Camino de Santiago que une la ciudad gallega de Santiago de Compostela con San Petersburgo, en Rusia, un milenario corredor de 4500 kilómetros de largo.
“Estoy muy orgulloso de mi ciudad natal y de sus habitantes”, concluyó Gorajczyk.
La más colorida
Cualquiera de los cinco poblados que conforman Cinque Terre, en la Liguria italiana, patrimonio de la Humanidad, según la UNESCO, podría recibir el título del pueblo más colorido del mundo. De norte a sur, las “cinco tierras” son Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore. En línea recta hay una decena de kilómetros entre las dos localidades más distantes, o 20 kilómetros bordeando la línea costera.
“Los colores comenzaron a llegar al pueblo junto con el bienestar económico de los años 70, cuando estrellas como Bernardo Bertolucci o Roberto Benigni convirtieron la zona en su lugar de retiro″, contó a LA NACION el arquitecto Claudio Rollandi. Su familia vive en Manarola desde hace varias generaciones. Hoy habitan en Manarola unas 400 personas en casas que parecen colgadas de los acantilados, a punto de desmoronarse sobre el mar de Liguria.
“Cuando los vecinos desean renovar la pintura de sus frentes, presentan a la Oficina Técnica de la comuna una terna de tres colores. Y el municipio elige teniendo en cuenta la conservación de la variedad del paisaje”, explicó el arquitecto Rollandi.
Para el profesional y vecino, lo bueno y lo malo de Manarola tiene que ver con el auge de la industria turística. “Por un lado retuvo la fuga de muchos jóvenes que se iban a las ciudades. Y por otro, hay ciertas épocas del día y del año que se produce un hacinamiento salvaje que podría resumir en la frase ‘mordi e fuggi´ [golpea y sal corriendo]”, comentó Rollandi.
La más angosta del mundo
En su novela “Las ciudades invisibles”, el italiano Italo Calvino (1923-1985) hace un relato de ficción de varias ciudades imaginarias. El condado de Yanjin, en el nordeste de la provincia de Yunan, China, encajaría perfectamente en el capítulo de “Las ciudades escondidas”, un enigmático agrupamiento urbano oculto entre montañas, solo accesible al conocedor.
De hecho, aunque es un distrito poblado desde antes de la era cristiana, no muchos chinos conocen de su existencia y en el mundo se hizo conocido gracias a la fotografía con drones y las redes sociales.
Hoy Yanjin es catalogada como “la ciudad más angosta del mundo”, con 300 mts en su parte más ancha y 30 mts en la más estrecha, y cinco kilómetros de largo. Más allá, se alzan por un lado las altísimas paredes del cordón montañoso del sureste chino, y por el otro lado el río Nanxi. Como no puede crecer hacia los costados, la ciudad se expande a lo largo y hacia arriba con edificios cada vez más altos. Las construcciones están basadas sobre pilares delgados como pilotes para protegerlas de las inundaciones.
Por supuesto, no hay espacio para más que una sola carretera en cada lado del río que recorre la ciudad de punta a punta, con algunos puentes que unen ambas márgenes.
¿Cuál es el atractivo de vivir en Yanjin para sus casi 400.000 habitantes? Históricamente su río era una de las rutas principales para los barcos que comerciaban un bien tan preciado como la sal, y también bronce y té. En la actualidad, gracias a la difusión alcanzada a través de las redes sociales, Yanjin es sitio turístico para chinos y extranjeros. Cuando a Liao Zonghui, una jubilada vecina de Yanjin, le preguntan por qué vive en esta ciudad tan escarpada, contesta con toda lógica: “Subir escaleras es un buen ejercicio, y todos mis antepasados vivieron aquí. Así que no podría vivir en ningún otro lado”.
La ciudad que no puede crecer
Si en China Yanjin no se puede extender porque de un lado tiene la montaña y del otro el río, el caso de Amadiyah, en el Kurdistán iraquí a unos 10 km de la frontera turca, es mucho más taxativo: es una ciudad que nunca podrá crecer porque está rodeada por un abismo.
Aunque está ubicada a 1400 metros sobre el nivel del mar Amadiyah tiene vestigios de haber sido habitada desde varios siglos antes de Cristo, hacia el 1200 pasó al control de una sola familia, los Bahdinan. El legado ecuménico de aquella familia se percibe en la armónica convivencia entre musulmanes y cristianos, mezquitas e iglesias en Amadiyah.
Hoy, en esta ciudadela de 1 km de largo y 500 mts de ancho viven 8000 personas.
Sin posibilidades de realizar otras actividades dentro del atiborrado casco urbano más que el comercio o los servicios, la mayoría de la población se dedica a la crianza de ovejas en los valles circundantes, con el particular privilegio de, al final del día, poder subir de regreso a la ciudad y disfrutar de magníficas vista del paisaje montañoso de la región desde lo alto de la ciudadela.
La más fugaz
La vista aérea de “la ciudad más fugaz del mundo”, parece fruto de un efecto especial de alguna película distópica. Pero la imagen es real y pertenece al estrafalario Festival del Burning Man, que desde 1986 tiene lugar la primera semana de septiembre en medio del desierto de Black Rock en Nevada.
Entre 70 000 y 80 000 personas viajan con sus carromatos y carpas a Black Rock, construyendo durante una semana una metrópolis en forma de media luna en un terreno conocido como “la playa” de 18 km2, donde las temperaturas rondan los 37° y hay súbitas tormentas de arena.
La participación tiene varias consignas que conforman sus “diez mandamientos”, uno de las principales es el cuidado del medio ambiente. Al cabo de una semana no queda en el lugar ningún rastro de la fugaz metrópolis. La inscripción cuesta alrededor de 500 dólares, pero una vez dentro de la ciudad todas las transacciones se realizan mediante el trueque o regalos, ya que su fundador, Larry Harvey, es un defensor de la “desmercantilización”.
“Si todo el valor y la autoestima de una persona se invierten en cuánto uno consume u otras medidas cuantificables, el deseo de poseer cosas supera la capacidad para establecer conexiones morales con las personas que nos rodean”, afirma Harvey.
El origen de este festival se remonta a 1986 cuando Harvey y varios amigos quemaron una estatua hecha de madera con forma de hombre, el “burning man”, en la playa Baker Beach de San Francisco. De aquella primera celebración nació este proyecto. Ahora, con los materiales que trae cada uno, los “burners” construyen enormes y estrafalarias obras de arte que se desarman al final de la semana.
Sobre si su fugaz ciudad representa una utopía, Harvey es categórico: “Creeré en la utopía cuando conozca a la primera persona perfecta, y esta comunidad está formada por 80.000 personas imperfectas”.
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