La idea del sueño ininterrumpido e independiente está lejos de ser universal y es muy diferente a cómo los niños han dormido a lo largo de la historia
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Si mencionas que has tenido un bebé, casi todos te preguntarán lo mismo: ¿qué tal duerme?
Muchos padres exhaustos esperan ansiosos a que finalmente duerman toda la noche. En Occidente en particular, terapeutas, libros y artículos prometen ayudar a las familias a conseguir un santo grial: un bebé que duerma en su cuna, solo, toda la noche, además de varias siestas durante el día.
Hasta algunos pediatras advierten que, si esos objetivos no se cumplen, es menos probable que los niños duerman lo necesario para crecer y desarrollarse.
Pero esta idea del sueño ininterrumpido e independiente está lejos de ser universal y es muy diferente a cómo los niños han dormido a lo largo de la historia.
Es un problema que puede generar ansiedad y estrés a los padres y hasta ser peligroso para los propios bebés.
“Cómo dormimos en el siglo XXI es algo raro desde el punto de vista evolutivo, porque no evolucionamos para yacer como muertos por ocho horas y despertarnos en total silencio y oscuridad”, explica Helen Ball, profesora de antropología y directora del Centro Durham para la Infancia y el Sueño en Inglaterra.
“Eso afecta la forma en que pensamos cómo deben dormir nuestros bebés”.
¿Dormir lo suficiente?
No es nuevo preocuparse por si los bebés duermen suficiente. Las primeras guías científicas sobre el tema datan de 1897, cuando un científico ruso recomendó en un libro que los recién nacidos deberían dormir 22 horas al día.
Durante el siglo siguiente el tiempo de sueño recomendado se redujo, pero siguió superando la media en la práctica en 37 minutos, lo que cimentó el camino para décadas de padres preocupados.
Hoy los expertos concuerdan en que el sueño es crucial para bebés y niños (y también para adultos).
La falta de sueño se asocia a factores de riesgo cardiometabólicos, más probabilidades de desarrollar trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH, por sus siglas en inglés), a un bajo desempeño cognitivo y a la regulación emocional y a logros académicos y calidad de vida más pobres.
Sin embargo, muchas de estas posibles consecuencias involucran a niños en edad escolar y no a bebés.
Hay correlaciones, no causalidades.
La única forma de saber si la falta de sueño “causa” un trastorno como el de déficit de atención, como han sugerido varios estudios, sería realizando estudios controlados y aleatorios.
Son investigaciones problemáticas, porque implicarían algo poco ético como privar de sueño a un grupo de niños durante años.
Por ello es difícil saber si es la falta de sueño la que causa TDAH o, al contrario, si los niños con este trastorno simplemente duermen menos.
Por supuesto, es probable que la relación entre sueño y desarrollo sea bidireccional.
Los ensayos controlados aleatorios a corto plazo sugieren que a los niños a los que se les dio una tarea de memoria les fue mejor cuando se habían echado la siesta y que los fatigados tuvieron más dificultades para lidiar con un episodio estresante aquellos que estaban descansados.
Pero esto tampoco significa que todos los bebés necesiten dormir 12 horas de forma ininterrumpida por la noche y varias siestas de dos horas al día.
“Los bebés difieren en su sueño al igual que los adultos”, dice Alice Gregory, profesora de psicología en la Universidad de Goldsmiths en Londres.
La Fundación Nacional de Sueño de Estados Unidos recomienda que los bebés menores de tres meses duerman entre 14 y 17 horas en un período de 24, pero indica que entre 11 y 19 también es adecuado.
La Academia Estadounidense de Medicina del Sueño, por otra parte, no tiene recomendaciones para bebés menores de cuatro meses. Y ninguno de los organismos aconseja específicamente sobre las siestas.
“Hasta los expertos discrepan sobre el sueño infantil”, dice Gregory.
Ajustarse a un horario
Existen varias rutinas preestablecidas para organizar las siesta durante el día. Para la noche, muchos libros y terapeutas recomiendan seguir la regla de dormir entre 7 am y 7 pm.
En recién nacidos, este horario puede ser especialmente difícil de cumplir. Eso se debe a que las funciones fisiológicas que indican a los padres que la noche es el mejor momento para dormir no empiezan a desarrollarse hasta las 8-11 semanas en bebés totalmente sanos.
Exponer a los recién nacidos a la luz durante el día y a la oscuridad durante la noche puede ayudar a que estos sistemas funcionen.
En un contexto global, que el bebé se vaya a la cama a las 7 pm puede ser complicado.
En muchas culturas, los más pequeños pueden irse a la cama sobre las 10:45 pm en Oriente Medio, 9:45 pm en Asia y 10 pm en Italia. También pueden despertarse más tarde.
Algunos estudios asocian irse a la cama temprano con mejor rendimiento académico y menor riesgo de obesidad. Sin embargo, estas investigaciones involucran preescolares y niños mayores, no bebés.
Tampoco está claro si la hora de irse a dormir marca una diferencia por sí sola.
Dado que la escuela y otras rutinas infantiles suelen empezar temprano, los bebés que se van pronto a la cama tienden a dormir más en general y las familias que acuestan a sus hijos temprano quizás prioricen hábitos saludables en otras formas.
No es fácil desgranar todos esos factores.
Para algunas familias, la rutina de 7am a 7pm funciona. Para otros, tratar de forzarla puede causarles sus propias problemas con el sueño.
“Nuestros datos sugieren que si los más pequeños no se acuestan a una hora biológicamente no óptima, no se sentirán listos para dormir y pondrán resistencia”, dicen los investigadores de un estudio en Rhode Island.
Y si resulta que el bebé no necesita dormir 12 horas seguidas por noche, hacer que duerma a las 7 pm puede tener consecuencias no deseadas, como el sueño interrumpido durante toda la noche o que se despierte excesivamente temprano.
Es por ello que existen teorías sobre dos formas de organizar la rutina de los bebés: una más estricta, en base a las necesidades de los padres, y, otra más flexible, en base a las demandas de los bebés.
Algunos estudios sugieren que atender más a lo que necesiten estos últimos tiene ventajas sobre una rutina estricta impuesta por los padres, como una menor ansiedad en los progenitores y un mayor equilibrio de la lactancia materna.
Por último, los expertos recomiendan no complicarse mucho. Para saber lo ideal para cada niño, lo mejor es observarlo.
“Si ves a tu bebé feliz durante el día, lo más probable es que esté bien. Si está malhumorado e irritable, quizás tenga sueño”, dice Harriet Hiscock, pediatra del Hospital Real para Niños en Melbourne.
Dormir durante toda la noche
Como si conseguir que su hijo duerma cierto número de horas no fuera suficiente, a muchos padres se les pide que intenten que su sueño sea “consolidado”.
Terapeutas y libros indican a menudo que dormir profundo y de forma ininterrumpida es lo mejor para el desarrollo de un bebé (sin mencionar que es menos perturbador para los padres).
Pero incluso si 12 horas de sueño sin despertares fueran un objetivo óptimo, es biológicamente desafiante y, de conseguirlo, se podría poner en riesgo a los bebés.
Todos los humanos se despiertan entre ciclos de sueño. De adultos, es común que nos levantemos al baño o a tomar agua, y que luego nos volvamos a dormir rápido.
Esa es la razón por la que la mayoría de nosotros no recordamos estos despertares por la mañana.
Pero los ciclos de sueño de los adultos tienden a ser más largos, de alrededor de 90 minutos. Los de un bebé pueden durar la mitad.
Y, a diferencia de los adultos, los bebés no pueden satisfacer sus propias necesidades, por lo que a menudo se espabilan del todo al despertarse.
Así ocurre cuando se despiertan por hambre, para comer.
Para su desarrollo, un bebé recién nacido requiere de mucha energía. Como resultado, la leche materna es alta en azúcar, en lugar de en grasas.
Una mayor proporción de grasas saciaría más al bebé y le permitiría ser más independiente, pero el azúcar se digiere rápido y requiere alimentaciones más frecuentes.
“Los bebés pequeños se despiertan. Es lo que hacen: se despiertan y comen”, dice Wendy Hall, profesora emérita e investigadora del sueño de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá.
“Con el tiempo desarrollan un sueño biológico más largo durante la noche. A los tres meses, podría ser de cinco o seis horas durante la noche si todo va bien. Eso es casi un regalo”, añade Hall.
A medida que van creciendo, la frecuencia con la que hay que alimentarlos disminuye. De acuerdo a muchos investigadores, a los seis meses, si están sanos y tienen un peso normal, no necesitan comer por la noche; no al menos en términos de nutrición.
Pero despertarse y necesitar de un cuidador por otros motivos sigue siendo común, especialmente durante el primer año de vida, cuando son más vulnerables y su sistema nervioso sigue siendo inmaduro.
Si bien los despertares pueden seguir siendo comunes entre los bebés mayores e incluso los niños pequeños, vale la pena una evaluación médica para descartar cualquier motivo de salud.
¿Por qué no es tan malo despertarse?
Aunque sea frustrante para padres cansados, hay otro motivo por el que los bebés han evolucionado para despertarse con frecuencia: su propia protección.
Hay una fase del sueño en la que el riesgo potencial de sufrir el síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL, por sus siglas en inglés) es mayor: el sueño de ondas lentas. En esta fase, los bebés pueden dejar repentinamente de respirar.
Un bebé saludable se despertará, pero un bebé con factores de riesgo (potencialmente no detectados, como una anomalía del tronco encefálico) puede que no.
Presionar a un bebé antes de tiempo para que duerma más y de forma más profunda puede, en consecuencia, incrementar el riesgo de SMSL, según James McKenna, especialista del sueño y antropólogo de la Universidad de Santa Clara, California, Estados Unidos.
El peor ejemplo es poner a dormir a un bebé boca abajo. Si bien esto parece ayudarles a dormir más profundamente, también hace que el SMSL sea hasta 13 veces más probable.
Después de que campañas por todo el mundo dijeran a los padres que pusieran a los bebés a dormir boca arriba, las tasas de SMSL se desplomaron.
“Queríamos promover esta idea de la consolidación temprana del sueño: profundo e ininterrumpido. Así que promovimos esta noción de poner a los bebés boca abajo para que no se despertaran tanto. Creamos la epidemia de SMSL”, dice McKenna.
Si bien es una percepción común que períodos más largos y seguidos de sueño ayuda al desarrollo del bebé, esto no está confirmado por la ciencia.
La investigadora Jodi Mindell observó 117 infantes y niños pequeños en intervalos regulares durante un periodo de 18 meses en Estados Unidos.
“Encontramos que no hay relación real entre el sueño y el posterior desarrollo cognitivo”, explica Mindell, directora asociada del Centro del Sueño en el Hospital de Niños de Filadelfia.
Incluso, halló una modesta relación entre mayores despertares nocturnos y mejores desempeños cognitivos.
Otro estudio en Canadá observó el sueño de más de 350 niños de entre seis meses y un año, al igual que sus habilidades mentales y motoras a los 36 meses.
No hubo “asociaciones significativas entre dormir durante toda la noche y un posterior desarrollo mental y psicomotor”, escriben los autores.
Y el estudio longitudinal más grande realizado en bebés que recibieron intervenciones conductuales para reducir los problemas del sueño, como los despertares nocturnos, no encontró diferencias entre los hábitos de sueño, el comportamiento, la regulación emocional o la calidad de vida de los niños a los seis años.
Lo que a veces aparece es una relación entre la falta de sueño y un desarrollo social y emocional más deficiente, aunque eso se refiere a dormir menos en general, no a si un bebé se despierta con frecuencia.
De cualquier modo, aquí vuelve a entrar la disputa entre correlación y causalidad. Un bebé más inquieto y que requiere que los padres lo tranquilicen durante el día o la noche podría ser simplemente el tipo de niño que tiene más dificultades con la regulación emocional.
Regresiones del sueño
La regresión del sueño es un concepto que se suele usar para designar a periodos en los que esta actividad es más caótica.
Se dice que son tan frecuentes como supuestamente predecibles: un sitio web de consultoría del sueño describe una regresión a los cuatro meses, otra entre los ocho y los 10 meses, la siguiente entre 11 y 12 y la última a los 18 meses.
Lo más aterrador de todo es que la regresión a los cuatro meses a menudo se considera, de manera inexacta, como permanente.
El problema, dicen los investigadores del sueño, es que las regresiones del sueño no existen, no en la forma en que a menudo se describen.
Estas “regresiones” generalmente no tienen nada que ver con dormir, sino con otras formas del desarrollo. Aprender una nueva habilidad, como gatear o caminar, emociona lo suficiente a un bebé como para que se despierte más durante la noche. También puede ser psicológico.
Aunque los bebés desarrollen sus propias preferencias de sueño y hábitos al crecer, tampoco hay evidencia de que cualquier cambio específico en el sueño es “permanente”.
En un estudio que comparó el sueño de los bebés en países asiáticos y occidentales, por ejemplo, Mindell descubrió que, en su mayoría, los bebés se despiertan menos a medida que crecen.
Esto se dio incluso en países asiáticos, donde los bebés comparten cama con frecuencia y es menos probable que duerman de forma independiente.
Sueño independiente
Los horarios de sueño generalmente se basan en una premisa: los bebés deben dormir de forma independiente lo antes posible, pero puede ser difícil de conseguir.
La inmadurez neurológica de los bebés hace que dependan de sus cuidadores en la regulación emocional, lo que involucra relajarse lo suficiente como para conciliar el sueño.
Mindell es una defensora del uso de estrategias para ayudar a los bebés a conciliar el sueño de forma independiente. Aun así, dice, no hay razón para pensar que calmar a un bebé obstaculizará su desarrollo.
En el extremo opuesto del sueño independiente, incluso compartir la cama tiene una relación matizada con el desarrollo.
Algunos estudios han concluido que no existe una relación entre que los bebés duerman con sus padres con consecuencias cognitivas y conductuales a largo plazo.
O incluso hallaron que compartir la cama tiene un pequeño efecto beneficioso sobre los resultados cognitivos posteriores. También hay estudios que muestran que puede reducir el riesgo de apego inseguro.
Pero otra investigación, incluyendo un estudio llevado a cabo con casi 4.000 niños de tres meses en Brasil que fueron evaluados hasta los seis años, halló que los niños que compartían la cama con sus madres tenían más probabilidades de padecer trastornos psiquiátricos.
También existe una relación entre compartir la cama y que los niños sean más propensos a tener problemas para dormir.
Estos estudios, sin embargo, tienen un gran defecto: debido a que los investigadores no preguntaron a los padres por qué los bebés comparten la cama, es imposible saber si cierto arreglo para dormir “causa” algún resultado en particular.
Si un padre trae a un niño a la cama porque no se acomoda solo, eso podría indicar un problema subyacente que el niño tendría sin importar realmente dónde duerma.
Entonces, compartir la cama podría ser un factor adyacente y no una causa.
De hecho, investigadores de una base militar de EE.UU. descubrieron que los niños que compartían cama cuando uno de sus padres se iba al servicio activo tenían menos probabilidades de tener problemas psiquiátricos y se consideraba que se comportaban mejor que los niños que no lo hacían.
Esta podría ser la razón por la que en partes del mundo donde compartir la cama es la norma, no se da ese tipo de diferencias.
Uno de los únicos estudios diseñados para dar cuenta de esta diferencia encontró que los niños en edad preescolar que comenzaron a compartir la cama cuando eran bebés eran más autosuficientes y socialmente independientes que los niños que siempre habían dormido solos.
Problemas del sueño
Los padres se preocupan con frecuencia sobre si el sueño de sus hijos no es normal.
Casi el 40% de padres de bebés de ocho meses en un estudio finlandés, por ejemplo, afirmaron pensar que sus hijos tenían problemas de sueño.
Pero ¿cómo definen los investigadores lo que es un “problema del sueño”?
“No hay una definición estricta aceptable o cuantificable. Pero el primer paso es que, si los padres ven un problema, es un problema en que necesitamos hacer algo al respecto”, dice Hiscock.
Pero también es posible que los padres piensen que sus bebés tienen problemas cuando en realidad se comportan como cualquier otro.
Eso puede exacerbar el problema, aumentando la ansiedad y el estrés sobre todo en padres ya de por sí cansados.
Mucho de lo que creemos problemático también está regido por nuestras expectativas culturales. En uno de sus estudios, Mindell halló que las percepciones de los padres sobre sus problemas difiere vastamente según el país.
Solo el 10,1% de los encuestados en Vietnam pensaron que tenían un problema en comparación al 75,9% en China.
El origen del mito
Al final, muchas de nuestras creencias sobre cómo deben dormir los más pequeños se basan en valores culturales e ideológicos más que en la propia ciencia.
Durante siglos, explica McKenna, no solo era común sino necesario que los bebés durmieran con sus familias.
Sin electricidad o calefacción, y a veces sin habitación que compartir, quedarse cerca de la madre era conveniente, productivo y facilitaba la lactancia. Esto se sigue manteniendo en varias culturas.
“Antes del siglo XIX, el sueño infantil no era una preocupación general de padres primerizos”, tal y como apuntan las antropólogas Jennifer Rosier y Tracy Cassels.
“Cuando un niño se despertaba, un miembro despierto de la familia o uno dormido junto al bebé estaban listos para reaccionar rápido. También se asumía que los bebés, al igual que los adultos, dormían y se despertaban cuando lo necesitaban”.
Cuando llegó la Revolución Industrial en el siglo XIX, también se empoderó la clase media y surgió un nuevo énfasis en la independencia.
Los días laborales, más largos, suscitaron interés en el sueño ininterrumpido por la noche. La urbanización incrementó el número de padres viviendo lejos del apoyo de sus familias. Los médicos, quienes creían que agrupar múltiples personas en el mismo espacio “envenenaba” el aire, actualizaron las guías para madres y enfermeras.
Nuevos libros enfatizaron la necesidad de horarios más estrictos y recomendaron que los niños durmieran solos para que se independizaran y fortalecieran.
Sin embargo, este no ha sido el caso en todas partes.
“Los japoneses creen que la cultura estadounidense de presionar a sus niños para que duerman solos por la noche es casi despiadada”, dice un investigador.
En Guatemala, las madres mayas reaccionaron a las guías estadounidenses del sueño con “sorpresa, desaprobación y lástima”.
Hoy, muchos padres extenuados reciben la información a través de libros y terapeutas, pero muchos libros no tienen base científica y la industria de la terapia del sueño no está regulada. A fin de cuentas, cualquiera puede llamarse a sí mismo un experto del sueño.
Amanda Ruggieri
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