Cómo es por dentro una mansión donde se fabricaba captagon, la droga ilegal que convirtió a Siria en un “narco-Estado”
La planta clandestina, oculta en una lujosa casa cerca de Damasco, expone el oscuro negocio de la llamada “cocaína de los pobres” vinculado al régimen de Al-Assad
AL-DIMASS.- El olor es fuerte, intenso, penetrante, de esos que te raspan la nariz y la garganta. Es lógico que nos recomiendan taparnos la cara. “Es nocivo respirar eso”, advierte Bilal, un miliciano de barba, gorro negro, campera camuflada, pantalón verde militar, que, con una kalashnikov al hombro, nos abre las puertas de una de las fábricas de captagon, droga sintética también llamada la “cocaína de los pobres”. Siria se convirtió en el mayor productor mundial de estas terribles píldoras en la última década y justamente por eso pasó a ser tildado el “narco-estado de Medio Oriente”.
La popularidad del captagon se disparó en este país ahora convulsionado después de las protestas de la Primavera Árabe de 2011 que luego degeneraron en una guerra civil que el domingo pasado, sin que casi hubiera combates, logró derrocar al régimen de la familia Al-Assad. Durante su dominio, la producción del captagon se convirtió en un negocio millonario. Y también, por supuesto, ilegal, manejado -como todos sospechan y está saliendo a flote ahora- por el hermano del autócrata ahora exiliado en Moscú, Maher al-Assad, comandante de la cuarta unidad del ejército sirio y hombre de gran poder, cuyo paradero todavía es desconocido. Estados Unidos, entre otros países, ya habían acusado al régimen de lucrar con la producción y venta de esta peligrosa droga.
“Toda la familia Al-Assad deberá irse al infierno por haber permitido esto”, denuncia Bilal, nombre ficticio de uno de los milicianos del grupo islamista sirio Hayat Tahrir al-Sham (HTS) que prefiere no decirnos su nombre y que pasó a tener el control de esta fábrica que fue descubierta hace tres días adentro de una mansión de lujo de la localidad de Al-Dimass, al oeste de Damasco.
Una mansión que probablemente pertenecía a Maher al-Assad o a algún alto oficial de su división del Ejército, donde ahora en la entrada saltan a la vista combatientes, algunos con el rostro tapado y armados con kalashnikovs, que montan guardia en medio de una mesa de plástico y dos literas con colchones para descansar.
Al-Dimass es una localidad donde viven unas 14.000 personas y que queda tan sólo a 25 kilómetros al noroeste de Damasco, muy cerca de la frontera de Siria con el Líbano. Es decir, en una posición estratégica para luego exportar a todo el mundo las pastillas de captagon, viejo nombre comercial de un estimulante sintético que denomina hoy a una anfetamina ilícita que se convirtió en una de las drogas más consumidas en Medio Oriente. Esta mansión es apenas uno de los varios laboratorios o depósitos de captagon descubiertos desde que cayó el régimen.
Droga ilegal
“En cada pelotita blanca de estas, estos perros ponían cuatro pastillas de captagon”, denuncia Bilal mientras, con un martillo, hace pedazos sobre una mesa de madera una de las bolitas blancas, para mostrarnos esa droga adictiva de los pobres. Creado inicialmente en la década de 1960 en Alemania en el marco de un tratamiento contra el trastorno de la atención, la hiperactividad y también contra la narcolepsia y, en menor medida, la depresión, en 1986 el captagon fue declarado en todo el mundo ilegal.
La píldora, que contiene fenetilina, una anfetamina sintética, cafeína y otros estimulantes, sin embargo, comenzó a ser producida en forma ilícita principalmente en Siria (80%), aunque también en el Líbano. La píldora, que puede ingerirse, pero también triturarse y aspirarse por la nariz, es conocida no sólo porque fue utilizada por el grupo terrorista fundamentalista Estado Islámico, sino también, por el palestino Hamas durante el bárbaro asalto desde la franja de Gaza a comunidades del sur de Israel del 7 de octubre de 2023. Un asalto que, indirectamente, también provocó la caída de los Al-Assad debido al debilitamiento del grupo chiita pro-iraní Hezbollah que los respaldaba.
“¿Cómo nos enteramos de esta fábrica? Fue la gente que vive acá, que hace tres días llamó a las fuerzas de HTS porque vieron que había gente que se estaba escapando de la mansión… Así que vinimos y nos encontramos con todo esto y tomamos el control”, dBilal.
La fábrica es impresionante. Como en las películas se encuentra oculta detrás de una fachada de una clásica mansión de lujo -algo kitsch- típicamente árabe, con salones con arañas de brillantes, muy elegantes, repletos de los diversos componentes químicos necesarios para fabricar la droga.
Allí se ven decenas de barriles color marrón apilados uno sobre el otro, bolsas blancas tipo harina de alguna sustancia química y otras azules y blancas de otro componente, con la leyenda: “Laktoza Mielona”. También hay bolsas de plástico, palanganas, contenedores, palos para remover las sustancias, baldes y toda la maquinaria necesaria para la producción: balanzas, cocinas, montacargas, embudos gigantes, hornos, bidones, barriles. Un escenario sorprendente, sobre todo al estar adentro de una mansión de lujo y no de un galpón, que recuerda la aclamada serie Breaking Bad.
Todo está bastante revuelto, hay suciedad en el piso, desorden, y se nota que quienes estaban adentro se escaparon de un día para el otro, conscientes de que los revolucionarios islamistas, los nuevos dueños de Damasco, iban a ir por ellos. Gran parte de un polvo blanco y maloliente está tirado en lo que sería el ingreso de los autos a la mansión. En el salón interior, en cambio, quedaron tirados un ventilador y centenares de esas pelotitas blancas que son medio pegajosas y quedan pegadas a la suela de los zapatos. Quién sabe a qué países habrían viajado esas pelotitas de no haber terminado la era Al-Assad…
“En Siria no se comercializaban, también eran ilegales, pero eran toleradas y los perros de los Al-Assad las exportaban, enriqueciéndose ellos y su grupito”, acusa Bilal, que también nos muestra una parte externa con más maquinarias para prensado, contenedores y hornos de aluminio, un vehículo transportador y varios montacargas. Informes de investigación de medios como la BBC revelaron que la industria farmacéutica siria facilitaba todas las etapas de la producción y el contrabando de captagon.
El camino
Para llegar a esta increíble mansión-fábrica de captagon, primero hubo que pedir un permiso especial en el Ministerio de Información de Damasco, que pasó a estar controlado por los “barbudos” del HTS. Luego fue necesario cargar nafta a través de un bidón que consiguió el chofer -porque casi no se consigue en esta Siria económicamente de rodillas por la guerra civil y las sanciones económicas de la comunidad internacional-, y recorrer unos 25 kilómetros de carretera aún marcada por el colapso del régimen. Con tanques y otros vehículos militares abandonados, mucha basura, postaciones con trincheras y bolsas de arena abandonadas y muy poco tránsito, no sólo por ser viernes, día sagrado de oración, sino porque también aun hay miedo a salir.
También hubo que atravesar una zona desértica con poblados llenos de esos resabios de la presencia abrumadora del clan Al-Assad en posters, monumentos, gigantografías, graffitis. Algunos aún destrozados por la furia de la gente; otros, aún intactos.
En medio de un paisaje árido con montañas color ocre que recuerda el norte de la Argentina, hay que pasar por diversos check-points del régimen de Al-Assad y bases militares abandonadas, de las cuales a veces salía algún chico llevándose algo saqueado en la mano. Sólo en el cuartel de Zaara, entre Qudseya y Al-Dimas, y base de la cuarta división de Maher al-Assad, se veían algunos milicianos de HTS en la entrada.
También hay que pasar por un barrio cerrado llamado “Assad Villages”, destinado a la clase alta del ejército. Y para poder identificar la mansión-fábrica, recibimos gratas indicaciones de un pastor que lleva un rebaño de cabras y de un hombre con barba y Kefhia a cuadros azul, que, a bordo de su moto, nos indica el camino.
Bilal, el guardián de la fábrica de captagon oculta detrás de una mansión de clase alta -que incluso ostenta un gran jardín con falsa cascada y quincho-, dice que no sabe cuántas pastillas se producían ahí. Pero admite que si pudo operar tan tranquilamente fue porque la casa está en una zona militar que amparaba toda la operación ilícita. ¿Qué van a hacer ahora con todas esas pastillas y materiales químicos? “Lo decidirá el nuevo personal del Ministerio de Salud que vendrá en los próximos días”, dice.
Consultado sobre de qué parte de Siria es originario, el miliciano prefiere no dar detalles. Se limita a contestar: “Somos todos sirios”. Muy cordial como todos los “barbudos” islamistas ahora dueños de esta zona de Siria, se despide de las dos periodistas extranjeras con una recomendación: “No tengan miedo si se encuentran a milicianos armados como yo”.