Cómo es la vida en la ciudad más boreal de América, donde el lunes verán el sol por última vez por 66 días
Desde Utqiagvik, Alaska, antes llamada Barrow, sobre el Océano Ártico, una dirigente de la población local contó a LA NACION cómo es la larga noche polar que dura más de dos meses, con temperaturas de entre -17°C y -35°C
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Este lunes a las 18.09 (martes a las 00.09 hora argentina) en la ciudad más boreal de América, Barrow, Alaska -rebautizada como Utqiagvik en 2016-, luego de un “día” muy breve, verán desaparecer tímidamente el sol por última vez hasta las 12.55 del jueves 23 de enero, cuando volverá a asomar nuevamente por un ratito nomás en el horizonte. Estos dos meses el “día” será, en el mejor de los casos, apenas una penumbra, con un cielo estrellado y auroras boreales.
La noche polar es un fenómeno natural que se produce todos los años por la inclinación de 23.5 grados que tiene el eje de la Tierra, que hace que en los meses de invierno, el sol no llegue a verse en las regiones cercanas al Polo Norte y, simultáneamente en el otro extremo, durante el verano austral, haya 24 horas de luz en el Polo Sur.
“Para la población local, los iñupiat, la noche polar es tiempo de contar historias, en que las mujeres hacen sus costuras, tiempo de juegos de resistencia, de canciones y bailes. No lo tomamos como un ‘desafío’. Es solo un momento diferente del año para hacer otras actividades”, contó a LA NACION Nicole Panigiuk Evans, nacida en Barrow y coordinadora de Proyectos Especiales del Iḷisaġvik College, de esa ciudad.
Entre los 5000 habitantes, que en su ciudad disponen de los mismos bienes de consumo que en cualquier región norteamericana, no solo hay nativos iñupiat, sino migrantes de otros estados e incluso extranjeros que llegan -generalmente por algunos años- atraídos por los mejores salarios de la región, que son un 24% superiores al resto del país, con un sueldo anual promedio en Barrow de 75.615 dólares. Claro que todo es más caro, especialmente la comida en este sitio donde se dificulta cualquier cultivo, con temperaturas que no superan los 0°C entre octubre y junio, y oscilan entre -17°C y -35°C entre noviembre y marzo.
Mientras en el otro extremo del continente, la ciudad más austral de América, Ushuaia, tiene un clima más benigno con una noche invernal de 17 horas, a 3915 km del Polo Sur -una distancia no muy diferente de la que la separa de La Quiaca-, Barrow está a apenas 2078 km del Polo Norte. Por eso, su larga noche de más de dos meses.
“Los iñupiaq hemos vivido aquí desde hace más de mil años. Así que para nosotros lo normal es que en invierno haga mucho frío y más de dos meses de oscuridad. No conocemos otra cosa”, señaló Evans.
En efecto, en la región hay restos arqueológicos de la presencia del pueblo iñupiaq -un grupo étnico indígena inuit- de 1500 años de antigüedad. Fue mucho después, en 1741, que llegaron los primeros exploradores rusos a Alaska atraídos por las pieles de nutria marina, consideradas las más finas de la época y entonces uno de los principales productos de exportación del Imperio.
De todas maneras, los rusos se establecieron en general bastante más al sur de Barrow. Los primeros exploradores británicos llegaron a este puerto sobre el Océano Ártico un siglo más tarde, y en 1867 Estados Unidos compró al imperio ruso Alaska -el estado norteamericano más extenso- por el equivalente a la irrisoria suma de lo que hoy serían 100 millones de dólares, quizás la compra territorial más rentable de la historia.
En su libro de 2009 Cold: Adventures in the World’s Frozen Places (Frío: aventuras en los lugares congelados del mundo), el biólogo norteamericano Bill Streever definió a Barrow como “uno de los asentamientos permanentes más antiguos de los Estados Unidos. Cientos de años antes de que aparecieran los exploradores europeos del Ártico, Barrow estaba más o menos donde está ahora, y era un lugar donde la población se dedicaba a la caza de ballenas”.
En la actualidad, el Estado y la municipalidad son grandes empleadores y muchas empresas locales brindan servicios de apoyo a las operaciones de campos petroleros. En época de verano, el sol de medianoche atrae también a gran cantidad de turistas que llegan al aeropuerto local.
La temporada de caza de ballenas
“Lejos de ser un obstáculo, la noche polar es desde tiempos milenarios una gran ayuda para ordenar la vida de la población iñupiat”, explicó Evans.
“Ya nuestros antepasados conocían con mucha precisión el movimiento de las estrellas y las observaban no solo para navegar, sino también para tener orientación sobre cuándo comenzar con ciertas actividades. En ese sentido, la oscuridad de un cielo estrellado ofrece un plus con mucha más información que la luz diurna”, agregó la especialista del Iḷisaġvik College.
Recordó, por ejemplo, que los iñupiat de Tikiġaq, 560 km al sureste de Barrow, esperan desde siempre a que los astros se alineen de cierta manera, a que aparezca determinada estrella sobre las montañas, para lanzarse a la caza de ballenas, la tradicional actividad con la que se proveen de alimento y abrigo para el resto de año.
Si bien la caza de cetáceos está prohibida en la mayor parte del mundo, a los iñupiat se les permite, con determinadas reglamentaciones, la captura de un tipo especial de ballenas conocida como ballena de Groenlandia (”bowhead whale”).
La relación de la gente de Barrow con las ballenas llegó incluso a las pantallas de Hollywood -en la película Big Miracle (”Una aventura extraordinaria”, en español), protagonizada por John Krasinski y Drew Barrymore- luego de una proeza que en 1988 involucró a todo el pueblo cuando tres ballenas de un tipo diferente de las de Groenlandia, las grises de California, quedaron varadas en una piscina natural abierta en el hielo.
Las ballenas grises no son el objetivo de los balleneros iñupiat. Se trata de una especie migratoria que pasa los veranos alimentándose al norte de Alaska, y luego parte hacia aguas cálidas frente a la costa de Baja California, México, donde las hembras dan a luz y los turistas acuden a observarlas.
Pero el 19 de octubre de 1988, las temperaturas bajaron hasta -13°C en Barrow y el ballenero iñupiat Roy Ahmaogak vio que estos grandes mamíferos habían quedado atrapados por el hielo, sin posibilidades de atravesar los ocho kilómetros que los separaban de aguas abiertas para migrar hacia las costas mexicanas.
La movilización de recursos que era necesario hacer no parecía justificada para salvar tres ballenas. Así lo afirmaban incluso los biólogos marinos que consideraban que si se habían perdido de la manada, seguramente eran ejemplares débiles o que no estaban en condiciones de migrar. Pero Ahmaogak y otros iñupiat tomaron la iniciativa y a fuerza de pico, pala y maquinarias caseras, fueron rompiendo la capa de hielo para sumar agujeros por donde las ballenas pudieran al menos salir a respirar.
Con el correr de los días la noticia de la epopeya que estaban encarando los iñupiat tomó dimensión en los medios nacionales e internacionales, al punto que el entonces presidente Ronald Reagan se vio obligado a tomar cartas en el asunto. El pedido de Reagan al gobierno de la URSS, en tiempos en que Moscú buscaba un acercamiento con Occidente, logró que finalmente el rompehielos soviético “Almirante Makarov” abriera paso a los cetáceos hacia el mar luego de nueve días de encierro.
“El rescate no hubiera sido posible sin los iñupiat que con sus motosierras hicieron 700 agujeros en pocos días para conectar la pileta donde estaban atrapadas las ballenas, con las aguas abiertas. Solo entonces todo funcionó”, reconoció luego Vladímir Moroz, primer oficial del rompehielos soviético.
Evans contó a LA NACION que la fiesta principal de la noche polar es Kivgiq o “fiesta del mensajero”. Desde Utqiagvik se envían mensajeros a los asentamientos iñupiak de todas las comunidades vecinas, para una reunión de varios días con danzas, canciones y relatos. Es un momento especial para intercambiar regalos entre los diferentes grupos, celebrar tradiciones y rememorar historias del pasado.
Cuando era niña, Evans tenía como modelo una historia que escuchó en un Kivgik contada por la narradora Aaluk Bertha Leavitt sobre una pequeña llamada Iqiḷasuk, del siglo pasado. “Durante la noche polar, sus padres o abuelos la enviaban todas las mañanas a un cerro a observar el clima y la ubicación de las estrellas. Cuando regresaba a su casa, ella explicaba a la familia con exactitud donde se ubicaba cada astro y también podía decir la hora, aunque no tenía reloj porque no había relojes en las casas en aquella época”.
Evans concluyó: “Puede ser que las personas que no sean de aquí vean como un desafío la cuestión de la oscuridad y la noche polar. Pero nosotros nacimos y nos hemos establecido desde siempre en Utqiagvik. Este es nuestro hogar, y nuestra vida es así como es”.
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