Cómo es la vida de los rusos que escapan del reclutamiento en el país más pro-Putin de Europa
A los disidentes o desertores les quedan pocas opciones, y Serbia les ofrece, de momento, una entrada libre de visados; muchos lo eligen por la afinidad cultural, pero se enfrentan a la presión de grupos ultranacionalistas
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BELGRADO.- Desde hace siglos, Serbia y Rusia han sido aliados en el campo de batalla balcánico, por lo que existe una simpatía mutua entre ambas poblaciones. El bombardeo de la OTAN durante la guerra de Kosovo, en 1999, cimentó esa alianza y desató un profundo antinorteamericanismo aún vigente, y Serbia es hoy el país más pro-Putin de Europa. Sin embargo, ante las sanciones de la Unión Europea (UE) que restringen la política de visados a los ciudadanos rusos, a los disidentes o desertores les quedan pocas opciones, y Serbia les ofrece, de momento, una entrada libre de visados.
“Elegí Serbia porque ya tenía amigos aquí que me podían ayudar en temas logísticos, como el alojamiento. También valoré el hecho de tener una lengua parecida y una misma religión, la ortodoxa. No me veía en un país musulmán”, confiesa Ivan, que pertenece a la última ola de exiliados rusos en llegar a Serbia, muchos de ellos escapando a la movilización decretada por el presidente ruso, Vladimir Putin.
“Estoy en la reserva, por lo que es muy probable que me llamen a filas. Y no quiero ir a luchar a una guerra sembrada de mentiras. Sus objetivos ya han cambiado varias veces”, apunta Ivan, un nombre falso por motivos de seguridad. Su suegro es de origen ucraniano, país en el que vive su hermano. “El solo hecho de que llamen a filas a mi suegro y pueda luchar contra su propio hermano me revuelve el estómago”, espeta.
Según el gobierno serbio, unos 20.000 rusos han solicitado la residencia permanente, pero otras decenas de miles viven con un visado de turista, lo que los obliga salir del país cada 30 días. El influjo de rusos provocó que se dispare el precio de los alquileres en la capital.
Peter Nikitin, un ruso casado con una mujer serbia que reside en Belgrado desde hace un lustro, lideró la organización de las protestas contra la guerra entre la comunidad rusa de Belgrado. Creó un grupo de Facebook llamado “Rusos, ucranianos, bielorrusos y serbios contra la guerra”. No obstante, después de la masacre de Bucha, los ucranianos decidieron organizar sus propias protestas.
“Para ganar la guerra, creen que necesitan crear un enemigo que es todo el pueblo ruso. Lo entiendo, pero la guerra es culpa de Putin y el gobierno, no de todo el pueblo”, razona Nikitin. A pesar de las discrepancias, los disidentes rusos continúan realizando donaciones a ONG humanitarias ucranianas, y algunos exiliados incluso ayudan a confeccionar redes de camuflaje para el Ejército ucraniano.
Teniendo en cuenta que los exiliados rusos en Serbia se cuentan por decenas de miles, las manifestaciones anti-guerra solo suelen reunir a una pequeña minoría de ellos. En la última, hecha después de la anexión de cuatro provincias ucranianas por el Kremlin, se congregaron unas 500 personas. “La mayoría tienen mucho miedo y no se quieren exponer. Después de vivir en una dictadura, puedes entrar en una especie de paranoia”, justifica Nikitin, más protegido por disponer también de la nacionalidad holandesa.
“Nos amenazan”
Los exiliados coinciden en que la policía serbia se comporta de forma profesional y protege las protestas de posibles ataques. Katia, una activista política que llegó a Serbia poco después del estallido de la guerra, cree que el problema son los grupos ultranacionalistas serbios.
“En sus grupos de Telegram, comparten nuestras fotos y nos amenazan. Por ejemplo, la mía ha circulado. De momento, no nos han atacado, pero no es agradable”, dice esta graduada en filosofía. A veces, sale a las calles de Belgrado con un par de amigas sosteniendo pancartas contra la guerra, y algunos peatones las increpan: “Algunos son serbios, pero creo que más bien son rusos pro-Putin, que también los hay”.
Según las encuestas, un 60% de los serbios se declara “cercano” a Rusia, y un 75% culpa a la OTAN de la guerra. Presionado por la opinión pública, de un lado, y la UE, con la que negocia la adhesión de Serbia, el presidente Alexander Vucic se ve obligado a hacer un complicado juego de equilibrios. “Los norteamericanos están utilizando a los ucranianos para sus intereses imperiales”, sostiene Dragan, un veterano taxista.
En las calles, no es difícil encontrar dibujada con spray la letra “Z”, símbolo del Ejército ruso, así como mensajes del tipo “Ucrania es Rusia”. En el centro, los kioscos venden remeras de Putin que rezan “Todo está saliendo según lo previsto”, una muestra de lo rápido que caducan algunos eslóganes en una guerra.
Un asunto que genera un consenso absoluto entre la diáspora rusa es el rechazo a la política europea de visados. “Es criminal e inhumano que castiguen a los opositores que quieren huir. Me parece bien que no se deje entrar a los turistas rusos, pero debería haber más visados humanitarios”, sostiene Katia, preocupada porque Vucic ha declarado que pondrá fin a la libre entrada a los ciudadanos rusos a partir del año próximo. “No se qué haremos, la verdad”, apostilla.
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