Un residente que se vio forzado a dejar la ciudad vuelve años después y cuenta, en primera persona, cómo cambió desde el asedio ruso
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Poco se sabe de las dos áreas controladas por los rebeldes en el este de Ucrania y que se encuentran en el centro de la disputa militar de Rusia con las potencias occidentales.
Es por eso que en esta nota contamos la historia de un residente que se vio obligado a abandonar la ciudad de Donetsk cuando fue asediada en 2014.
Regresó de visita recientemente. Este es su relato en primera persona.
La BBC protege su identidad por cuestiones de seguridad.
Antes había un cómodo tren con literas entre la estación central de la capital de Ucrania, Kiev, y Donetsk, pero ahora tienes que hacer el viaje en un minibús sin distintivos. Puede tomar hasta 27 horas, tanto como un viaje de Europa a Nueva Zelanda. Pero es una experiencia mucho menos cómoda.
No tengo un permiso para acceder al territorio, en poder de los rebeldes respaldados por Rusia, así que tengo que ir por el camino más largo: a través de Rusia y no desde el mismo territorio ucraniano.
Técnicamente, es ilegal que los ciudadanos de Ucrania tomen esta ruta, por lo que cuando nuestro minibús llega a la frontera rusa, el conductor nos pide decir que vamos a una boda en un pueblo cercano.
Para cruzar a las áreas controladas por los rebeldes, nos trasladamos a otro vehículo. Sus placas de matrícula son emitidas por la llamada República Popular de Donetsk, o DNR, que no es reconocida en el mundo exterior. El conductor nos dice que lleva 24 horas al volante.
Cuando llegamos a la frontera, puedo cruzar con mi pasaporte ucraniano “interno” porque todavía estoy registrado con una dirección en Donetsk.
Nos quitan todos los pasaportes; se los devuelven a todos menos a mí. Me piden que me baje de la camioneta para responder algunas preguntas. Me llevan a una cabaña con un escritorio y un viejo monitor de computadora, y trato de no ponerme nervioso. En ese lugar, me ofrecen un asiento mientras un hombre bien hablado con una chaqueta de cuero me examina de cerca. Me pregunta cuántos años tengo, dónde trabajo y si viajo a menudo al DNR.
Pronto me permite reunirme con los otros pasajeros en el minibús, cruzamos la frontera y ahora solo quedan 120 km antes de llegar a mi antigua ciudad.
Estoy casi en casa, pero Donetsk no es el hogar que reconozco. Hace solo diez años era una sede clave para la Eurocopa de fútbol de 2022 celebrada en Ucrania y Polonia. Con motivo de la preparación para el torneo, Donetsk vio una gran reconstrucción. Se erigió un nuevo aeropuerto, se repararon las carreteras y abrieron sus puertas hoteles relucientes. Durante la Eurocopa 2012, la ciudad estaba repleta de aficionados ingleses, franceses, españoles y portugueses. Se sentía como una ciudad europea alegre.
Ahora, a principios de 2022, mi ciudad ha cambiado y es casi imposible reconocerla.
Un gran edificio estalinista en el centro de la ciudad alberga el Ministerio de impuestos de la república rebelde. El edificio está en buenas condiciones y está rodeado de pulcros macizos de flores. Pero, muchas tiendas y cafés cercanos están cerrados y sus ventanas, tapiadas. Un patio de recreo vacío está cubierto de malas hierbas.
Hay signos de deterioro en las canchas de tenis al aire libre de un centro deportivo cercano; los arbustos allí son tan altos como yo. El enorme centro comercial Cisne Blanco solía estar lleno de compradores, pero donde había todo tipo de tiendas, desde zapaterías hasta joyerías, ahora hay un edificio fantasma.
Sería un error decir que todo Donetsk está desprovisto de vida. En otra parte del centro de la ciudad, muchos restaurantes y cafés están llenos de clientes. Los teatros locales muestran actuaciones de compañías rusas visitantes y me han dicho que siempre están llenos.
Pero alejate del centro, hacia el noreste: allí hay calles llenas de bloques de pisos desiertos, algunos visiblemente dañados por obuses y balas. Esta zona fue duramente golpeada durante la batalla por el aeropuerto de Donetsk en septiembre de 2014.
Durante el día, muchas de las calles de Donetsk están tan concurridas como antes de la guerra, pero al caer la noche están casi vacías. Todos están ansiosos por llegar a casa antes de un toque de queda nocturno que dura de 23 a 5. Se aplica estrictamente y escucho historias de personas detenidas por la noche solo por salir a sacar la basura.
A un par de kilómetros del centro se encuentra el antiguo centro de arte contemporáneo de Donetsk. Ahora el edificio es una prisión notoria. Las tiendas internacionales de la calle principal, como Benetton, Nike, Zara o Adidas, que existían aquí antes de la guerra, han desaparecido. Para comprar ropa, zapatos o electrodomésticos, muchos lugareños tienen que cruzar la frontera hacia Rusia. Aquellos que no pueden permitirse el lujo de viajar acuden al mercado o a las pequeñas tiendas, donde la oferta es limitada.
Los estantes de los supermercados están bien surtidos de bebidas alcohólicas y snacks, pero los productos de mejor calidad son caros. Justo al lado de las botellas importadas de whisky de Tennessee se encuentra algo etiquetado como Red Daniels, a menos de una décima parte del precio.
En una de mis últimas noches antes de irme de Donetsk, me reúno con un compañero de la escuela y me dirijo a un café en la plaza Lenin. Después de que McDonalds cerrara sus establecimientos en Donetsk en la primavera de 2014, tres de ellos reabrieron con el nuevo nombre de DonMac. Pedimos hamburguesas, papas fritas y café y no puedo dejar de señalar que sabe diferente a la comida rápida normal.
“Aquí es así con todo”, se queja amargamente mi amigo. “¡Todo lo que solíamos tener ha sido reemplazado por una versión de imitación de baja calidad!”, dice, y asegura: “Vivimos en una distopía donde la gente apenas sobrevive, pero los eslóganes callejeros se jactan de un futuro brillante”.
Me pregunto si la región del Donbas podrá regresar alguna vez a control de Ucrania, y mi amigo se encoge de hombros y señala que la mayoría de los lugareños ahora tienen pasaportes rusos y que ha nacido una nueva generación de niños desde 2014.
“Cualquiera que trabaje en el gobierno o en el servicio civil de la DNR no querría volver a Ucrania. Cada año que pasa, creemos que volver es cada vez menos probable”, concluye.
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