El joven se negó a cooperar, aunque sus comunicaciones le permitieron a la policía británica reconstruir los hechos; por qué lo consideraron una víctima y no un miembro de la banda criminal
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Seis miembros de una banda fueron encarcelados por traficar drogas a través de un adolescente. En lugar de procesar al chico, los detectives persiguieron a los adultos que lo controlaban.
Esta es la historia de los teléfonos móviles que destaparon el caso.
Es febrero de 2021 y un adolescente envía mensajes de texto a un contacto al que llama “Hombre” preguntando por un trabajo. Recibe una respuesta casi instantánea en la que se le informa de que hay trabajo y que viene acompañado de un teléfono nuevo.
Puede parecer un intercambio bastante inofensivo, salvo que el trabajo consiste en traficar con drogas y que el empleador, Wesley Hankin, un hombre de unos 20 años, se encuentra a cientos de kilómetros de distancia del chico de 14 años, en una celda de la cárcel de Dorset.
Durante las dos semanas siguientes, el chico viajaría por todo el país a las órdenes de una banda de narcotraficantes que utilizaba un número de teléfono conocido como TJ Line para ponerse en contacto con sus clientes.
Recorrido por Reino Unido
Su primer viaje, organizado por Hankin, fue a Liverpool para recoger el flamante teléfono.
El Nokia 105 fue un primer indicio de que la vida de gángster podía no ser tan glamorosa como el adolescente esperaba: sin aplicaciones, sin un sistema operativo sofisticado, solo barato, con mucha batería y bueno para enviar mensajes de texto y almacenar contactos.
Pero sería suficiente para ayudar a allanar el camino para el mayor proceso en ese condado contra una banda de trata de niños, de acuerdo con la Ley de Esclavitud Moderna.
Apenas 15 días después de empezar a trabajar para la banda, el chico fue detenido en el norte de Gales por vender heroína y cocaína por valor de 20 libras (unos US$25) a un agente de policía encubierto. Llevaba consigo cientos de envoltorios de heroína y crack valorados en casi US$3.000.
Los agentes ya estaban sobre la pista de los traficantes, pero para demostrar que la banda había traficado necesitaban conocer los movimientos del chico. ¿Con quién estaba en contacto? ¿Quién le llevaba y le alojaba?
Sería un caso complicado. En todo momento, el adolescente se negó a responder a las preguntas de los agentes, así que recurrieron a sus teléfonos incautados para reconstruir los hechos.
Los dispositivos abrieron una ventana al sombrío mundo de un niño traficante de drogas, controlado y explotado por delincuentes adultos.
Víctima más que criminal
Los datos del teléfono revelaron que el chico había reservado un gran número de taxis mientras se movía por Wigan traficando. Entre tanto, la sección de notas del Nokia registraba sus ingresos, sus deudas y cuánta droga le quedaba por vender.
En el pasado, el adolescente -cuyo nombre no podemos revelar por motivos legales- habría sido procesado por delitos de drogas y, sin duda, habría sido sustituido por otro soldado de a pie dispuesto a colaborar con la banda.
La policía y los fiscales optaron por la vía más difícil, y quizá más controvertida: la de tratarlo como víctima y perseguir a quienes lo habían estado controlando.
“Se trataba de un joven que había sido víctima de la trata en todo el noroeste”, explica el comisario Simon Williams, de la policía de Gales del Norte.
“Probablemente corría más riesgos de los que él mismo creía. Así que, en mi opinión, era una víctima, no un agresor”.
En este tipo de casos en los que están implicados menores, se anima a la policía y a los fiscales a que intenten comprender el relato de los hechos que hace el propio menor. Es lo que se conoce como “la voz del niño”.
Pero como el chico no quiso cooperar, explica el comisario Williams, los teléfonos servirían como la voz del niño.
“Una vez que tuvimos los primeros indicios del tipo de cosas que estábamos viendo en el teléfono, y el nivel de explotación, se hizo evidente que estábamos tratando con un niño pequeño vulnerable”, afirma.
Los agentes descubrieron que en febrero de 2021 el chico -que vivía en un centro de acogida- había publicado en una red social su disponibilidad para ser traficante de drogas.
A continuación, un hombre se puso en contacto con él diciéndole que utilizara la aplicación de teléfono Snapchat, en la que los mensajes se borran de forma automática una vez leídos.
Poco después, Wesley Hankin se puso en contacto con él.
Hankin era un delincuente profesional que cumplía condena en la prisión de Portland, en la costa sur, por conspiración para suministrar heroína y cocaína y lesiones. Enviaba mensajes desde un móvil que le habían metido en la celda.
Ese mismo día, el adolescente se escapó de casa y acabó en Wigan. Allí pasó una semana en diferentes direcciones, las llamadas casas trampa, propiedades utilizadas para almacenar drogas y traficar con ellas.
Los videos de su propio teléfono parecen mostrarle glorificando el estilo de vida en el que se había metido. En uno de ellos agita un cuchillo largo con filo de sierra y una porra.
En otro, manipula billetes de 10 y 20 libras, el producto de su tráfico. Se acerca a docenas de envoltorios de heroína y cocaína.
Cuando se le acabó la droga, las pruebas del Nokia muestran que fue enviado de vuelta a Liverpool para recoger más, dirigido de nuevo por Hankin desde su celda.
Para entonces, el recluso ya utilizaba un segundo móvil ilícito. El primero había sido encontrado en el suelo de su celda después de que las autoridades penitenciarias detectaran una señal telefónica.
Otras pruebas del Nokia del chico muestran cómo una de las integrantes de la banda, Vicky Bannister -que vivía en una de las casas trampa de Wigan- le enviaba mensajes de texto.
En los mensajes, la mujer de 34 años se refería con frecuencia a su pupilo como “chaval” y en uno de ellos se quejaba de que no estuviera con los clientes.
Una vez que el adolescente terminó su trato en Wigan, lo trasladaron de nuevo. En un periodo de 10 días, lo condujeron a Liverpool, luego a Bedford y de nuevo a Liverpool, antes de ser enviado a Gales del Norte.
Acabó en la ciudad turística de Rhyl, que en repetidas ocasiones ha sido objetivo de bandas de narcotraficantes de fuera de la ciudad que se aprovechan de personas vulnerables.
El chico volvía a ser dirigido por adultos que trabajaban en la TJ Line.
Pero la policía estaba tras ellos y ya había realizado varias detenciones.
Vigilaban las actividades de la línea telefónica y un agente encubierto se hizo pasar por cliente.
El miembro de la banda Michael Hill, uno de los manipuladores del chico, envió al agente y a otros cientos de clientes un mensaje de texto en el que anunciaba el precio y la disponibilidad de drogas de clase A.
Cuando el agente llamó a Hill con su orden, él respondió:
El chico y otro adolescente realizaron la transacción en una cabaña del paseo marítimo de Rhyl.
Ese mismo día, Hill, el cuidador del chico, preguntó por la recaudación de la jornada:
Dos días después, el chico fue enviado a la reserva natural de Cob, en las afueras de Rhyl. Tras vender más droga al agente de policía encubierto, fue detenido.
Abuso de menores
Aunque el chico estaba ansioso por participar y fue detenido con drogas de clase A, la policía defiende su decisión de tratarlo como una víctima.
“Era más importante protegerle como víctima y perseguir a los que se beneficiaban de la delincuencia”, afirma el comisario Williams. “Lo consideramos abuso de menores”.
A medida que se acumulaban las pruebas, siete miembros de la banda admitieron su culpabilidad, entre ellos Michael Hill, que se declaró culpable de conspiración para traficar y suministrar cocaína y heroína.
Hill fue encarcelado durante siete años y dos meses en el Tribunal de la Corona de Caernarfon.
El detenido, Wesley Hankin, admitió los delitos de drogas pero no fue acusado de tráfico, porque no había pruebas de que supiera que estaba dirigiendo a un niño.
La jueza Nicola Saffman le dijo: “Le dejaste acumular una deuda en tu organización y le enviaste mensajes de texto amenazadores”.
En uno de ellos, Hankin acusó falsamente al niño de “trabajar con los federales” [la policía], lo que, según la jueza, “habría sido aterrador para él”.
Hankin fue condenado a 10 años y dos meses de cárcel. También se le impuso una orden de alejamiento de 15 años por riesgo de esclavitud y trata, que constituye un delito penal si se incumple y le impone límites.
Otras tres personas, entre ellas Vicky Bannister, fueron condenadas en el juicio, que los altos mandos policiales esperan que conduzca a más procesamientos por esclavitud moderna. Bannister recibió una condena de 18 meses de cárcel.
Hay que centrarse en “quienes causan más daño a nuestras comunidades”, afirma la inspectora Lindsey Billany, del Centro Nacional de Coordinación de Líneas Comarcales, que reúne a expertos de todas las fuerzas del orden.
Reconoce que las fuerzas policiales no siempre adoptan un enfoque coherente. Algunos siguen prefiriendo la tarea más fácil de presentar cargos por drogas en lugar de por tráfico.
Esto último “lleva un poco más de tiempo”, aseguró la inspectora Billany, pero “tenemos que tomarnos ese tiempo para comprender quiénes son los autores y quiénes son las víctimas, de lo contrario seguiremos viendo más víctimas”.
Cuando el chico fue detenido, la policía alertó al Ministerio del Interior a través del Mecanismo Nacional de Derivación (NRM) de que era una víctima potencial de la esclavitud moderna.
Fue uno de los 1.729 niños que ese año fueron señalados como sospechosos de ser explotados por bandas de delincuentes.
Aunque evitó ser procesado, el comisario Williams afirmó: “necesitará protección continua. Yo no me sentaría aquí y diría que ahora está completamente resuelto en cuanto a sus vulnerabilidades”.
¿Y sus perspectivas a largo plazo?
“Me gustaría pensar que en el fondo apoya las medidas que hemos tomado”. Y añadió que espera que el chico pueda dejar atrás este tipo de actividad y llevar una vida normal y segura.
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