Cómo el caso Pelicot relanzó debates jurídicos y sociales y qué podría cambiar tras la sentencia en Francia
El juicio por violación múltiple contra Gisèle Pelicot generó conmoción global, en un proceso histórico y fuera de lo común
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PARÍS.- El jueves 20 de diciembre, en presencia de centenares de medios de todo el mundo, la corte criminal de Aviñón dictó su veredicto en el caso que generó conmoción global en 2024: el llamado “proceso de violaciones de Mazan”. El acusado principal, Dominique Pelicot, fue condenado a la pena máxima de 20 años de prisión por haber drogado, violado y entregado por internet a su esposa, Gisèle, para ser utilizada, inconsciente, como objeto sexual durante diez años. Los otros 50 coacusados recibieron penas de entre tres y 15 años de reclusión. El castigo fue calificado de “equilibrado” por los especialistas.
Pero, más allá del horror de lo visto y escuchado durante los casi cuatro meses de audiencias, el “caso Pelicot” relanzó numerosos debates jurídicos y sociales. Ahora, todos -y en particular las mujeres- esperan para saber si sirvió para algo.
Hace cuatro meses, nadie conocía el sonido de su voz, ni su corte de pelo, ni su cartera eternamente colgada del hombro derecho. Después, Gisèle Pelicot (de 72 años) apareció. Discreta, siempre elegante, con una eterna sonrisa en los labios que nunca consiguió ocultar “las ruinas que llevaba en su interior”. Sin embargo, aquel día se quitó los anteojos de sol y dijo “no”. Ella rechazó las audiencias a puertas cerradas. Fue el 2 de septiembre de 2024. Y ese día “la vergüenza cambió de lado”, según sus propias palabras. Así comenzó un proceso “histórico” y fuera de lo común, cuyo veredicto acaba de conocerse.
“La anulación de las puertas cerradas es una ruptura con relación a la práctica habitual en los juicios penales: los juicios por violencia sexual se realizan solo en presencia de las partes concernidas. Esta publicidad de los debates fue un acto casi político”, estimó el exmagistrado y escritor Denis Salas. La decisión sorprendió a todos, desde los abogados de la defensa hasta a la prensa.
Porque, con la anulación del “a puertas cerradas”, el mundo entero entró en el dormitorio de Gisèle. Y si bien el 2 de septiembre apenas un pequeño grupo de periodistas se encontraba en la sala de audiencia de Aviñón para asistir al juicio de Dominique Pelicot, fueron más de 180 reporteros los que hicieron el desplazamiento hasta el palacio de Justicia el jueves pasado para presenciar el veredicto. El caso produjo el efecto de un imán para los medios extranjeros todavía más grande que los atentados terroristas de enero y noviembre de 2015.
Una y otra vez, en la sala de audiencias, tres pantallas se encendieron para dejar ver un pequeño velador, una mujer inconsciente, casi en estado de coma, acostada en posición fetal. Después aparecía un hombre, dos, a veces tres en el campo de visión de la cámara. Susurrando, antes de servirse de ese cuerpo inerte… Para los presentes, fue siempre el mismo vértigo: el público asistía, en directo, a un crimen abyecto.
Con la difusión de esos videos, ya no fue cuestión de “palabra contra palabra”, como suele ser en casos similares. Y ese fue otro de los grandes cambios: las imágenes impidieron, por primera vez, la duda o el eterno argumento de “ella lo provocó”. Es verdad también, que ese procedimiento exigido por Gisèle obligó a los jueces a hacer un ejercicio inhabitual de autocontrol y hasta de abstracción. Según los especialistas, porque encierran el pensamiento en la estupefacción, esas imágenes pueden provocar bloqueos.
“Para juzgar es necesario extraerse de esa violencia original, llegando a conservarla en la memoria. Aun cuando esas imágenes sean decisivas, son solo un elemento de prueba entre otros. Y esto es un desafío para los jueces: porque deben pasar por una compleja gimnasia de distanciación, que consiste en arrancarse de esas imágenes para construir una motivación y definir una culpabilidad”, explica Salas.
Después se produjo el otro gran debate. A comienzos de diciembre, la fiscalía había declarado que “la violación ordinaria, accidental o involuntaria no existe” y había solicitado entre 4 y 20 años de reclusión criminal contra los 51 acusados. Entre ellos, hombres de toda extracción social y nivel de educación, color, edad y situación familiar. Hombres comunes, como todos, como cualquiera.
El impacto fue tan grande que, en todo el país aparecieron banderolas que afirmaban “Cultura de la violación. Proceso del patriarcado. Proceso de la masculinidad”. La respuesta a esa acusación de género apareció de inmediato en las redes sociales con un hashtag “#NotAllMen”. Y el debate dividió a la sociedad. ¿Todos los hombres son violadores en potencia o los que violan son solo casos monstruosos?
Según la socióloga Nathalie Heinich, es sano indignarse e interrogar las relaciones hombre-mujer. Pero esos términos son nociones falsamente sociológicas que pertenecen al lenguaje militante.
“Ese discurso supone que todas las formas de masculinidad serían tóxicas y tiende a hacer de los hombres violadores en potencia: los hombres serían culpables por principio y las mujeres víctimas sistemáticas”.
A ese debate, que está lejos de ser zanjado, se agregó el de la definición de “violación” y la incorporación de la noción de “consentimiento” en el código penal francés. Algunos responsables políticos se manifestaron a favor. Otros en contra.
Actualmente, la calificación jurídica de la violación en Francia es definida por cuatro criterios: comprende todo acto de penetración cometido con violencia, con imposición, bajo amenaza o por sorpresa. Para muchos abogados especializados, esa evolución legislativa terminaría por hacer pesar la carga de la prueba en la víctima, porque “el criterio decisivo para definir si hubo o no violación sería el comportamiento de la víctima y no el del acusado”. Durante una sesión del 26 de noviembre, el Consejo de la Orden de París propuso introducir la noción de consentimiento en el derecho, sin por lo tanto crear un caso autónomo de violación, que reposaría únicamente en la ausencia de consentimiento.
En todo caso, para la mayoría de aquellos que siguieron este proceso excepcional, habrá sin duda un antes y un después de “Mazan”. Sobre todo las asociaciones feministas esperan que la sociedad -y sobre todo los hombres- hayan sido capaces de comprender hasta qué punto, después de siglos, la mujer ha sido considerada un simple objeto sexual, al servicio de la pulsión masculina.
Así será para muchos. Para otros, todavía queda un larguísimo camino para recorrer. Y cómo no darles la razón cuando, el mismo día del veredicto, apenas salido del palacio de Justicia donde había defendido a uno de los tres condenados que obtuvieron la libertad condicional, tras casi cuatro meses de presenciar las vejaciones machistas vividas por Gisèle, el abogado Christophe Bruschi, lanzó a las mujeres que lo increpaban, descontentas con esa condena: “¡Ustedes son unas malcogidas!”.
Bruschi ha sido denunciado por sus pares por violación de la deontología profesional. Pero sí, todavía queda un largo camino por recorrer.
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