Cómo el cáncer del rey Carlos III podría reconfigurar el funcionamiento de la monarquía británica
La enfermedad del monarca podría obligar a la realeza a repensar cómo se proyectan ante los británicos en la era de las redes sociales
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LONDRES.- La reina Isabel II solía decir que para que le creyeran tenían que verla. Y ahora le toca a su hijo, el rey Carlos III, poner a prueba ese principio, tras un diagnóstico de cáncer que lo obligará a estar apartado de la mirada pública hasta nuevo aviso.
Para una familia que ha cultivado su imagen pública con miles de apariciones al año, entre cortes de cinta, botadura de barcos, galas benéficas y ceremonias de investidura, el corrimiento del rey Carlos III finalmente podría obligar a la realeza a repensar como se proyectan ante la gente en la era de las redes sociales.
La enfermedad del rey es el golpe más reciente que recibe la familia real británica, que en pocos años ha visto mermadas sus filas por la muerte (la reina Isabel y su marido, el príncipe Felipe), el escándalo (el príncipe Andrés), el autoexilio (el príncipe Harry y su esposa Meghan), y problemas de salud (Catherine, princesa de Gales y esposa del príncipe Guillermo).
Carlos tiene 75 años y durante 2023, su primer año completo en el trono de Gran Bretaña, participó de 425 compromisos reales, según el conteo del diario The Daily Telegraph. Eso lo convierte en el segundo miembro de la familia real que más trabajó, solo detrás de su hermana menor, la princesa Ana, que participó de 457 eventos. Durante el año pasado, ambos estuvieron más ocupados que en 2022, cuando la reina Isabel, a pesar de estar en el ocaso de su vida, seguía apareciendo en público esporádicamente.
Aunque la princesa Ana, de 73 años, no da señales de querer aflojar en su actividades protocolares y el príncipe Guillermo planea retomar sus deberes públicos mientras su esposa se recupera en su casa de una cirugía abdominal, hasta una ausencia temporaria de Carlos implicaría una fuerte presión laboral sobre la raleada dotación de miembros de la realeza que trabajan.
“No son muchos que digamos”, dice Peter Hunt, excorresponsal de la realeza para la cadena BBC. “Hay solo dos menores de 50, y van a tener que decidir si siguen cumpliendo con el mantra de la reina”, agrega Hunt, y se pregunta: “¿Cuál es el núcleo mínimo de compromisos necesarios para cumplir con ese mandato?”
La respuesta a ese acertijo, señalan los analistas de la realeza, tal vez la tengan las redes sociales. Durante la pandemia de coronavirus, cuando estaba recluida en el Castillo de Windsor, Isabel mantenía videollamadas por Zoom y llegó a sentirse tan cómoda con ese formato que hasta hacía chistes sobre las caras pixeladas que aparecían en su pantalla.
El Palacio de Buckingham también puede usar las redes sociales como un amplificador de las apariciones en persona de los miembros de la familia. La cuenta de Instagram de la familia real británica tiene más de 13 millones de seguidores y su cuenta en X más de 5 millones. Para los jóvenes que pasan horas al día conectados y que siguen a sus celebridades favoritas a través de las redes, la presencia personal de un miembro de la realeza en la inauguración de una escuela primaria o un centro de salud comunitario probablemente importe menos que para sus padres o sus abuelos.
La mayor carga sobreviniente de la enfermedad del rey probablemente recaiga sobre su heredero Guillermo, de 41 años, que ha trabajado para ocupar un rol en la defensa de causas como el cambio climático y los sin techo. No se sabe, sin embargo, cuanto tiempo le quedará para dedicarle a esos temas si también tiene que fungir de reemplazo de su padre.
Ed Owens, historiador de la realeza y autor del reciente libro After Elizabeth: Can the Monarchy Save Itself? (“Después de Isabel: ¿Podrá la monarquía salvarse a sí misma?”), está convencido que de todos modos la realeza debería abandonar su rol de beneficencia, porque interfiere con el rol social que debería cumplir el gobierno.
“La cultura de la filantropía real prospera en los vacíos que deja expuestos el fallido Estado de bienestar”, dice Owens.
Además, el príncipe Guillermo siempre ha cuidado celosamente la privacidad de su familia: el Palacio de Kensington, donde tiene su oficina, dio pocos detalles sobre el estado de Katherine después de la operación. Y tampoco hay fotos de los tres hijos de la pareja, George, Charlotte y Louis, visitando a su madre en el hospital.
Su estilo contrasta con el de su padre, que aprobó la difusión de una cantidad inusual de detalles sobre su tratamiento de próstata y su reciente diagnóstico de cáncer. Y ahora que el centro de gravedad de la familia Windsor se desplazará hacia Guillermo, el ojo de la opinión pública también orbitará cada vez más a su alrededor.
Otra pregunta pendiente es el papel del príncipe Harry, el hijo menor del rey, que mantiene un enconado distanciamiento con su padre y su hermano desde que él y Meghan renunciaron a sus deberes reales y se mudaron a California, en 2020.
Harry llegó hoy a Londres para visitar a su padre, y los observadores de la realeza comenzaron a especular que la crisis de salud del rey podría propiciar una reconciliación familiar. Pero Harry llegó solo, sin su mujer y sus hijos, y ni siquiera estaba claro dónde se hospedaría: el año pasado, el rey lo desalojó de Frogmore Cottage, su antigua residencia.
Si bien por ahora Carlos tendrá que ceder la escena pública, el palacio se ha esforzado en enfatizar que sigue siendo un soberano constitucional de pleno derecho. Continuará reuniéndose semanalmente con el primer ministro Sunak y con otros visitantes, y seguirá revisando los documentos oficiales que le entregan diariamente en la tradicional caja roja.
Por el momento no hay planes para nombrar “consejeros de Estado” que puedan desempeñar algunos de los deberes del rey en caso de que se viera incapacitado por alguna enfermedad. Pero en la lista para ocupar ese papel ya se encuentran la reina consorte, Camila, y el propio Guillermo.
Hay algunos rituales que sólo un monarca en funciones puede realizar. Carlos debe acceder a la solicitud del primer ministro para disolver el Parlamento antes de las elecciones generales. También debe pedir al líder del partido mayoritario que forme gobierno.
Nada de esto es hipotético en un año en el que seguramente habrá elecciones y donde las encuestas marcan que el opositor Partido Laborista le lleva actualmente unos 20 puntos de ventaja a los conservadores que están en el gobierno.
Para Isabel, esos deberes eran tan solemnes que dos días antes de su muerte, a los 96 años, juntó fuerzas para reunirse con Boris Johnson, el primer ministro saliente, y con Liz Truss, su sucesora, en el castillo de Balmoral, Escocia.
El primer ministro Rishi Sunak habló con el rey Carlos sobre su cáncer y buscó calmar las preocupaciones sobre el pronóstico médico del rey. El martes, en declaraciones a Radio 5 Live de la BBC, Sunak dijo: “Afortunadamente, el problema se detectó a tiempo.”
Un portavoz de Downing Street aclaró más tarde que Sunak no estaba transmitiendo información nueva, sino que se refería a la declaración del palacio, que hablaba de la “rápida intervención” del equipo médico del rey.
Cualquiera sea su pronóstico, el cáncer del rey empuja a la familia real hacia el terreno de lo desconocido. Los historiadores señalan que en 1951, cuando el abuelo de Carlos, el rey Jorge VI, fue operado de cáncer, el palacio prácticamente no informó nada a la opinión pública sobre el estado de salud del monarca. Jorge murió cinco meses después, dejándole el trono a su hija Isabel: hoy hace exactamente 72 años.
Cuando Isabel murió, en septiembre de 2022, su certificado de defunción consignó “vejez” como causa de muerte. Gyles Brandreth, amigo de la familia real, reveló más tarde en una biografía de la reina que Isabel venía sufriendo de una forma de cáncer de médula ósea.
Al optar por ser más abierto sobre sus problemas de salud, Carlos se aparta de la histórica costumbre de su familia. Lo hizo, señaló el palacio, “con la esperanza de concientizar a la opinión pública sobre todos aquellos que sufren cáncer alrededor del mundo”.
Habrá que ver si el rey también puede refutar el mantra de su madre, aquel que reza que “para que te crean te tienen que ver.”
Mark Landler
Traducción de Jaime Arrambide
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