Cómo una crisis del salmón encendió la chispa de las protestas en el oriente de Rusia
OZERPAKH, Krai de Jabárovsk, Rusia.- Aquí en la costa rusa del Pacífico, sobre las aguas del interminable estuario del río Amur, asoma una hilera de postes de cientos de metros de largo que hace pensar de inmediato en el espinazo de un pez gigantesco.
Pero esos postes son los restos de una infraestructura pesquera que les recuerda a los lugareños que siguen viviendo aquí que las riquezas de la naturaleza -en este caso, millones de ejemplares de salmón chum y salmón rosado - les pertenecen a los pocos que están bien conectados.
"Es como si quisieran exterminar estos recursos, sin piedad", dice Galina Sladkovskaya, de 65 años, mientras espera en vano que pique algún pez, en un dique, unos 35 kilómetros río arriba. "Lo único que les importa es la plata. Son desalmados", dice la mujer.
Los habitantes de las riberas del Amur, uno de los grandes cauces de agua de Asia, se sienten estafados, ninguneados e ignorados. Dicen que la pesca del salmón salvaje, que antes deban por descontada, ha desaparecido, porque Moscú otorgó grandes concesiones pesqueras a empresas que plantan enormes redes que atraviesan la desembocadura del Amur.
La bronca de la gente por la depredación de los bancos de peces es tan generalizada que se convirtió en la fuerza detrás de las protestas contra el Kremlin que desde principios de julio sacuden a la ciudad de Jabárovsk, en el Extremo Oriente ruso.
"Es el grito de desesperación de gente que no siente escuchada", dice sobre las protestas Daniil Yermilov, analista política de Jabárovsk. "La gente quiere vivir como vivía, y poder seguir pescando."
La historia de la desaparición del salmón en el río Amur es un buen ejemplo de un fenómeno más extendido: la pérdida de popularidad del presidente Vladimir Putin , que ha caído a su nivel más bajo en sus 20 años de gobierno.
El descontento de los rusos con Putin tiene mucho menos que ver con conceptos abstractos, como la libertad o la geopolítica, que con las circunstancias concretas de pobreza e injusticia en sus vidas cotidianas, y la sensación de que la élite del país ni se entera de sus penurias, y tampoco le importan.
En una calle de tierra, cerca de la orilla del Amur, un pescador de la zona deja pasar un camión verde y luego pega un silbido para avisar que no hay moros en la costa. De entre los arbustos aparecen sus dos hijos arrastrando un bolsón lleno de relucientes salmones.
"Nos convirtieron en pescadores furtivos", dice Leonid, un pescador de la localidad, mientras maldice y se niega a revelar su apellido, porque está infringiendo la ley. "¿En qué está pensando Putin?"
Los lugareños dicen que se ha vuelto prácticamente imposible pescar legalmente para comer, debido a los pocos peces que quedan, que se suma a regulaciones cada vez más estrictas sobre la pesca nativa o recreativa.
Sobre el techo de su camioneta destartalada, Leonid lleva atadas una planchas de madera, "una coartada" que le permite argumentar que estaba juntando madera vieja en caso de ser detenido. En la luneta trasera tiene una calcomanía con la consigna del reciente despertar político de Jabárovsk: "Yo soy/Todos somos Sergei Furgal".
Sergei I. Furgal es excomerciante de chatarra que en 2018 compitió por la gobernación de la inmensa región de Jabárovsk e inesperadamente derrotó al gobernador en funciones, un aliado del Kremlin. Furgal fue ganando apoyo con medidas populistas que son infrecuentes en el piramidal sistema de gobierno ruso: se recortó el sueldo, mejoró los almuerzos escolares y solía realizar giras para escuchar a la gente cara a cara, además de postear copiosamente en Instagram.
Pero entonces, la crisis de la pesca en el delta del Amur ya se estaba gestando. Las autoridades nacionales habían concedido amplios derechos de explotación pesquera a empresas que instalaban gigantescas redes permanentes de un lado a otro del estuario y la desembocadura del río.
En otoño, una legión de miles de salmones solían migrar cientos de kilómetros a contracorriente, río arriba, hasta la ciudad de Jabárovsk, donde llenaban las heladeras de los hogares en forma de salmón ahumado, o de económicas huevas de salmón, plato obligado de la fiesta de Año Nuevo, que los rusos llaman caviar rojo y que se vende por kilo.
En 2016, la pesca alcanzó un máximo histórico de 64.000 toneladas cúbicas, pero a partir de ese momento se derrumbó a 21.500 durante 2018, según datos de la Federación Vida Silvestre. Ahora son poquísimos los salmones que logran remontar el río hasta Jabárovsk o los extensos territorios que se abren entre los ríos tributarios del Amur.
"Lo que se pesca ya no alcanza para comer, mientras las grandes pesqueras embolsan ingentes ganancias", dijo Furgal poco después de asumir la gobernación. "Vamos a tratar de cambiar esa situación."
Entonces reclamó nuevos límites a la pesca comercial, algunos de los cuales fueron implementados, pero el salmón sigue escaseando. Luego, a principios del mes pasado, un grupo táctico llegado de Moscú sacó a Furgal de su camioneta negra, lo subieron a un avión y se lo llevaron a Moscú, a 8 horas de vuelo de distancia.
Allí fue acusado de haber orquestado unos asesinatos hace más de 15 años, pero los habitantes de Jabárovsk lo ven como una jugada evidente del Kremlin para sacar a un gobernador díscolo, más fiel a sus votantes que al presidente Putin. Dos días más tarde, los vecinos de Jabárovsk salieron masivamente a las calles y así empezó la seguidilla de manifestaciones más multitudinarias que se recuerden en la región desde la caída de la Unión Soviética.
Las protestas ya llevan dos meses y las impulsa el orgullo regional, la frustración económica y el hartazgo con Putin. Pero según decenas de entrevistas a vecinos de la región, la crisis del salmón parece ser la encarnación concreta de una sensación generalizada de injusticia: el salmón ha sido parte de su vida por generaciones, y ahora Moscú se lo llevaba sin dejar nada a cambio.
"Putin piensa en sus guerras y en sus bolsillos, y nada más", dice Andrei Peters, pequeño comerciante de 53 años de Tajta, una localidad pobre del Amur Inferior. "Nadie piensa en la gente."
The New York Times
(Traducción de Jaime Arrambide)
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