Histórico impacto: cómo cambió el mundo desde los atentados del 11 de Septiembre
Para muchos, aquel día de 2001 fue un momento fundacional, el inicio de una nueva época; a pesar de una superioridad tecnológica y militar de Occidente, lejos de haber sido eliminados, los jihadistas proliferaron
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PARÍS.- Nueve meses después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, la comisión investigadora parlamentaria de Estados Unidos afirmó en un informe de 900 páginas que las agencias de inteligencia norteamericanas —la CIA, el FBI y la Agencia Nacional de Seguridad (NSA)— no fueron capaces de utilizar las informaciones que constaban en su poder y que podrían haber evitado el drama que cambiaría para siempre el mundo.
Veinte años pasaron después del peor atentado terrorista de la historia de Estados Unidos. Los ataques al World Trade Center y el Pentágono dejaron 2977 muertos… y un mundo que sigue padeciendo las consecuencias.
Para muchos, aquel 11 de septiembre fue un momento fundacional, el inicio de una nueva época. Fue, en todo caso, el comienzo de una guerra de largo aliento entre Occidente y los grupos jihadistas (primero Al-Qaeda y después Estado Islámico). Vencer el terrorismo se convirtió en un desafío serio y ambicioso, en una era de “guerra global”, aunque nadie imaginaba, sin embargo, que 20 años más tarde esa guerra perduraría.
Porque, a pesar de una superioridad tecnológica y militar cada vez más impresionante de los occidentales, lejos de haber sido eliminados, los jihadistas proliferaron. Hoy serían cien veces —o mil, según las fuentes— más numerosos que en 2001, en particular en Medio Oriente y en África.
La organización responsable de los ataques de Nueva York y Washington, Al-Qaeda, mutó, pero no desapareció. Otros grupos hicieron su aparición, a imagen y semejanza del Estado Islámico (EI) que provocó un sismo geopolítico al anunciar la restauración del califato.
Como en toda tragedia griega, donde a némesis siempre sucede hubris, al pecado de orgullo de Osama Ben Laden, que se creyó capaz de poner de rodillas a Estados Unidos, sucedió el de George W. Bush, que se lanzó en el proyecto prometeico de imponer la democracia occidental por la fuerza mediante su “gran Oriente Medio”. Y como suele suceder desde el fin la Segunda Guerra Mundial, los aliados occidentales se sumaron a esa insensata aventura estadounidense destinada al fracaso.
En ese proceso se sucedieron numerosas etapas caracterizadas por el hiperterrorismo, las guerras pos 11 de Septiembre; la era de la insurrección —cuando los aliados parecieron empantanarse en Afganistán y en Irak—; la guerra en Siria, que se convirtió progresivamente en el nuevo centro neurálgico del jihadismo internacional; la aparición del EI y su preminencia dentro de la nebulosa terrorista, desafiando al mundo con su ferocidad y por fin su derrumbe con la pérdida de Mosul en 2017.
Supervivencia de las unidades terroristas
Pero, si bien el califato se derrumbó, la organización sobrevive con la intención de renacer de sus cenizas: del Sahel al Cuerno de África pasando por la península arábica y Asia Central, sus combatientes prosiguen la lucha. Lo mismo sucedió con Al-Qaeda, que pareció desmantelada en cierto momento y ahora reaparece con energía, dispuesta a proseguir la lucha en los rincones más inhóspitos de Afganistán, Pakistán y África.
Algunos datos permiten mesurar lo sucedido en estos 20 años. En el plano financiero, el proyecto Costs Of War de la universidad de Brown calculó la cifra de ocho billones de dólares en costos directos para el presupuesto de Estados Unidos desde 2001 a 2019. Esa cifra impresionante —tres veces el PBI de Francia en 2019—, se repartió en 2 billones de gastos militares, 1 billón para aumentar la seguridad interior y la misma cantidad en concepto de gastos médicos y pensiones de invalidez. Apenas una minúscula porción se consagró a esfuerzos diplomáticos y ayuda a la lucha contra el extremismo y la radicalización.
Over the last weeks, our troops completed the largest airlift in U.S. military history – carrying more than 120,000 people from Afghanistan. Now, we are working to safely welcome the brave Afghan allies who worked with us, and other vulnerable Afghans to the U.S. Here’s how: pic.twitter.com/kusgdATOQ7
— The White House (@WhiteHouse) August 31, 2021
En el terreno de vidas humanas, Brown estima en 800.000 el número de muertos en las “guerras estadounidenses” contra el terrorismo. La cifra se limita, sin embargo, a aquellos campos de batalla oficiales, sin tener en cuenta regiones como Nigeria o Somalia, donde operan grupúsculos afines a Al-Qaeda o el Estado Islámico.
En todo caso, hartos de guerra, los occidentales hacen desesperados esfuerzos por reducir su presencia en todos los teatros bélicos, en momentos en que nuevos desafíos golpean a las puertas de la historia. En resumen: la guerra contra le terrorismo entró en su tercera década y todos se preguntan cuándo, por fin, caerá le telón.
Tercera década de guerra y “reacomodamiento geopolítico”
Después del precipitado retiro de Estados Unidos y la reciente toma de Kabul por los talibanes, cuando la reorganización geopolítica general acaba de comenzar y el futuro aún parece dudoso, quizás haya llegado el momento más serio de este somero análisis: preguntarse por dónde pasa ahora la nueva línea divisoria del mundo, el meridiano cero, ya que Estados Unidos ha decidido pensar solo en sí mismo, debilitando así el destino común que desde hace tres generaciones lo unía con Europa y el resto de Occidente.
El gran historiador francés Fernand Braudel, muerto mucho antes de 2001, había dado probablemente una clave para la interpretación más pertinente. Explicaba que lo que llamaba “la economía-mundo” se organizaba en torno a un centro y círculos concéntricos. El centro era el sitio más dinámico y, en consecuencia, hegemónico. Sucesivamente, ese centro se había llamado Génova, Venecia, Amsterdam, Londres… El centro de la economía-mundo era incapturable para los ejércitos enemigos. Ámsterdam había escapado a los ejércitos de Luis XIV y Londres permaneció fuera del alcance del Gran Ejército de Napoleón.
Cuando la ciudad era conquistada, era signo infalible de que había dejado de ser el centro hegemónico. Nueva York fue el centro de la economía-mundo del siglo XX. Durante dos guerras mundiales, Estados Unidos permaneció inviolada. Pero el golpe de audacia de Ben Laden puso término a esa realidad. La Gran Manzana dejó de ser el centro hegemónico, que se había trasladado poco a poco hacia el Pacífico, entre California (con los gigantes tecnológicos) y China (factoría del mundo).
Desde entonces, Estados Unidos solo registró fracasos: en Irak, en Afganistán, en Siria, donde Rusia lo desafió desde el primer día. Incluso el tirano de Corea del Norte lo provoca con sus misiles nucleares. No solo China es su gran rival económico y militar en todas partes, otras potencias regionales de mediano rango pretenden hoy ocupar los espacios liberados por Washington en su voluntaria retirada.
Pero mientras el mundo se prepara para ver “la suite” de ese nuevo reacomodamiento geopolítico planetario, otras cosas se convirtieron durante estos 20 años en temas de preocupación: el cambio climático en un mundo sordo y ciego, llegado casi al punto de no retorno. Incendios gigantescos a repetición, hielos eternos que se disuelven como si jamás hubieran existido, miles de especies animales que desaparecen cada año aniquiladas por la sequía y por temperaturas insoportables.
La dependencia cada vez más mayor de la humanidad de las nuevas tecnologías es otro aspecto del mismo fenómeno: millones de teléfonos celulares, computadoras, pantallas de televisión, juegos-video consumidos cada día al precio de una contaminación galopante. Sin contar con la polución de los océanos, asfixiados por miles de toneladas de plástico que se acumulan por todas partes, matando peces y animales marinos, y con la explosión del turismo de masa, que agrava todos los diagnósticos mencionados antes.
“Como en los filmes de horror, es como si la maquinaria se hubiera enloquecido y ya nadie fuera capaz de detenerla. La mejor prueba de esta locura colectiva es la pandemia, resultado del irrespeto de la gente por el sitio que merece la naturaleza en el universo”, afirma Jeremy Adelman, historiador y profesor en la universidad de Princeton.
Y eso nos lleva al último elemento que caracterizó estos 20 años: la profunda fragilización de la democracia, embestida por el complotismo desenfrenado vehiculizado por la redes sociales.
¿Espantoso? Y sí. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Para Adelman: “El Covid-19 es solo la última amenaza. Acostumbrada a tener todo, la gente puede renunciar a algunas libertades. Pero no a otras. El fenómeno ‘antiVax’ es el ejemplo más perfecto. Y más preocupante”.
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