Colin Powell, el general marcado por dos guerras en Irak
Lideró exitosamente la Guerra del Golfo de 1991 y se jugó su credibilidad defendiendo la invasión de 2003 con argumentos falsos
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WASHINGTON.- El general Colin L. Powell, fallecido este lunes a los 84 años por complicaciones del Covid-19, quedó asociado a dos guerras en Irak. Fue el líder militar que como jefe del Estado Mayor Conjunto condujo a Estados Unidos a la victoria en la Guerra del Golfo de 1991, y una década más tarde tuvo que lidiar con la invasión norteamericana a Irak como secretario de Estado del presidente George W. Bush.
Nacido en Nueva York de padres inmigrantes jamaiquinos, el general Powell escaló rápidamente en el Ejército hasta convertirse en el más joven y primer jefe negro del Estado Mayor Conjunto. Lo que impulsó el vertiginoso ascenso de Powell fue su seguidilla de puestos como asistente militar de funcionarios de alto nivel del gobierno y su paso como asesor de seguridad nacional del presidente Ronald Reagan.
Carismático, elocuente y con buen manejo de la gente, Powell tenía un talento especial para exudar autoridad y al mismo tiempo lograr que los demás se sintieran a gusto.
Como máxima figura del Pentágono, jugó un papel preponderante en la recuperación del orgullo militar de Estados Unidos después de la Guerra de Vietnam y en la restructuración de las fuerzas armadas tras el fin de la Guerra Fría. Su famosa receta para el uso de la fuerza, apodada “Doctrina Powell” por la prensa, prescribía descargar el poderío militar solo con abrumadora superioridad numérica de tropas, con un objetivo claro y con apoyo popular.
Cuando a fines de 2000 el entonces presidente George W. Bush lo nombró secretario de Estado, Powell pasó de soldado a estadista, y se convirtió en la primera persona negra al frente de la diplomacia norteamericana. Pero esos cuatro años al frente del Departamento de Estado resultaron ser la misión más difícil de su vida.
Hombre pragmático y un gran creyente de las alianzas internacionales, más de una vez el general Powell fue el bicho raro de un gobierno dominado por la ideología neoconservadora, que dudaba de la utilidad de las Naciones Unidas y la OTAN y que siempre estaba demasiado dispuesto a recurrir al poderío militar de Estados Unidos.
Más allá de su conocido recelo por las intervenciones militares, el general Powell no era un hombre dado a los grandes principios, cómo él mismo solía reconocer, y se consideraba más bien como un solucionador de problemas y un experto en gestión.
El general Powell albergaba un profundo resquemor respecto del momento elegido para la invasión a Irak en 2003, así como por el calibre de las fuerzas de ocupación norteamericanas. Pero finalmente apoyó la invasión y se jugó su credibilidad haciendo una defensa pública de la guerra. Fue una jugada que más tarde lamentó.
Se retiró de la función pública entre honores y distinciones hacia el final del primer mandato de Bush, pero a la postre fue fustigado por no haber opuesto más resistencia a la Guerra de Irak o no haber renunciado en señal de protesta.
El general Powell se defendió escudándose en su sentido de la responsabilidad y obediencia a la autoridad presidencial. “Es igual que en el Ejército, donde se discute, se argumenta, pero cuando el presidente toma una decisión, esa se convierte en la decisión de todo el gabinete”, dijo Powell en julio de 2009, durante su aparición en el programa Larry King Live de CNN.
Bush había nombrado al general Powell para darle credibilidad y seriedad inmediata a su gabinete. Pero el poder y la influencia de Powell se vieron mellados por sus colegas de línea dura, en particular el vicepresidente Richard B. Cheney y el secretario de Defensa, Donald H. Rumsfeld, quienes lo consideraban demasiado solícito con los intereses extranjeros y no suficientemente convencido de usar el músculo militar norteamericano.
Powell pudo jactarse de algunas victorias iniciales. En su primer año al frente del Departamento de Estado, logró que China liberara a la tripulación de un avión de vigilancia estadounidense que había realizado un aterrizaje de emergencia luego de chocar con un avión chino sobre el Mar de China Meridional. El piloto del avión chino había muerto en el siniestro.
Powell también evitó que las tropas norteamericanas se retiraran de las operaciones de paz de la OTAN en los Balcanes y facilitó la retirada de Estados Unidos del Tratado de Misiles Anti-Balísticos sin provocar un cimbronazo con Rusia.
En otras áreas claves de política exterior, como las relaciones con Corea del Norte y los esfuerzos para aliviar las tensiones entre árabes e israelíes, Powell no logró demasiados avances, ni siquiera dentro del propio gobierno, y poco a poco fue advirtiendo que su misión consistía básicamente en moderar las tendencias extremistas del equipo de Bush y evitar una catástrofe.
“Servir de freno a las acciones presidenciales precipitadas y las políticas equivocadas no era el papel progresista que Powell había imaginado para sí mismo como máximo diplomático de Estados Unidos”, escribió la periodista Karen DeYoung en su biografía Powell, Soldier, de 2006.
El 11 de Septiembre
En las semanas posteriores a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando surgió por primera vez la idea de atacar Irak, Powell ayudó a persuadir a Bush de que se concentrara en atacar los campos de entrenamiento de al-Qaeda en Afganistán.
Powell siguió tratando de impedir la guerra con Irak durante 2002, y en agosto le advirtió a Bush que una invasión podría desestabilizar el Medio Oriente y encadenar a Estados Unidos a ocuparse de la reconstrucción. “El que lo rompe, se lo queda”, recordó haber dicho en esa reunión.
Pero el general Powell finalmente apostó su relevante credibilidad pública a la decisión de invadir Irak, accediendo al pedido de Bush de defender las razones de Estados Unidos para ir a la guerra ante el Consejo de Seguridad de la ONU, en febrero de 2003.
Ese discurso de 75 minutos en el que afirmó que Irak poseía armas químicas, biológicas, y quizás hasta nucleares, resultó profundamente vergonzoso cuando esas armas no aparecieron. Años después, confesó que ese discurso seguía siendo una “mancha” en su carrera, “por doloroso que sea aceptarlo”.
Las batallas burocráticas de Powell dentro del gobierno siguieron y en 2004, tras ser reelegido, Bush le pidió la renuncia. “Me fui con cierta decepción”, dijo en el programa de entrevistas de Larry King, y reconoció que no había estado “en demasiada sintonía” con otros colaboradores del presidente.
La guerra y ocupación de Estados Unidos se prolongó durante casi una década, con miles de bajas estadounidenses y más de 100.000 muertes iraquíes, y dejó a Estados Unidos empantanado en un Estado fallido rodeado de vecinos hostiles.
Esa guerra costosa en vidas y dinero, además, potenció una reacción violenta contra los líderes del establishment republicano, un fenómeno que con los años contribuiría a la victoria de un outsider de la política, como Donald Trump.
Durante el tumultuoso mandato de Trump, el general Powell fue cada vez más abierto en sus críticas al presidente, que en 2020 alentó en uso de la fuerza contra las manifestaciones del movimiento Black Lives Matter. Powell fue lapidario con la ética de Trump y acusó a otros líderes republicanos de aceptar el divisionismo del presidente por interés político personal.
“La única palabra que se aplica a estos últimos años es la palabra que nunca hubiera querido usar y que nunca tuve que usar con los cuatro presidentes para los que trabajé: miente”, dijo Powell en el programa State of the Union de CNN. “Dice mentiras y se sale con la suya porque la gente no lo responsabiliza de sus palabras.”
Cuando Powell anunció su apoyo al candidato demócrata Joe Biden para las elecciones de 2020, Trump le enrostró la invasión a Irak. “Ese tipejo es responsable de habernos metido en las desastrosas guerras en Medio Oriente”, dijo.
Y el 6 de enero de este año, cuando Trump fogoneó la toma por asalto del Capitolio, tras meses de afirmar falsamente que los demócratas le habían robado las elecciones, Powell anunció que ya no consideraba que el Partido Republicano fuese su hogar político. “En este momento solo me preocupa mi país, y no me importan los partidos”, declaró.
Durante gran parte de su carrera, Powell evitó el activismo racial y nunca quiso ser un símbolo de avance de los negros. De hecho, creía que en su éxito profesional había influido mucho menos su raza que su capacidad para trabajar dentro de las instituciones, donde competía con los blancos en sus propios términos.
“Mi raza es problema de los demás”, recordaba haberse dicho a sí mismo cuando dejó la casa paterna para enlistarse en el Ejército. “No es problema mío.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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