¿Ciudad de la “droga y del sexo”? Harta, Ámsterdam transforma radicalmente su modelo turístico
La alcaldesa de la capital de Holanda elabora un plan para reestructurar la ciudad hacia 2025; incluye censuras a la venta de droga en coffee shops, límite a los alquileres turísticos y visitas restringidas al barrio rojo
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PARIS.- ¿Ámsterdam la ciudad reina “de la droga y del sexo”? Sin duda pronto habrá que modificar esa opinión mundialmente aceptada, ya que la alcaldesa de la capital de Holanda, Femke Halsema, está decidida a modificarla, con el apoyo de la mayoría de los habitantes.
La dirigente ecologista, que destronó en 2018 a los socialistas que controlaban hacía tiempo la municipalidad, se fijó como objetivo una transformación radical de aquí a 2025, año en que Ámsterdam festejará los 750 años de su creación.
Este año, Halsema quiso comenzar con los célebres coffee shops. La ciudad cuenta con 166 (un tercio del total del país) cuyas puertas son franqueadas, según estimaciones oficiales, por 1,5 millones de turistas cada mes para aprovisionarse en cannabis. La alcaldía no quiere, sin embargo, transformar la ciudad en zona “cannabis free”.
“En este momento, hay aquí una enorme aspiración de cambiar la forma en que fluye el turismo. Nuestra libertad no puede transformarse en un laissez-faire para grupos de jóvenes que vomitan en los canales porque fumaron o bebieron demasiado”, explica una consejera municipal verde. A su juicio, hay que limitar la cantidad de coffee-shops a unos 70 y, sobre todo, prohibir el acceso a los visitantes extranjeros.
El flujo de consumidores franceses, alemanes, británicos o belgas en el último verano, cuando el país no estaba confinado por el Covid-19, terminó de convencer a las autoridades locales de que era necesario actuar rápidamente, como ya lo había hecho otro “hub” holandés de la venta de marihuana, Maastricht.
Apoyada por los comerciantes, la policía, numerosos magistrados y la población local, Femke Halsema también quiere endurecer los criterios de implantación de los coffe-shops y controlar sus fuentes de aprovisionamiento.
Vasto proyecto, pues la extraña ley holandesa autorizó, en los años 1970, la apertura de esos comercios y la posesión de 30 gramos de hierba por persona, prohibiendo -sin embargo- su cultivo. Esto alentó naturalmente la aparición de una actividad clandestina, hoy de tipo casi industrial, organizada por diversas mafias que se enriquecen alimentando un mercado gigantesco y muy poco controlado por las autoridades.
En los años ‘90, el país llegó a contar con unos 2000 coffee-shops, de los cuales hasta el 25% funcionaba sin autorización. Hoy, la policía estima que cada año se producen en Holanda entre 300 y 800 toneladas de cannabis, de 10% a 20% para alimentar el mercado nacional.
Los cartels contactan a los agricultores para incitarlos a reconvertirse en esa especialidad extremadamente lucrativa. El 90% de esos productores jamás contacta las autoridades para informar sobre esos contactos, según una encuesta publicada en 2019.
Impacto en países cercanos
Marroquíes, turcos o este-europeos, grupos criminales que cuentan con considerables recursos, se han multiplicado en los países vecinos de Holanda. Con el tiempo, también se orientaron hacia la producción de otras drogas, más duras, sobre todo sintéticas.
A cambio de la limitación del número de coffee-shops y de la prohibición de vender a los turistas, los dueños de esos comercios podrían verse autorizados a poseer una mayor cantidad de cannabis: algunos kilos, en vez de los 500 gramos -en teoría- autorizados en la actualidad.
Escaso consuelo para esos minoristas, que temen que la mayor parte de su clientela se evapore: más de 75% de los turistas interrogados el año pasado en Ámsterdam afirmaba que la primera motivación de su viaje era la existencia de esos coffee-shops.
A los expertos que advierten sobre el riesgo de desarrollo de un tráfico callejero susceptible de substituirse al comercio legal, Femke Halsema responde que la mayoría de los compradores extranjeros son, de todos modos, consumidores regulares de marihuana, que pueden procurarse en su propio país. Según la alcaldesa, viajan a Holanda para obtener un poco más de “fun” (diversión) y por “el color local”, es decir, para poder fumar tranquilamente en los cafés.
“Creo que terminarán por comprender que deben dejar de venir aquí únicamente por los coffe-shops”, afirma.
Adhesiones políticas
Halsema prevé en todo caso un periodo transitorio, durante el cual tendrá además que convencer a los miembros de su mayoría municipal. Varios, en el seno de su propio partido, GroeLinks, y de los centristas de D66, manifiestan reticencias. En diciembre, lograron, por ejemplo, rechazar una petición popular que reclamaba medidas de limitación del turismo de masa y de la venta de droga.
No es para menos, las cifras de los ingresos municipales producidas por ese “fun” son vertiginosas. En 2019, 21,8 millones de turistas pasaron al menos una noche en Ámsterdam. El 85% eran extranjeros. A ello hay que agregar 11 millones de visitantes que no duermen en la ciudad. Entre 2010 y 2019, el número de noches de hotel aumentó 95%, mientras que los empleos en la capital ligados al sector turístico representan el 11%.
Pero las ambiciones de la alcaldesa no terminan allí. Con miras al “renacimiento” del centro histórico de la ciudad, la responsable ecologista decretó la prohibición de locaciones tipo Airbnb dentro de esa zona particularmente turística y pretende transformar en viviendas los numerosos hoteles baratos ocupados por jóvenes en busca de fiesta.
El proyecto se completa con la limitación de sex-shops, teatros eróticos, peniches (barcazas) destinadas al strip-tease y otras ventanas iluminadas con luces multicolores en De Wallen, el famoso “barrio rojo” de la ciudad, histórico sitio europeo de la prostitución. Y los residentes la apoyan.
“Aquí, la atmósfera cambia cada dos horas. A las 22, la policía municipal deja de trabajar pues las calles son demasiado peligrosas”, afirma Nielsen Bert, residente de De Wallen, para quien el barrio se volvió “invivible” a comienzos de los años 2010.
“Poco a poco, los residentes dejaron de hacer sus compras porque los comercios fueron reemplazados por vendedores de hongos alucinógenos”, explica.
Más restricciones
Las primeras medidas municipales, a mediados del decenio, consistieron en prohibir los “beer-bikes -unos bares móviles a pedal, muy populares durante las despedidas de soltero-, limitar los alquileres turísticos a un máximo de 60 noches por año y prohibir la apertura de nuevos hoteles.
Desde el año pasado, también fueron restringidas las visitas guiadas al “barrio rojo” y se prohibió tomar fotos de las prostitutas. Pronto, la municipalidad multará a los turistas que duerman en sus automóviles, el uso de gas hilarante y los ruidos sonoros que emanen de los barcos en el canal.
El proyecto de la alcaldesa es apoyado por numerosas asociaciones de habitantes y empresarios que habían lanzado un llamado, durante el primer confinamiento, a tomar decisiones para evitar que, tras la pandemia, nuevas olas de turistas inunden la ciudad. Los opositores afirman que esas medidas aumentarán aun más la “gentrification” del centro histórico de Ámsterdam, ya inaccesible a aquellos habitantes de escasos recursos.
Es cierto también que la reputación de tolerancia de Ámsterdam podría verse empañada. Pero los residentes están dispuestos a pagar ese precio para recuperar el sueño y la tranquilidad.
“Mucha gente nos dice que nos mudemos. Pero, ¿por qué abandonar la ciudad en vez de salvarla? Nosotros no somos un pueblo de bárbaros, tenemos nuestros principios. Los ingleses vienen aquí disfrazados de penes inflables. Y, como ellos, muchos creen poder imponernos su ley. ¡Esto se tiene que terminar!”, se lamenta Bert.
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