China ya se ve como superpotencia global y empieza a actuar en consecuencia
Pekín es cada vez más audaz en su desafío al orden global norteamericano, desde sus estrategias en América Latina hasta Medio Oriente
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PEKÍN.- China ya se ve como superpotencia global, y ha empezado a actuar en consecuencia. Históricamente reacia a meterse en conflictos lejanos a sus costas, ahora que Xi Jinping encaró su tercer mandato en el poder, el país está mostrando mayor confianza y audacia, y quedó en inmejorable situación para atraer a países de mentalidad afín y levantar la voz en los foros internacionales.
China emergió de sus tres años de aislamiento pandémico para encontrarse con un Occidente mucho menos amigable, y está enviando señales de que siente que su peso económico y militar ya le permiten empezar a moldear el mundo de acuerdo a sus intereses.
A principios de este mes, Pekín sorprendió al mundo al facilitar un acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, una audaz incursión en las turbulentas rivalidades de Medio Oriente.
Y ahora Xi quieren involucrarse personalmente en los esfuerzos para poner fin a la guerra Rusia-Ucrania, tras varios días de cálidos encuentros con Vladimir Putin en Moscú y con planes de conversar por primera vez desde el inicio de la guerra con el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky.
La movida tal vez no redunde en avances diplomáticos sustentables, y la sensación de que China se inclina por Rusia en la guerra, reforzada esta semana por su visita a Moscú, han erosionado la credibilidad de Xi como árbitro neutral del conflicto. A primera hora de este miércoles, mientras Xi se despedía de Moscú, Rusia lanzó una nueva oleada de misiles y drones armados sobre Ucrania, que mataron a cuatro personas en un dormitorio escolar en la región de Kiev.
Pero el deseo de China de meter cuña de forma tan visible en esos conflictos marca el inicio de una nueva fase en la visión que el país tiene de sí mismo y de su rol en el mundo. El mensaje es que China y sus amigos ya no están obligados a avenirse al orden global liderado por Estados Unidos, y que Pekín representa una amenaza para los intentos de Washington de moldear un mundo al que considera dividido entre democracias y autocracias.
Durante muchas décadas, China se ciñó a su política de esperar su gran oportunidad, mientras cimentaba lentamente su poderío económico, político y militar.
Eso empezó a cambiar cuando Pekín extendió sus intereses económicos y políticos por todo el mundo, con proyectos de infraestructura vinculados a la Iniciativa de la Ruta y de la Seda en América Latina, África y el sudeste asiático. China tiene cientos de miles de millones de dólares en inversiones en el extranjero y una inmensa diáspora de ciudadanos repartidos por todo el mundo que deben ser protegidos, así como un apetito voraz por los recursos estratégicos de otros países.
El nuevo modelo chino
Además de sus intervenciones en los conflictos Rusia-Ucrania y Arabia Saudita-Irán, en las últimas semanas el presidente Xi ha impulsado tres nuevas iniciativas que terminan de explicar su visión del mundo, tituladas Iniciativa de Desarrollo Global, Iniciativa de Seguridad Global e Iniciativa de Civilización Global. Aunque escuetos en detalles, los amplios ideales de esos proyectos buscan posicionar a China como el país con el que las naciones que desconfían de la hegemonía estadounidense pueden hacer negocios, buscar garantías de seguridad y ser respetadas.
“En su impulso modernizador, China no seguirá el camino trillado de la colonización y el saqueo, ni el camino tortuoso que tomaron algunos países que buscaron la hegemonía cuando se fortalecieron”, dijo Xi este mes en el discurso de presentación de su Iniciativa de Civilización Global, y sin nombrar a ningún país en particular, lanzó una advertencia: “Que se abstengan de imponer sus propios valores o modelos a los demás”.
Poco antes, en las sesiones legislativas que confirmaron su tercer mandato como presidente, Xi también hizo una ominosa advertencia sobre los esfuerzos liderados por Estados Unidos para contener y reprimir a China.
La afilada retórica de Xi refleja su convicción de que China puede servir como contrapunto de Occidente y su visión de un enfrentamiento entre democracia y autocracia. En vez de que lo consideren un país autoritario, como le gustaría el presidente Biden, Xi quiere que los países del mundo, particularmente en el Sur Global, consideren a China como la voz de la razón, como un modelo económico y una potencia benigna, que puede hacer frente a un orden occidental liderado por Estados Unidos, al que considera intimidatorio y prepotente.
“Están convencidos de haber encontrado otra forma de ser superpotencia y de ejercer su influencia en el mundo, y creen honestamente que Estados Unidos está demasiado centrado en la seguridad y que apela a sus ejércitos con demasiada frecuencia”, dice Paul Haenle, experto en China del Fondo Carnegie para la Paz Internacional.
Haenle fue el representante de Estados Unidos en las conversaciones de seis países organizadas por Pekín a mediados de la década de 2000 para abordar el tema del programa de armas nucleares de Corea del Norte, un primer tanteo de Pekín en la diplomacia internacional que finalmente quedó en la nada. Pero hoy Haenle nota que China tiene un enfoque radicalmente diferente, sobre todo por lo decidida que está a asumir riesgos en el escenario global.
“Nadie pensó que Xi Jinping tenía tanta tolerancia al riesgo”, dice Haenle, todavía sorprendido. “China nunca se había permitido dar pasos tan audaces como los que dio ahora con Irán-Arabia Saudita y la guerra en Ucrania”.
Pero la incursión en el barro diplomático no se ciñe a los conflictos Rusia-Ucrania y Arabia Saudita-Irán, porque China también se muestra extraordinariamente activa en otros frentes: obtuvo el reconocimiento diplomático de Honduras, uno de los últimos aliados que le quedaba a Taiwán, y urgió a Washington a reabrir su embajada en las Islas Salomón, cerrada desde hace añares, donde el avance diplomático de Pekín genera preocupación en Washington por la creciente influencia china en las islas del Pacífico.
China también ha puesto cautelosamente el pie en Afganistán, donde la caótica retirada de Estados Unidos en agosto de 2021 le dejó regalada la oportunidad de establecerse como un jugador de peso. Y a principios de este mes, también los rebeldes de Myanmar pidieron que Pekín intervenga en la guerra civil que sacude al país, otra señal de la creciente estatura de China.
Pero enredarse en conflictos extranjeros podría debilitar el dinamismo de China, y si los acuerdos de paz que logran sus jugadas no se sostienen, el país podría parecer ingenuo o impotente, socavando la confianza de los países que Pekín intenta llevar para su lado.
De todos modos, a Pekín no le hace falta lograr la paz mundial para impulsar sus intereses señala Oriana Skylar Mastro, de Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Stanford: le alcanza con posicionarse como una potencia benévola en un mundo dominado por Washington y el poderío militar estadounidense.
“Lo que quieren es avergonzar a Estados Unidos por haber sido ellos los que lograron ese acercamiento entre Arabia e Irán”, señala Mastro. “Tratan de mostrarle al mundo que no son una amenaza, que la verdadera amenaza es Estados Unidos, y este es un paso más en ese sentido.”
Por Jonathan Cheng
The Wall Street Journal
(Traducción de Jaime Arrambide)
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