China sufre una fuga de cerebros, y Estados Unidos no la está aprovechando
Los migrantes prefieren países con menos trabas para obtener los visados, mejores beneficios sociales y calidad de vida
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HONG KONG.- Asistieron a las mejores universidades de China y Occidente, provienen de hogares de clase media de Pekín, Shanghái y Shenzhen, y trabajaron en empresas tecnológicas que están en el centro de la rivalidad tecnológica de China con Estados Unidos. Hoy viven y trabajan en América del Norte, Europa, Australia, Japón, y prácticamente en todos los países desarrollados.
Los jóvenes y los emprendedores chinos están huyendo de su país para escapar de la represión política, las sombrías perspectivas económicas y una cultura laboral de explotación. Y ese éxodo incluye cada vez más a profesionales de la tecnología y otros ciudadanos chinos de clase media y formación universitaria.
“Me fui porque no me gustaba el ambiente social y político”, dice Chen Liangshi, de 36 años, que trabajó en proyectos de inteligencia artificial en Baidu y Alibaba, dos de las mayores empresas tecnológicas de China, antes de abandonar su país a principios de 2020. Chen tomó la decisión cuando China abolió los límites del mandato presidencial, en 2018, una jugada que le permitió al presidente Xi Jinping mantenerse indefinidamente en el poder.
“No pienso volver a China hasta que sea un país democrático y la gente pueda vivir sin miedo”, dice Chen, que ahora trabaja para Meta en Londres.
Las entrevistas a 14 profesionales chinos y los intercambios de mensajes con decenas más sobre las razones que los llevaron a levantar campamento y empezar de cero en otro país revelan que la mayoría de ellos trabajaba en el sector tecnológico de China, un dato sorprendente, porque allí los sueldos son muy altos.
Pero lo que más sorprende es que la mayoría de ellos no emigró a Estados Unidos, sino a otros países: China está sufriendo una fuga de cerebros, y Estados Unidos no la está aprovechando.
En las décadas de 1980 y 1990, cuando China era pobre, el gran sueño de sus mejores y más brillantes profesionales era trabajar, y quedarse, en Occidente. En números netos, la emigración china llegó a su pico en 1992, cuando más de 870.000 personas abandonaron el país, según datos de Naciones Unidas. Esa cifra cayó a su punto más bajo de 125.000 emigrados en 2012, a medida que China fue saliendo de la pobreza para convertirse en una potencia tecnológica y en la segunda economía más grande del mundo.
El gobierno de Pekín hizo muchos esfuerzos por retenerlos, con incentivos para repatriar científicos y profesionales calificados. Según el Ministerio de Educación de China, en 2016 más del 80% de los chinos que estudiaban en el extranjero volvían a su país tras finalizar sus estudios, frente a apenas el 25% de dos décadas antes.
Pero esa tendencia se ha revertido. En 2022, y a pesar de las restricciones a los viajes y la obtención del pasaporte, más de 310.000 chinos emigraron de su país, según datos de Naciones Unidas. Y cuando todavía faltan tres meses para que termine 2023, la cifra ya alcanzó el total de emigrados de 2022.
Muchos de los entrevistados repiten lo dicho por Chen: que empezaron a considerar irse del país cuando China reformó su Constitución para permitir la reelección indefinida de Xi Jinping. Y la política sanitaria de “Covid cero”, que impuso tres años de sucesivos confinamientos, testeos masivos y cuarentenas, fue la gota que rebalsó el vaso.
La mayoría de los entrevistados pidió figurar solo por su nombre de pila, por temor a represalias del gobierno chino contra sus familias.
Uno de ellos es Fu, que trabajaba como ingeniero en una empresa estatal de tecnología de defensa en el sudoeste de China, hasta que decidió emigrar. Después de la reforma constitucional, dice Fu, él y sus colegas pasaban más tiempo en sesiones de adoctrinamiento político que trabajando, lo que los obligaba a quedarse después de hora.
A medida que Xi empezó a gobernar a través del miedo y la propaganda, el clima social y político se volvió cada vez más tenso y asfixiante. Fu dice haberse distanciado de sus padres tras discutir con ellos sobre la necesidad de tantas restricciones pandémicas, qué él cuestionaba. De hecho, prácticamente no podía hablar con nadie y vivía en una especie de closet político. A fines del año pasado, renunció y solicitó una visa de trabajo en Canadá. Hoy Fu y su esposa van camino a Calgary, en la provincia canadiense de Alberta.
Por qué no EE.UU.
Para explicar las razones de no haber elegido Estados Unidos como destino, la mayoría de los entrevistados menciona el complicado e impredecible proceso para obtener visa y residencia permanente en Estados Unidos.
La cantidad de visas de estudios otorgadas por Estados Unidos a ciudadanos chinos, que durante mucho tiempo fue el punto de partida de prometedores futuros inmigrantes, empezó a caer en 2016, al ritmo del deterioro de las relaciones entre ambos países. En el primer semestre de 2023, Gran Bretaña otorgó más de 100.000 visas de estudio a ciudadanos chinos, mientras que Estados Unidos libró alrededor de 65.000.
Fu dice que no consideró Estados Unidos porque cursó sus estudios en una universidad que está en la lista de sancionados por Washington y trabajó en una empresa de Defensa, dos datos que podían dificultarle aprobar el control de seguridad del gobierno norteamericano, pero agrega que finalmente le gustaría trabajar en ese país que idolatra.
Algunos profesionales del sector tecnológico eligieron Canadá y los países europeos en lugar de Estados Unidos porque tienen mejores beneficios sociales, por un mayor equilibrio entre la vida laboral y la vida personal, y por sus leyes sobre el control de armas.
Cuando decidió emigrar, en julio de 2022, Zhang hizo una breve lista de países: Canadá, Nueva Zelanda, Alemania y los países nórdicos. Ni siquiera incluyó a Estados Unidos porque sabía que le resultaría extremadamente difícil conseguir una visa de trabajo.
Zhang tiene 27 años, es programador informático, y sentía que la frenética cultura laboral de Silicon Valley era demasiado parecida al agotador ambiente laboral de China. Después de trabajar a destajo durante cinco años en una importante empresa de tecnología en Shenzhen, no quería saber más nada. También buscaba un país donde las mujeres recibieran un trato más igualitario. Este año se mudó a Noruega, donde después de pagar impuestos durante tres años y aprobar el examen de idioma, lo otorgarán la residencia permanente.
A Zhang no le importa ganar 20.000 dólares menos que en Shenzhen, ni tener que pagar impuestos más altos o un costo de vida mayor: ahora termina de trabajar a las 4 de la tarde y tiene el resto del día para disfrutar de la vida. Tampoco tiene preocuparse de que a partir de los 35 años empiecen a considerarlo demasiado grande para contratarlo -una forma de discriminación que sufren muchos chinos-, ni vive con miedo constante a que el gobierno implemente alguna política tipo “Covid cero” que trastorne por completo su vida.
La mayoría de los profesionales del sector tecnológico que emigraron lo hicieron a sabiendas de que ganarían menos dinero. “Siento que estoy pagando por mi libertad, pero vale la pena”, dice Zhou, un ingeniero en software que se formó en Estados Unidos y renunció a su trabajo en una empresa de vehículos autónomos de Pekín. Ahora trabaja en una empresa de automóviles en Europa Occidental.
Zhao, otro emigrado chino, relata su largo y estresante traslado a Estados Unidos. Creció en una aldea pobre de la provincia de Shandong, en el este de China, y hace cinco años viajó a Estados Unidos para obtener un doctorado en ingeniería. En un principio su intención era regresar a China a fines de este año, tras concluir sus estudios: creía que China estaba en ascenso, a diferencia de Estados Unidos.
Pero cuando vio la respuesta de China a la pandemia, Zhao empezara a dudar…
“No puedo volver a un país donde todo se construye sobre mentiras”, dice Zhao.
Pero quedarse en Estados Unidos no le será fácil. Zhao tiene una oferta de trabajo y con eso obtendrá el status de “empleo temporal como graduado en el campo de ciencia e ingeniería”, que le durará tres años. También participará de la lotería de visas de trabajo H-1B y ya hizo los cálculos: en el lapso de estos tres años, tiene un 40% de posibilidades de que no obtener la visa. Ya sabe que para poder quedarse en Estados Unidos tal vez tenga que volver a inscribirse en la universidad. Su otra opción es pedirle a su empresa que lo transfiera a un puesto en el extranjero.
“A veces me pongo a pensar y siento que mi vida está llena de problemas y de incertidumbre”, dice Zhao. “Y esas noches no puedo dormir.”
Li Yuan
Traducción de Jaime Arrambide
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