Chile se suma a una etapa de fragmentación y tensiones políticas en la región
Luego de años de ser elogiado como el país más estable de América Latina, al país andino llegó por efecto contagio un fenómeno que se extiende por el mundo democrático
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MIAMI.- ¿Chile también?
En América Latina, donde los virajes políticos extremos y el manejo del caos son la norma, ese país alargado y finito que Henry Kissinger una vez ninguneó diciendo que era una daga apuntada al corazón de la Antártida, tenía la suerte de ser políticamente aburrido. Sus vecinos peruanos tuvieron cinco presidentes en tres años, y en una voltereta final cambiaron a un banquero de Wall Street por un maestro rural de extrema izquierda. El electorado brasileño viró vertiginosamente del Partido de los Trabajadores a la alternativa trumpista de Jair Bolsonaro. Mientras tanto, los chilenos vivían en uno de los países más exitosos de América Latina, en relativo equilibrio entre un socialismo serio y formal a la europea y una centroderecha que en junio de este año hasta se manifestó a favor del matrimonio del mismo sexo.
El equilibrio relativo de Chile se quebró. Ese país largamente elogiado a escala global como un modelo de libre mercado con gobiernos moderados se fue a la banquina de los extremos políticos y arrastró consigo la ilusión de Chile como puerto seguro en medio de la zozobra mundial. Ese derrape es el efecto contagio de la polarización que arrasa en gran parte del mundo democrático y que ahora se cuela en el Cono Sur, una tendencia que en la primera ronda de las elecciones impulsó a la abrumadora mayoría de los chilenos a confiarles el voto a dos candidatos totalmente imprevisibles.
José Antonio Kast es hijo de un oficial alemán que sirvió en el ejército de Adolf Hitler y un histórico defensor del dictador chileno Augusto Pinochet. Un Trump en versión andina, Kast quiere cavar un foso en el desierto para frenar la inmigración y aplicar mano dura contra el delito. Quedó primero, con el 28% de los votos y se enfrentará a Gabriel Boric, un millennial de barba y exactivista estudiantil que cosechó apenas dos puntos menos. Y aunque es más moderado que muchos de la extrema izquierda, Boric está muy lejos del camino del medio.
“Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba”, dijo Boric tras alzarse con la candidatura por su bloque de izquierda.
“Creo que en Chile estamos viendo una tendencia ya instalada en el resto de Latinoamérica: el colapso total de los partidos políticos que representan alguna opción centrista moderada”, dice Michael Shifter, presidente del think tank Diálogo Interamericano. “Y eso está siendo reemplazado por altos niveles de incertidumbre política y una enorme fragmentación.”
Tras la segunda vuelta de diciembre, uno de los dos se convertirá en presidente y Chile pasará a engrosar las filas de los países americanos que como Brasil, El Salvador, Perú y Estados Unidos, se adentraron en aguas desconocidas con impredecibles outsiders al timón del gobierno. Cualquiera de los dos puede ganar, pero los expertos le dan cierta ventaja a Kast.
“Kast saca provecho de la profunda ansiedad que cunde en lo que él llama -como un eco de Nixon y Trump-, la ‘mayoría silenciosa’, canalizando y al mismo tiempo fogoneando el miedo y la bronca sobre el futuro del país y su identidad”, escribió el autor chileno-norteamericano Ariel Dorfman en el diario Los Angeles Times.
Tal vez Chile y Estados Unidos tengan dinámicas internas diferentes, pero las guerras culturales que empujan a Kast a la presidencia en Chile son parecidas a las que auparon a Trump hasta la Casa Blanca. Kast defendió firmemente a la policía de las acusaciones de la izquierda por uso abusivo de la fuerza. Demonizó al millón de migrantes, en su mayoría de Venezuela y Haití, para quienes Chile era la tierra de oportunidades de América del Sur. El domingo, durante la celebración de la victoria, algunos seguidores de Kast tenían puesta la gorra con la inscripción “Make America Great Again”.
“La propuesta de Kast de cerrar las fronteras de Chile a los ‘inmigrantes ilegales’ y de cavar una trinchera para mantenerlos afuera fueron recibidas con entusiasmo por los votantes nacionalistas que culpan a esos refugiados económicos del aumento de la pobreza y la delincuencia”, escribió Dorfman.
Una muerte política anunciada
Pero el colapso del centro en Chile fue la crónica de una muerte política anunciada. Cuando el régimen brutal de Pinochet llegó a su fin, en 1990, la nación flamantemente democratizada vivió un histórica era de crecimiento económico. El crecimiento promedio del PBI chileno entre 1990 y 2018 fue del 4.7% anual, muy por encima de la media latinoamericana. Durante ese mismo período, los gobiernos democráticos incrementaron el gasto social. La pobreza extrema -ingresos de menos de 1,5 dólares al día- prácticamente desapareció.
Sin embargo, como gran parte de la región, Chile también tiene corrosivos niveles de desigualdad y hay una gran franja de la población situada apenas por encima de la línea de pobreza. Chile es uno de los países económicamente más injustos de los que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, un grupo de naciones desarrolladas. Como escribió la semana pasada Ciara Nugent en The New York Times, para los chilenos más pobres, el costo de vida es insostenible, y 6 de cada 10 hogares no llegan a cubrir sus gastos fijos mensuales.
El resultado fue una explosión social de 2019, teóricamente provocada por un aumento de las tarifas del subte en la región metropolitana de Santiago. En realidad, lo que hizo eclosión fue la furia reprimida de los jóvenes de bajos ingresos, que se sentían al margen de la movilidad ascendente por el nepotismo y el clasismo de la sociedad chilena, que acapara la riqueza y las oportunidades para las élites económicas.
Sebastián Candia, es un joven abogado de Chile y relata cómo terminó sumándose al movimiento de protestas de 2019. Hijo de un carpintero y el primero de su familia en asistir a la universidad, Sebastián se pasó más de un año buscando trabajo después de recibirse de una de las mejores casas de estudios del país. Tenía una deuda estudiantil de 19.000 dólares, no lograba encontrar trabajo, y su familia se atrasaba con las facturas de los servicios básicos, en una economía de libre mercado como la chilena, donde no existen subsidios estatales como los que ofrecen otros países de la región.
“Chile es una casita linda con techo de chapa en esa villa miseria que es Latinoamérica”, dice Sebastián. “Pero cuando mirás adentro, está todo podrido.”
Para esa enojada juventud chilena hay una luz de esperanza: la gran apuesta por una nueva constitución que reemplace la redactada durante la dictadura de Pinochet. El corrimiento de la juventud chilena hacia una izquierda más extrema explica el auge de Boric. Y el efecto rebote de ese movimiento hacia la izquierda explica el auge de Kast. A algunos chilenos los preocupa mucho el rumbo que tome la nueva constitución.
Pero el riesgo implícito en el predominio tanto de Boric como de Kast es el crecimiento de la agitación social, y una guerra política a todo o nada que podría borrar de un plumazo la excepcionalidad de Chile como el país políticamente más estable de América del Sur.
Por Anthony Faiola
The Washington Post
(Traducción de Jaime Arrambide)
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