Che Guevara: a 50 años, su muerte sobrevuela a un pueblo boliviano, y también a la región
En La Higuera, el poblado boliviano donde fue ejecutado, todavía recuerdan las últimas horas del revolucionario argentino-cubano
LA HIGUERA, Bolivia.- Irma Rosales, que desde hace décadas atiende su pequeño negocio en esta localidad, se sienta junto a una caja llena de fotos y se pone a recordar a aquel personaje extraño que fue abatido hace 50 años en la escuela del pueblo.
Irma dice que tenía el pelo largo y grasiento, y la ropa tan sucia que parecía un mecánico. Y recuerda que el hombre no le dijo una palabra cuando ella le acercó un plato de sopa, poco antes de que sonaran los disparos y el Che cayera muerto.
Ayer se cumplió medio siglo desde la ejecución de Ernesto Guevara, el médico trotamundos argentino que lideró a combatientes de la guerrilla en lugares tan disímiles como Cuba o el Congo. Su vida sólo fue opacada por el mito aún mayor que surgió tras su muerte. La imagen de su barba y su boina se convirtió en carta de presentación de los revolucionarios románticos de todo el mundo y de todas las generaciones. Pero los vecinos del poblado boliviano de La Higuera que vivían en aquel entonces cuentan una historia mucho menos legendaria y recuerdan aquel breve y sangriento episodio en el que ese rincón olvidado de las montañas se convirtió por un instante en el campo de batalla de la Guerra Fría.
Hoy, mientras recuerda la muerte de Guevara, América latina también lidia de manera amplia con los mismos movimientos de izquierda que se inspiraron en su vida.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el mayor grupo guerrillero de la región, abandonó la selva y depuso las armas a principios de este año.
El movimiento de inspiración socialista del venezolano Hugo Chávez terminó ahora en un país que está sumido en el hambre, la agitación social y la dictadura.
Hasta Cuba, que durante décadas vivió orgullosamente bajo la bandera revolucionaria levantada por Guevara, ahora enfrenta un destino incierto, después de que el gobierno de Trump dio marcha atrás con la distensión de sus relaciones con Estados Unidos alcanzada durante el gobierno de Obama.
Bolivia es, justamente, una de las pocas democracias latinoamericanas donde el control sigue en manos de la izquierda.
Jon Lee Anderson, autor de una biografía del Che y personaje clave para el descubrimiento de sus restos -que permanecieron ocultos hasta 1997-, dice que tanto Guevara como la izquierda tocaron fondo en otros momentos de la historia. "Pero la figura del Che conserva cierta pureza", dice. "Es como un faro siempre presente, un ícono. ¿Qué será de él en el futuro?"
En los años previos a su muerte, el paradero de Guevara era un misterio mundial. Tras supervisar los pelotones de fusilamiento después de la victoria comunista que él mismo ayudó a conquistar en Cuba, y después de un breve paso al mando del Banco Central de ese país, Guevara desapareció repentinamente en 1965, enviado por Fidel Castro al extranjero para organizar revoluciones en otros lugares del mundo. Fue en una misión fallida al Congo, y de ahí empezó a rebotar entre Dar es Salaam, Tanzania, y Praga, por entonces Checoslovaquia.
"En aquel tiempo la gente decía que Fidel lo había mandado matar y otros decían que había muerto en Santo Domingo, o que estaba en Vietnam", dice Juan Carlos Salazar, quien en 1967 era un joven periodista boliviano de 21 años. "Lo ubicaban acá, después allá... pero nadie sabía dónde estaba realmente."
Loyola Guzmán, una joven líder comunista de La Paz, sería una de las primeras en enterarse de su presencia en Bolivia. Un día recibió un mensaje donde se le indicaba que fuera a Camiri, una pequeña localidad en la frontera con Paraguay. Dice que no tenía idea de con quién debía encontrarse.
Guzmán tiene ahora 75 años, pero una foto de enero de 1967 la muestra en el esplendor de la juventud, en ropa de fajina y gorra de combate, en un campamento en medio de la sofocante selva: junto a ella está Guevara.
"Dijo que quería crear «dos o tres Vietnam»", dice Guzmán, y agrega que Bolivia debía ser la base para la revolución en ese país y en las vecinas Argentina y Perú. Guzmán estuvo de acuerdo y fue enviada de regreso a La Paz para reunir apoyos y dinero para la revolución. En marzo de 1967, empezó la batalla.
Aunque Guevara era conocido en todo el mundo, su fama no alcanzaba para congraciarlo con los campesinos bolivianos. Y el país ya había atravesado una revolución una década antes, que había establecido el sufragio universal, la reforma agraria y la ampliación de la educación. Durante el tiempo que Guevara luchó en Bolivia, no hay registros de que un solo campesino se haya sumado a su grupo.
"No lo pensó bien", dice Carlos Mesa, ex presidente de Bolivia e historiador, que tenía 13 años cuando Guevara llegó a su país. "Fracasó porque tenía que fracasar."
Irma Rosales, la comerciante que le ofreció un plato de sopa a Guevara antes de su captura, recuerda que poco antes de su asesinato, un día entró a su negocio uno de los guerrilleros del Che, Roberto Peredo, conocido como "Coco", y le pidió usar el teléfono. Ninguno de los aldeanos ansiaba una visita semejante. "Nos decían que la guerrilla les disparaba a los hombres, violaba a las mujeres y se robaba todo, por eso nadie quería que aparecieran por su casa", dice Rosales, y recuerda que el alcalde de la localidad dio aviso a las autoridades de que los guerrilleros habían llegado al pueblo.
Gracias al aviso del alcalde y otros informantes, el ejército boliviano empezó a cercar a Guevara y a su grupo. Uno de los afectados a la cacería era Gary Prado, por entonces un joven oficial que había perseguido a Guevara durante todo el verano a través de las montañas.
Hoy general retirado de 78 años, Prado admite desde la ciudad de Santa Cruz de la Sierra que el ejército no estaba preparado para la incursión de la guerrilla en su territorio. Pero pronto recibieron ayuda y entrenamiento de Estados Unidos, y la llegada de agentes de la CIA.
El 8 de octubre de 1967 empezó un intercambio de fuego entre los soldados bolivianos y un grupo de guerrilleros. Pero ese enfrentamiento terminaría distinto, recuerda Prado. En determinado momento, uno de los guerrilleros se rindió y gritó: "Soy el Che Guevara, y para ustedes valgo más vivo que muerto".
Julia Cortés, hoy de 69 años, recuerda haber escuchado los disparos cuando se acercaba a la escuela de La Higuera, donde era maestra.
Fue a su escuela que el ejército llevó cautivo a Guevara, y Cortés recuerda que al día siguiente, el 9 de octubre, cuando ella llegó allí, el líder guerrillero apenas podía hablar. Balbuceaba unas pocas palabras sobre la revolución, sobre la revolución que estaba perdiendo.
"Dicen que se lo veía feo, pero era increíblemente hermoso", recuerda Cortés. También recuerda que acababa de volver a su casa cuando escuchó los disparos que terminaron con la vida del Che.
Irma Rosales recuerda haber visto a la maestra Cortés acercarse a la escuela después de los disparos para limpiar la sangre del aula.
"Desde entonces, en esa aula nunca más se dictó clase", dice Rosales en la puerta del lugar, que actualmente es un museo. "Los niños no querían entrar."
Traducción de Jaime Arrambide
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