Uno de los rasgos más irónicos del coronavirus es que hace temblar a los grandes gigantes de la economía y la geopolítica global: Estados Unidos, China, Italia, India, Brasil, Rusia, mientras que naciones más pequeñas y plagadas de desventajas estructurales salen airosas, por ahora, en la contienda con el Covid-19 y con la debacle sanitaria y económica.
Las cenicientas de la pandemia no son solo países. Los éxitos que parecían improbables pueden llegar de la mano ciencia y de drogas accesibles de eficacia sorpresiva o de acuerdos que, de tan frágiles, se mostraban imposibles y peligrosos.
Esas historias de logros impensados le muestran a este mundo tan incierto y cambiante de la mayor pandemia en 100 años que los avances pueden alcanzarse no solo con recursos, sino también con creatividad, decisión política, cohesión social y voluntad.
Ruanda: menos es más, la estrategia integral de testeo
Como muchas naciones africanas, Ruanda estuvo dominada por la pobreza y la violencia durante décadas. Sin embargo, su historia reciente es particularmente más escalofriante que la de sus vecinos y una de las más dolorosas del mundo de fines del siglo XX.
En 1994, el odio ancestral entre tutsis y hutus derivó en un genocidio que diezmó prácticamente el país del centro de África. Entonces en el gobierno, los primeros emprendieron una matanza contra los segundos que dejó un millón de muertos en poco más de tres meses. La intervención de milicias tutsis y luego de la ONU hizo que la violencia cediera y que Ruanda empezara una lenta reconstrucción.
La calma y el orden llegaron con los años de la mano del gobierno de sesgo autoritario del presidente Paul Kagame; la violencia se fue pero la pobreza permaneció. Pese a ser una especie de "estrella ascendente" de África, el país tiene un PBI per cápita de 780 dólares, 15 menos que la Argentina. Por eso, la irrupción del virus, en marzo pasado, supuso un desafío doble: detener el avance de virus y hacerlo con escasísimos recursos, incluso menos que países golpeados por la recesión, como el nuestro.
También como muchas otras naciones africanas, Ruanda ya tuvo encontronazos con otros virus, en especial el VIH. Esa experiencia no solo le permitió tener conciencia de los peligros de la circulación del virus, sino también cierta capacidad instalada, traducida, en especial, en laboratorios para procesar rápidamente los tests realizados.
La estrategia contra la pandemia de Ruanda aprovechó esa capacidad y le sumó un plan de testeo que, junto con una cuarentena de poco menos de dos meses, resultó determinante para los increíbles números totales que el país tiene por ahora. Tiene 1994 contagios y cinco muertes entre los casi 13 millones de habitantes de un país que está mucho más densamente poblado –rasgo que potencia el virus- que naciones a las que les fue peor.
Con un costo de entre 50 y 100 dólares por test, el gobierno usó la creatividad para compensar la falta de recursos económicos y apeló a una estrategia integral de testeo que incluyó pruebas focalizadas en lugares de riesgo como bancos, mercados u asilos y exámenes al azar en la calle y el transporte público. Esas muestras se analizaron luego por el método de "pool testing" para ahorrar en costos, detectar más fácilmente a los asintomáticos, acelerar los tiempos de procesamiento y evitar el colapso de laboratorios. Así, con costos solventados totalmente por el Estado, Ruanda alcanzó niveles de testeo inhabituales para África (20.000 por millón de habitantes, más que la Argentina) y examinó a más de 250.000 personas de manera rápida, lo que le permitió, a su vez, aceitar el rastreo y aislamiento de los contactos en centros especiales.
Grecia, reapertura que resiste y atrae
Tal es su inesperado éxito sanitario que Ruanda es hoy uno de los pocos países cuyos habitantes tienen la entrada libre a Europa, junto con naciones más desarrolladas como Australia, Nueva Zelanda, Japón o Uruguay.
Allí pueden viajar a otra de las naciones para las cuales la pandemia supuso el doble desafío de detener el virus y hacerlo con pocos recursos y un sistema de salud deteriorado por una crisis que desde 2009 en adelante se comió un 25% de la economía local y dejó al país dividido y convulsionado.
¿Quién hubiera dicho, al comenzar el año, que Grecia sería una verdadera Cenicienta europea, la nación cuyo colapso casi arrastra a la economía del bloque pero que hoy muestra algunos de los números más sorprendentes y luminosos de la pandemia? Con 10,5 millones de habitantes, Grecia tiene un total de 4500 contagios y 206 muertos; la mortalidad es de 5,6%, mucho menor que las de las potencias europeas como Francia, Gran Bretaña o Italia.
La estrategia de Grecia no fue muy diferente de la del resto del continente: cuarentena del 13 de marzo al 4 de mayo; duplicación de la capacidad hospitalaria, sobre todo las unidades de terapia intensiva; extremo cuidado de los mayores de 65 (el 22% de la población) y de los campos de refugiados desplegados en las islas. Todo enmarcado por una precisa estrategia de testeo intensivo y focalizado que evitó que la circulación fuera exponencial como en otras naciones europeas.
El logro, sin embargo, estuvo en los propios griegos, que dejaron atrás las divisiones de la crisis y se alinearon contra la pandemia. Hoy llevan ese resultado como una bandera. "Fue un éxito colectivo, hacía mucho que los griegos no estaban orgullosos del país como ahora. Volvieron además a confiar en el Estado", dijo el premier Kiriakos Mitsokakis, recientemente.
Ese éxito fue un shock de autoestima y una sanación para viejas heridas que le permitió al país mirar con confianza hacia adelante para emprender otra batalla, especialmente crítica y necesaria para su país: la de la apertura económica y la de la preparación para un repunte de contagios en el invierno.
La reapertura es sinónimo en Grecia de turismo, el sector más afectado por la pandemia en el mundo. De allí, de las 30 millones de personas que visitaban el país anualmente, proviene el 18% del PBI nacional y el 20% de los empleos; rehabilitarlo era empezar a fortalecer la debilitada salud económica. Y así lo hizo el país.
El 15 de junio los turistas volvieron, por aire o por tierra, a Grecia y este fin de semana lo harán por mar, en cruceros. ¿Es fácil y abierta la llegada? No, los viajeros deben llenar varios formularios e incluso presentar certificados de tests negativos en caso de provenir de determinados países (Croacia, Bulgaria, Rumania, con picos hoy). El gobierno complementa esa política con testeos intensos en los puertos de entradas; con protocolos exigentes y estrictos en hoteles, restaurantes y playas y con cuarentenas focalizadas en barrios o ciudades con brotes.
La administración de Mitsokakis apuesta también a que el "comportamiento ejemplar" de los griegos sirva para disuadir a los turistas de todos aquellos hábitos que desparraman el virus, como los amontonamientos en lugares cerrados o las fiestas clandestinas, eventos que hacen estragos en otros rincones europeos.
Por ahora, la estrategia funciona sin presionar excesivamente la curva de contagios: el R0 pasó de 0,3 a comienzos de julio a 0,4 hoy, señal de que el coronavirus sigue bajo control. Claro que tampoco llegaron millones de turistas, su arribo es gradual y cauteloso. Los europeos siguen con miedo a viajar en plena pandemia, pero Grecia es el lugar más buscado por quienes desafían la pandemia y sus efectos. La competencia, principalmente España, Italia y Francia, empieza a temblar ante la aceleración del aumento de casos y los viajeros optan por el escenario que pocos hubiesen dicho sería el más seguro del verano de la pandemia: Grecia y sus islas.
Unión Europea, el plan de estímulo que nadie esperaba
Para su reconstrucción y para la preparación para otras pandemias, la economía griega recibirá en los próximos tres años unos 82.000 millones de dólares, algo así como el 30% de su PBI. Provendrán del flamante fondo de recuperación de la Unión Europea, unos 850.000 millones de dólares en subsidios y préstamos y la Cenicienta de los planes de estímulo con los que todos los gobiernos del mundo buscan sostener sus economías ante la demoledora parálisis a las que la somete la pandemia.
A juzgar por los recursos de la UE, la segunda economía si se toma el conjunto del bloque, ese plan no tiene nada de Cenicienta; es apenas el 5% de su PBI (15,53 billones de dólares). Otros gobiernos, desde el norteamericano al canadiense o al peruano, dedicaron proporciones mayores. Pero la condición de imprevisible no viene de su tamaño sino de las pocas posibilidades de que existían de que los divididos miembros de la UE llegaran un acuerdo para rescatar a las economías más vapuleadas por el virus.
Golpeado ya por el tortuoso proceso del Brexit y por el auge de los nacionalismos, el bloque entró en la pandemia debilitado y lleno de divisiones, tanto que algunos pronosticaron que el virus provocaría su agonía final.
Esas grietas se potenciaron en abril y mayo, cuando los miembros empezaron a idear un fondo que complementara los planes de estímulo que cada nación había aplicado; los "frugales" del norte, encabezados por los Países Bajos, se plantaron ante el reclamo de ayuda de los "dilapidadores" del sur, conducidos por Italia y España. La determinación de Macron y Merkel de superar las diferencias y asegurar la supervivencia de la UE ayudó a llegar al acuerdo en una de las cumbres más largas y decisivas de la historia del bloque.
Los países más afectados recibirán subsidios por 430.000 millones de euros y préstamos por 420.000 millones, bajo la condición de reformas estructurales. El acuerdo fue festejado como un hito que le da nueva vida a la UE y, fundamentalmente, refuerza –como el éxito sanitario hizo en Grecia- la autoestima para pararse con pie sólido en un mundo dominado por la guerra fría entre China y Estados Unidos.
La economía que más crecerá no es la más poderosa
China, Estados Unidos y la Unión Europea son las tres economías más poderosas del mundo. Ninguna estará este año entre las que más crecerá. Estados Unidos y la UE, de hecho, se contraerán como nunca lo hicieron antes en la historia reciente; el primero más de un 6% y la segunda, un 10%.
Esos son por ahora los pronósticos. Pero, entre otras cosas, está pandemia obligó a organismos internacionales, autoridades económicas y agencias calificadoras a actualizar, como nunca, varias veces sus proyecciones en lo que va del año. Siempre lo hicieron a la baja, condicionados por un virus que se empecina en reaparecer cuando parecía desvanecido –como en Europa- y en apagar el ánimo consumidor y el envión productivo de los países y los flujos comerciales globales.
China, para no perder la costumbre, sí crecerá, pero lo hará casi imperceptiblemente, un 1%, un número que es el más bajo en décadas y traducido a las tasas chinas es equivalente, prácticamente, a una recesión.
La única región que crecerá este año, sin embargo, es la que China potencia de cerca con todo su vigor económico, Asia. Allí, varios países lograron controlar, con mayor o menor eficacia, el virus; van desde Corea del Sur y Singapur hasta Malasia y Tailandia. Pero el país que más avanzará este año no está entre esas potencias económicas.
Con un PBI per cápita de 2500 dólares (casi un quinto del argentino), Vietnam está, por lo contrario, entre las naciones más pobres de Asia. Y sin embargo, crecerá un 2,8% en 2020, según el FMI. ¿Cómo hace un país con una historia reciente de guerras, autoritarismo y pobreza para sostener la cabeza por encima el agua?
Una estrategia sanitaria sólida y efectiva es una de las primeras explicaciones. Dos patas sostienen esa política: por un lado, Vietnam tuvo su encontronazo ya con el SARS, experiencia que lo preparó para lidiar con otras epidemias; por otro lado, el testeo de Vietnam también marcó diferencia: es el país que más testea por caso confirmado, lo que le permite trazar un mapa preciso de la trayectoria del virus. Los números de la pandemia hablan de la eficacia de esa estrategia: solo unos 600 contagios y dos muertes (la segunda ayer, después de 95 días sin muertes).
La estrategia económica se insinúa por ahora igual de eficaz que la sanitaria. La economía de Vietnam se multiplicó por 10 en los últimos años gracias a un crecimiento sistemático que no conoció ni pausas ni retrocesos. Ese avance parece tampoco detenerse con la pandemia: confiado en el poder de su demanda interna, el gobierno cree incluso que el país crecerá este año hasta un 5%
El as en la manga de la medicina y la ciencia
A diferencia de Vietnam, la enorme mayoría de países se contraerá ese año y espera y hace fuerza por la vacuna que nos inmunice contra el Covid-19 como antídoto para una recesión también en 2012. Mientras la ciencia se desvive por dar con esa vacuna, los tratamientos médicos avanzan y empiezan a plantarle cara al virus al punto de que las tasas de mortalidad comienzan a bajar en los países con rebrotes no solo porque estos tienen como protagonistas a los más jóvenes, sino también porque en los hospitales donde se da la batalla las terapias son más eficaces.
Precisamente a mitad de año, cuando el planeta se esperanzaba con las pruebas de buenos resultados de la remdesivir, el mayor logro no vino de la mano de -como era de esperar- un antiviral, sino de un corticoide antiinflamatorio.
"La dexametasona es la primera droga que mejora la supervivencia al Covid-19. El beneficio para la supervivencia es claro y amplio en aquellos pacientes que están tan enfermos que necesitan tratamiento de oxígeno, por lo que la dexametasona debería transformarse el cuidado estándar para estos pacientes. La droga es barata, accesible, y puede ser usada de forma inmediata para salvar vidas", dijo Peter Horby, el especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Oxford que condujo los ensayos sobre el medicamento, en Gran Bretaña.
Horby dirigió las pruebas de Recovery, la mayor prueba clínica sobre el coronavirus, que examinó el impacto de la droga en 2014 personas, que tomaron seis miligramos diarios de dexametasona durante 10 días. Al compararlo con un grupo de control de más de 4000 pacientes, a los que se les administró el cuidado habitual, el estudio descubrió que la dexametasona redujo la mortalidad en un tercio entre los pacientes con respirador y en un quinto con los enfermos que recibían oxígeno.
Los usos de la dexametasona son extendidos y para condiciones frecuentes, como la artritis, reacciones alérgicas o asma, entre otros; se emplea incluso para en la alta montaña aliviar rápidamente los síntomas del mal de la altitud y prevenir edemas. De allí, el entusiasmo de la ciencia al revelar la efectividad de la droga en los estados más avanzados del Covid-19. Al ser tan amplio su uso, su costo es accesible, muy lejos de los entre 2000 y 3000 dólares que salen cinco días de tratamiento con Remdesivir, el antiviral aprobado en Estados Unidos y otros países porque mostró, en los ensayos, señales de reducir la estadía en las terapias intensivas de los pacientes graves.
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