Celestino Aós: "Si hay un cura o hay un obispo que cometió un delito, tiene que responder"
Tras los escándalos por abusos sexuales y encubrimientos, el Papa le encomendó al fraile capuchino de 74 años el reordenamiento de la diócesis de Santiago, en Chile, al designarlo administrador apostólico
ROMA.- Hábito marrón de fraile capuchino, barba blanca y cruz del buen pastor al cuello igual a la del Papa, monseñor Celestino Aós, exobispo de Copiapó y nuevo administrador apostólico de la arquidiócesis de Santiago de Chile, de 74 años, sabe que tiene por delante una misión casi imposible. Deberá poner en orden y recuperar la credibilidad de la sede primada de la capital chilena, epicentro del escándalo de abusos sexuales por parte de sacerdotes. Nacido en España y en Chile desde 1983, Aós sucede al cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago que, junto a su antecesor, el cardenal Francisco Errázuriz, se ha vuelto un símbolo no solo del mal manejo de los casos de abuso, sino también de una Iglesia distante, elitista y alejada de la gente
-La salida de Ezzati y Errázuriz, que quedaron como el símbolo de todo el mal del encubrimiento, de todo lo que ha sufrido la Iglesia, es vista en Chile como un nuevo inicio. ¿Cómo lo vive?
-Para mí, la designación fue una sorpresa absoluta. En esta crisis que había en Santiago y que era por todos conocida, jamás pensé que se iban a fijar en mí. Y cuando me llamaron, me quedé primero superextrañado y después también un poco temeroso. Pero no temeroso del sentido de miedo, sino el santo temor de Dios, porque todos cuando nos empeñamos en una cosa queremos hacerla bien. El desafío es grande pero es hermoso.
-¿Podemos decir que la Iglesia chilena está "intervenida" por el Vaticano, ya que de 27 diócesis hay 10 con sede vacante, nueve administradores apostólicos y el episcopado renunciado y en pleno proceso de limpieza y purificación?
-Yo espero que se dé el proceso de limpieza y purificación incluso en las diócesis que no están intervenidas. Al tomar posesión dije que no basta el maquillaje, sino que hacen falta reformas profundas. Porque el mismo Santo Padre lo ha dicho: si esto fuera una cuestión de cambiar a las personas, eso sería muy fácil. Pero lo que hace falta es convertir el corazón.
-¿Fue una sorpresa descubrir este horror?
-Enorme. Yo nunca sospeché. Para mí ha sido una cosa muy dolorosa e inquietante. Una de las razones de esto fue la mala selección de los candidatos. Se admitió al sacerdocio a muchachos que nunca debieron haber entrado al seminario y, claro, ahí están las consecuencias.
-También fue un giro importante que el arzobispado no apelara el fallo que lo condenó a indemnizar a víctimas.
-Sí. No es pasar la página y decir "aquí no ha pasado nada". Aquí pasó y pasaron cosas muy graves y por eso hay esta sentencia. Por eso se trató de no apelar y de aceptar lo que la Justicia dice. No somos ni ciudadanos de primera que están sobre la ley y tienen privilegios, pero tampoco ciudadanos de tercera. Pedimos que se aplique la misma ley. Y si hay un cura o un obispo que ha cometido un delito, tiene que responder de sus acciones y tiene que atenerse a las consecuencias.
-¿Cuál es el consejo más importante que le dio el Papa?
-Me volvió a reafirmar que somos Iglesia, un cuerpo, y que si tengo herido el dedo tengo que curar el dedo, pero no tengo que olvidar los ojos, la nariz y los oídos. Tengo que ocuparme de las personas que han sido heridas y vulneradas, pero no tengo que olvidarme de que soy el pastor de los pobres y de los ancianos, de los matrimonios, de los niños y de todo el mundo. Y me dijo que transmitiera a los chilenos su cercanía, su cariño. Es un hombre sensible, muy inteligente, y que en esta faceta se la juega en primera línea.
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