Celeste y blanco: ¿por qué tantas banderas centroamericanas tienen los mismos colores que la argentina?
La coincidencia recuerda los tiempos en que los patriotas soñaban con una sola insignia para una región hermanada
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Entre la diversidad de banderas latinoamericanas hay dos grandes grupos, las que combinan los colores rojo, amarillo y azul (Venezuela, Ecuador y Colombia), y las que tienen el celeste y blanco. La división no es casual, ya que está relacionada con las gestas de los dos grandes libertadores, Simón Bolívar en el norte del continente y José de San Martín en el sur. ¿Pero cómo es que llevan hoy los colores de la insignia argentina las banderas de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala, cuando ni el Padre de la Patria ni Manuel Belgrano estuvieron jamás en esas tierras?
Incluso en la actual página de internet, el gobierno de El Salvador recuerda que los colores de su bandera son “los de los próceres argentinos San Martín y Belgrano”.
“Hubo un tiempo en que el Río de la Plata fue el único bastión que quedó en pie en la defensa de la libertad y de los ideales de los patriotas de la región”, señaló a LA NACION el historiador Miguel Ángel De Marco. “Cuando en 1815 la expedición española comandada por Pablo Morillo logró derrotar y reinstaurar el virreinato en lo que es hoy Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá y Guyana, el horizonte para los independentistas del continente pasó a ser el Río de la Plata”, agregó De Marco.
Y esos ideales no solo entusiasmaron a los americanos. Desde varios países del Viejo Mundo llegaron militares europeos que adherían a la lucha por la libertad y a causas como la abolición de la esclavitud que decidió la Asamblea del Año XIII. Entre los extranjeros que decidieron sumarse a las luchas de los patriotas de estas tierras, y que ni siquiera hablaban bien español, se encontraban el irlandés William (Guillermo) Brown (1777-1857) y el francés Hyppolite (Hipólito) Bouchard (1780-1837). Y fue este último el que más tuvo que ver con que tantos países centroamericanos se identifiquen con los mismos colores de la Argentina.
En su libro Bouchard, De Marco profundiza en la vida de este corsario liberal y antimonárquico que decidió enarbolar el pabellón argentino por los mares del mundo “sin que le importasen los riesgos ni las adversidades, para notificar a sangre y fuego que en el extremo sur del continente americano surgía un país libre”.
Para entender qué hacía un francés luciendo orgulloso la celeste y blanca como si fuera su propia insignia es necesario diferenciar a los “piratas”, marinos que solo combatían en beneficio propio, de los “corsarios”, una institución reconocida internacionalmente y legal, de navegantes autorizados por el gobierno para luchar en nombre de un país, enarbolar su bandera, y luego repartir el botín con las autoridades de la nación a la que representaban.
Una fuente importante de corsarios que luchaban por el Río de la Plata se encontraba incluso en el centro naviero de Baltimore, Maryland, Estados Unidos, en tiempos en que la lucha independentista atravesaba todo el continente. “Una nube de corsarios norteamericanos con documentos otorgados por el gobierno de Buenos Aires, surcó los mares del mundo en busca de naves españolas para atacarlas y apropiarse de los bienes que transportaban”, comentó De Marco.
Hay que aclarar que los corsarios, acostumbrados a la lucha armada e impiadosa contra el enemigo, eran hombres de acción y muchas veces, como en el caso de Bouchard, gente de carácter fuerte. En un barco de corsarios, con tripulantes que en general ni siquiera hablaban el mismo idioma, se acostumbraba dormir con la pistola debajo de la almohada porque cualquier discusión se resolvía a los tiros. Entendido en el contexto de la época, eso no iba en desmedro de la nobleza de los ideales por los que luchaban.
Bouchard, corsario argentino
En 1817, Bouchard obtuvo la patente de corsario argentino y comenzó la etapa más novelesca de su vida con la que llevó la bandera por los mares del mundo, precisamente a bordo de la fragata La Argentina.
Con sus ideales abolicionistas, en la isla de Madagascar, se dedicó a atacar navíos que traficaban esclavos, barcos “negreros”. El derrotero siguió hacia Filipinas y lugares tan remotos como Hawaii, donde muchos afirman que en 1818 el rey Kamehameha I fue la primera autoridad extranjera en reconocer al gobierno argentino independiente.
Al completar la vuelta al mundo, ya en continente americano, Bouchard fue el responsable de que la bandera argentina flameara durante seis días en Monterrey, California, en lo que hoy es territorio estadounidense, y que hasta ese momento había sido colonia española.
“A las 8 horas desembarcamos, a las 10 era en mi poder la batería y la bandera de mi patria tremolaba en el asta de la fortaleza”, dice la escueta, pero colorida bitácora del corsario que hizo que durante casi una semana, California fuera territorio argentino.
“Cuando durante el gobierno de Raúl Alfonsín, como integrante de la plana mayor de la fragata ARA Libertad llegamos a lo que hoy es Monterey para rendir homenaje a Bouchard, me sorprendió la reacción de la gente local”, recordó De Marco, comodoro de marina (R).
En esa ciudad californiana hay un monolito que evoca la gesta de Bouchard, y frente a ese monumento los marinos argentinos hicieron el homenaje en 1988. “Hubo ofrendas florales y una banda del ejército estadounidense, pero me llamó la atención la casi nula presencia de autoridades locales. Luego me enteré que para ellos Bouchard solo había sido un pirata más que había destruido y saqueado la ciudad”, dijo De Marco.
Entusiasmo en América Central
Pero no ocurrió lo mismo en América Central. Los ataques de Bouchard sobre las fortalezas españolas en las costas del Pacífico, especialmente en Guatemala y Nicaragua, generaron una ola de entusiasmo por los corsarios “venidos desde Buenos Aires” también entre los independentistas de El Salvador, Honduras y Costa Rica.
El propio poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) dedicó un poema a elogiar al periplo de La Argentina que salió “desde las aguas del Río de la Plata con la bandera bicolor al mástil gallardo”.
Al año siguiente de los combates de Bouchard, llegó a las costas centroamericanas una nueva oleada de corsarios argentinos, esta vez liderados por el comandante francés Louis-Michel Aury (1788-1821), que también izó la bandera del río de la Plata sobre las fortificaciones españolas en Guatemala.
Fue así como, cuando en 1824 se proclamó la República Federal de Centroamérica (que comprendía Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica), el patriota salvadoreño Manuel José Arce pensó en los colores argentinos para su bandera.
Cuatro de esos cinco países decidieron conservar el blanco y celeste en sus insignias tras su independencia. Costa Rica le agregó una banda central roja.
En su libro de 1970, La bandera argentina, inspiradora de los pabellones centroamericanos, el exembajador argentino Carlos A. Ferro reflexionó sobre el impacto de esta gesta argentina en todo el continente como “una reafirmación de fe en el futuro de una América republicana, a la que era suficiente una sola bandera para que sus pueblos hermanados por el sentimiento de defender la misma causa, olvidasen las viejas estructuras coloniales y sus múltiples fronteras. Un sueño que, desgraciadamente, no se hizo realidad”.
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