Catherine Rossi: “Tratar las consecuencias de la delincuencia ayuda mucho más a la prevención del delito que enviar a la policía por todas partes”
La jurista canadiense asegura que atender a las familias y el entorno de las víctimas es la manera más humana y eficaz de reducir la violencia criminal
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El dolor por la pérdida de los seres queridos, dice la jurista canadiense Catherine Rossi, nos afecta a todos por igual. Pero ese dolor se convierte en rabia e impotencia cuando la pérdida del familiar se debe a un crimen. Si ese hijo, hija, hermano o hermana fue víctima de un homicidio.
¿Qué contención, qué respuesta, qué salida brinda la sociedad a esas personas abatidas, presas del dolor? Para Rossi, investigadora de la Universidad de Laval, en Quebec, esa contención social es casi nula. Nadie los escucha. Nadie los asiste. Y el resultado de ese abandono, de desamparo sistemático a familias y amigos, es ahondar el dolor y encender una espiral de resentimiento.
Autora del libro Homicidio. El círculo íntimo de las víctimas, Rossi asegura que desatender a las familias de las víctimas, como suele suceder incluso en sociedades avanzadas, es barrer un problema bajo la alfombra.
“Si tratamos las consecuencias de la delincuencia ayudará mucho más a la prevención del delito que enviando a la policía por todas partes”, dijo Rossi a LA NACION durante una reciente visita a la Argentina, donde subrayó el valor de la victimología, una especialidad sin embargo desatendida, una Cenicienta que sobrevive en los márgenes del amplio mundo de la criminalidad y del derecho penal.
-¿Qué es exactamente la victimología, y por qué cree que está faltando en el terreno de los delitos graves?
-Mi especialidad inicial era el derecho y empecé a interesarme muy pronto por un tema que al parecer absolutamente nadie, o en todo caso muy pocas personas en comparación con el número de especialistas en delitos, se ocupaba, y son las víctimas. Cada vez que estalla un caso de asesinato o de agresión sexual en algún lugar, todo el mundo -los medios de comunicación, los políticos, los abogados- dicen que eso no debe volver a ocurrir, que vamos a trabajar en la prevención, que vamos a trabajar en la represión. Pero nadie se ocupa de la gente. Es exactamente como si, cuando hay una enfermedad, nuestro único reflejo sea crear vacunas o políticas públicas, pero no construir hospitales para tratar a esas personas.
-¿En qué medida se desatiende a las familias?
-Lo que me interesa es empezar a pensar, una vez que se ha cometido el crimen, qué se puede hacer después. Qué se puede hacer después cuando se asesina a una persona de 25 años, pero toda la familia tiene que vivir durante muchos más años con ese asesinato en el espíritu, en el corazón, en la cabeza. ¿Qué se puede hacer por el barrio, que se ve afectado y que está sufriendo? ¿Qué se puede hacer por todas las familias, por todos los afectados que dejan de trabajar por el dolor, por la rabia, por el odio, por los problemas financieros que surgen? Porque hay que pagar por la ley, hay que pagar a los abogados. Así que hago todo lo que puedo para que la gente tenga acceso a la justicia. Eso significa acceder a sus derechos en los procedimientos, pero también acceder a la asistencia, al sistema social, a cosas tan obvias como tiempo para guardar luto.
-¿Esa atención abarca también al entorno más amplio?
-Se trata de trabajar por la familia, por su entorno, pero también de forma más general por la sociedad en su conjunto. Me gusta mucho trabajar en la relación entre la comunidad y el Estado, es decir, cuál es la responsabilidad del Estado y cuál es la responsabilidad de la comunidad después del delito, y no solo antes. El Estado, todos los Estados, tienen una enorme tendencia a ocuparse de los criminales, de la policía, pero dejan totalmente caer a las víctimas. Probablemente necesitamos castigar el crimen, pero también necesitamos ocuparnos de las víctimas.
-¿Cuáles son las consecuencias de no ocuparse de ellas, no solo para la familia, sino para la comunidad?
-Cuando empecé a trabajar en victimología me di cuenta de que si queremos prevenir el crimen, evitar que suceda, eso es lo que debemos hacer, ocuparnos de la familia, el barrio, la comunidad. Porque 100% de nuestros criminales, de nuestros asesinos han sido víctimas en primer lugar. A menudo son los mismos entornos donde encontramos a las víctimas y a los criminales. Si nos ocupáramos de eso, de recibir a las familias, de su salud mental, de su salud física, de su acceso a los derechos, si solo pudiéramos hacer eso, en mi opinión, podríamos evitar muchas venganzas, dolor, sufrimiento y problemas económicos. Y en mi opinión eso es algo muy fácil de hacer. Cambiar el sistema político es difícil, cambiar la ley es difícil, pero ocuparse de la gente es muy fácil, y sugiero que empecemos por ahí. Con un poco se llega muy lejos.
-¿Cuál es la diferencia en su especialidad entre países más desarrollados y países menos desarrollados?
-La familia de la víctima de un homicidio es la única área del mundo del derecho donde no hay ninguna diferencia. Si te hago escuchar el testimonio de una madre francesa a quien le han matado a su hijo, de una madre quebequense, de una madre argentina o de una madre japonesa, vas a ver que es exactamente el mismo sufrimiento. Es lo mismo en todos los países del mundo. Violación, maltrato infantil, asesinato, es todo lo mismo, y en todos los países tienen las mismas consecuencias. Y a su manera es democrático, porque si mato a alguien en una familia rica, el dolor va a ser igual de grande que en una familia pobre. Lo que sí puede cambiar de país en país es el acceso a los derechos, la capacidad de defenderse en los tribunales, la diferencia de dinero que vamos a tener para poder ir a buscar el honor de nuestro hijo, su reconocimiento.
-¿Por qué algunas sociedades parecen más proclives a la violencia que otras? Recuerdo el documental Bowling for Columbine, por ejemplo, que marcaba la diferencia entre Estados Unidos y Canadá.
-Es la pregunta más difícil del mundo. Nunca me permitiré opinar sobre esto. Pero lo que he comprendido es la importancia del honor de las personas, el honor de la memoria de nuestros seres queridos que intentamos defender, el honor de nuestras familias, el honor de nuestra sangre, de nuestra comunidad, de nuestro país. En todos los sistemas la humillación duele mucho. Ya sea la humillación a través del dinero -si yo soy muy rico y la otra persona es muy pobre-, a través del acceso al trabajo -si yo puedo estudiar y tú no-, a través de la victimización -si yo tengo derecho a defender a mi ser querido y tú no-. Eso es lo que desregula a todas nuestras sociedades. Pero no soy politóloga. Los filósofos se ocupan del conocimiento, los físicos del universo, y yo me ocupo del crimen. Pero no tengo una explicación mejor que nadie. Tengo una teoría, pero otro colega mío puede presentarte otra.
-Así que no hay una teoría universal de la violencia…
-No, no hay una teoría universal. Tengo ideas, tengo gustos, tengo valores. Mi trabajo son las familias afectadas, y estoy convencida y trabajo en ello, que si tratamos las consecuencias de la delincuencia ayudará mucho mejor a la prevención del delito que enviando a la policía por todas partes.
-¿Cómo se traslada la victimología al terreno? ¿Cómo se entrelazan sus investigaciones, por ejemplo, con las acciones que pueda tomar el gobierno de Quebec?
-Estoy haciendo varios estudios, así que hay estudios que consigo montar sobre el terreno y estudios que tengo menos éxito montando sobre el terreno. Pero lo que hago a menudo es lo contrario, es decir, no le doy mis ideas al gobierno para que las ponga en marcha, sino que cuando los gobiernos ponen las cosas en marcha me llaman para que evalúe sus acciones. Y te juro que cuando todos trabajamos juntos, cuando las instituciones recurren a los científicos, las cosas funcionan muy bien. En Quebec me resulta muy fácil mostrarles a los funcionarios lo que no funciona cuando encuentro un resultado negativo. Entonces podemos intentar cambiar un poco las cosas. Pero lleva mucho tiempo. Admito que no es perfecto. Pero sí, está funcionando.
-En varios países, cuando suben los índices de delincuencia, resurge el debate sobre si se deben endurecer las penas. ¿Qué opinión tiene de ese debate?
-El problema es que hay que ocuparse de todo. Hay que ocuparse del delincuente, hay que ocuparse de la sociedad, hay que ocuparse de las víctimas, hay que ocuparse de lo que crea la delincuencia. El problema que tenemos es que cuando se produce un delito pensamos que hay un criminal y una víctima. Yo creo que existe el criminal y su entorno, la víctima y su entorno, y que si tuviéramos eso en cuenta ya habríamos curado a veinte, cincuenta o cien personas. Si hacemos eso cada vez, al cabo de un tiempo es muy probable que podamos hacer un pequeño progreso. No estoy diciendo que cambie el mundo, pero es un progreso.
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