Categórico apoyo de The Washington Post a la candidatura de Biden
A continuación, el texto editorial de The Washington Post en apoyo a la candidatura del postulante demócrata Joe Biden:
Con tal de expulsar al peor presidente de la era moderna, muchos votantes estarían dispuestos a votar prácticamente a cualquiera.
Afortunadamente, para sacar al presidente Trump en 2020, los votantes no tienen que rebajar sus expectativas. El candidato demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, tiene cualidades excepcionales –tanto por su carácter como por su experiencia– que lo ponen a la altura de los abrumadores desafíos que Estados Unidos enfrentará en los próximos cuatro años.
En mayor o menor grado, esos desafíos han sido creados, exacerbados o desatendidos por el actual mandatario: la pandemia de Covid-19, que se cobró más vidas en Estados Unidos que en ningún otro lugar del mundo; el aumento de la desigualdad y de las disparidades raciales; el auge del autoritarismo de alta tecnología del siglo XXI en detrimento de la democracia en todo el mundo, y un planeta amenazado por el cambio climático causado por la actividad humana.
Debajo de todos esos asuntos subyace la pregunta de si la democracia estadounidense sigue siendo capaz de abordar al menos uno solo de esos desafíos, por no hablar del conjunto de ellos. Y es ahí donde el daño hecho por Trump es mayor, y donde Biden está, hasta ahora, extraordinariamente bien posicionado para el momento actual. Biden podría restaurar la decencia, el honor y la capacidad en la Casa Blanca.
A diferencia del narcisismo de Trump, Biden es profundamente empático. Nadie puede imaginarlo capaz de decir que los soldados heridos o caídos son "perdedores". Ante el cinismo de Trump, Biden propone fe, fe religiosa, es cierto, pero también fe en los valores y el potencial de Estados Unidos.
En vez de menospreciar y demonizar a opositores y aliados por igual, Biden está comprometido profundamente con encontrar un terreno común para que el gobierno dé respuestas a la mayor cantidad posible de estadounidenses. Ya demostró ese compromiso al tender un puente hacia los republicanos y también –más recientemente– al lograr la unidad del Partido Demócrata sin resignar sus propias convicciones fundamentales.
Es revelador que para la ceremonia de entrega de la Medalla de la Libertad en el Centro de Constitución Nacional, en 2017, el senador republicano John McCain le haya pedido a Biden que hiciera la presentación. En esa oportunidad –un año antes de su muerte–, McCain recordó el trabajo qué hicieron en conjunto en el Senado, donde Biden forjó una sólida trayectoria como presidente de Comité Judicial y del Comité de Relaciones Exteriores
"No siempre estábamos de acuerdo en todos los temas", dijo McCain. "Con frecuencia discutíamos, a veces acaloradamente. Pero ambos creíamos en el patriotismo del otro y en la sinceridad de sus convicciones… Creíamos en nuestra responsabilidad mutua para hacer que las cosas funcionen y en cooperar para encontrar soluciones para los problemas del país", continuó McCain. "Creíamos en nuestro país y lo considerábamos indispensable para la paz y la estabilidad internacional, y para el progreso de la humanidad."
El contraejemplo de Trump ha revelado lo esenciales que son para un presidente la decencia, la empatía y el respeto por los seres vivos. A Biden esas cualidades le sobran. Pero no son suficientes. Un presidente también necesita rigor, experiencia de gobierno y buen criterio.
¿Biden tiene lo que se necesita? La campaña de este año ofrece evidencias reveladoras.
Biden derrotó a unos 20 aspirantes a la candidatura, muchos de ellos considerados estrellas en ascenso. A pesar del parloteo sobre sus campañas fallidas del pasado, terminó cuarto en Iowa y quinto en New Hampshire. Casi no contaba con dinero para la campaña, su equipo era muy reducido y, si según muchos de los comentaristas políticos, no tenía chances.
Biden no les creyó a los comentaristas. Se aferró a su estrategia, dio batalla en Carolina del Sur y ganó, y después volvió a ganar en casi todas partes el "supermartes". Al vencer al senador Bernie Sanders, de Vermont, demostró que el partido no había girado a la extrema izquierda, como decían algunos, y como sigue diciendo, sin ningún fundamento, el presidente Trump.
Biden después supervisó el proceso de selección del vicepresidente, que no se filtró y estuvo exento de dramas innecesarios. Eligió como compañera de fórmula a la mujer que, según todos terminaron concordando, era la más calificada, la senadora por California, Kamala Harris. Al dejar de lado los filosos ataques que Harris le propinó durante las internas, Biden demostró que piensa gobernar en base al mérito, no a los rencores.
Son todos buenos augurios para una eventual presidencia de Biden, pero los votantes obviamente no juzgarán tomando solamente en cuenta su desempeño durante este año. El caudal de experiencia de Biden es mucho más profundo.
Si Biden jura en medio de la segunda oleada de la pandemia, como es bastante posible que ocurra, y con la economía en caída libre, podemos estar seguros de que Biden estará a la altura de las circunstancias. ¿Por qué? Porque cuando el presidente Barack Obama y él asumieron sus cargos, en 2009, el país también iba peligrosamente en caída libre. Obama le confió al vicepresidente la tarea de lograr que el Congreso aprobara un paquete de rescate económico con el apoyo de ambos partidos, y luego que ayudara a administrarlo, contribuyendo así a salvar la industria automotriz norteamericana y a mejorar la economía en su conjunto.
En este ciclo electoral, las capacidades y el honor de Biden son más importantes que su posición sobre cualquier problema en particular.
Pero incluso en relación con los problemas, Biden le ofrece al país una visión abierta y optimista. Es una visión que por un lado refuta la disparatada calumnia de Trump de que Biden es "un socialista", y al mismo tiempo disipa los temores de parte de la izquierda, que cree que Biden solo aspira a restaurar el estatus quo preTrump.
La calumnia de Trump no es para sorprenderse. Con pocos logros en su primer mandato y pocos planes para el segundo, Trump estaba destinado a hacer campaña negativa y deshonesta. Pero lo cierto es que Biden no sucumbió a los deseos de la extrema izquierda de su partido.
Al mismo tiempo, el mundo es hoy muy diferente a 2008, el desafío de China es más palpable, la amenaza del cambio climático más acuciante, y Biden se ha planteado una agenda de gobierno conforme a estos tiempos.
En cuanto al cambio climático, allí donde Trump denigra a los científicos y rechaza las advertencias sobre esa grave amenaza para la humanidad –tal como hizo con el Covid-19–, Biden entiende que no hay mayor prioridad que la prosperidad a largo plazo de su país y el mundo.
Y esa será la prioridad de su gobierno, pero resistiendo las voces más estridentes de la izquierda, y negándose a usar la emergencia climática para justificar programas masivos que nada tienen que ver con el tema. Por el contrario, propone un plan creíble para el objetivo central, que es neutralizar la huella de carbono de Estados Unidos para mediados de este siglo.
Asimismo, Biden tiene un ambicioso plan de reforma del sistema penal, pensado para el mundo de hoy, que establecería estándares mínimos para el uso de la fuerza y condicionaría el financiamiento federal a una profunda reforma de las fuerzas policiales. Su propuesta de un programa de subvenciones de 20.000 millones de dólares en subvenciones competitivas incentivaría a los estados y localidades a reasignar fondos del sistema penitenciario a la prevención del delito.
Lejos de abrazar el socialismo, Biden posicionaría mejor a Estados Unidos como el verdadero competidor capitalista de China. Lo haría retrotrayendo el menos defendible de los recortes de impuestos progresivos implementados por Trump e invirtiendo más en educación e investigación; cooperando con los aliados comerciales en lugar de aplicarle aranceles a Corea del Sur, Europa y Canadá; y hacer que Estados Unidos vuelva a ser un destino acogedor para los científicos más brillantes y los potenciales emprendedores de todo el mundo.
Su política exterior
En política exterior, Biden promete ser un cambio sumamente positivo frente a la administración Trump, con su simple propósito de reconstruir las alianzas históricas de Estados Unidos y el liderazgo global que Trump deliberadamente coartó.
Biden observa acertadamente que la lucha "de la democracia y el liberalismo" para derrotar al "fascismo y la autocracia" no ha terminado, sino que "definirá nuestro futuro". "Actualmente", escribió Biden, "la democracia está bajo más presión que en cualquier otro momento desde la década de 1930", y Trump "parece ser del equipo contrario, tomando la palabra por los autócratas y desdeñando a los demócratas". Biden convocaría una "Cumbre por la Democracia" para unir a las democracias en "la lucha contra la corrupción, la defensa contra el autoritarismo y la promoción de los derechos humanos". Reconstruiría las relaciones con los países de la OTAN y los ayudaría a fortalecer las defensas contra Rusia. También pondría fin a la política de "apaciguar" al presidente ruso Vladimir Putin que implementó Trump desde su asunción, y a los escarceos con las dictaduras árabes, como Arabia Saudita.
Biden tiene una visión sobria del poder de Estados Unidos y de sus limitaciones. Al igual que Trump, habla de detener "las guerras interminables" y traer de vuelta a casa desde Medio Oriente a los soldados norteamericanos. Pero Biden rechaza el contraproducente principio de "Estados Unidos primero" enarbolado por Trump y volvería a abordar los desafíos globales en sociedad con otros países. Se sumaría al acuerdo de París 2015 sobre el cambio climático y buscaría reactivar el acuerdo nuclear con Irán. Revertiría el ilógico retiro de Trump de la Organización Mundial de la Salud y comprometería a Estados Unidos con los esfuerzos multilaterales para combatir la pandemia de coronavirus.
Esa diferencia fundamental de enfoque puede ser más importante aun cuando se trata de China, que probablemente representará el mayor desafío de política exterior de los próximos años. Tanto Biden como Trump prometen "ponerse duros" con Pekín y combatir su mercantilismo, el robo de tecnología y los reclamos expansionistas sobre el Mar de la China Meridional. Sin embargo, el enfoque de Biden no sería errático y transaccional, sino basado en un acuerdo de valores. Trabajaría con los aliados norteamericanos para enfrentar los comportamientos abusivos de China, y buscaría cooperar allí donde los intereses convergen, como es el caso del cambio climático y la seguridad sanitaria.
La política exterior de Biden también ofrece una idea de su política tecnológica: defenderá la convicción de Estados Unidos en la libertad y la apertura, frente al sello de vigilancia autoritaria que tiene China, y luchará para purgar la interferencia extranjera de Rusia y otros países en las elecciones, en vez de negar que exista. Biden promete adoptar una línea más dura que su predecesor frente a las así llamadas Grandes Tecnológicas, con la aplicación de las leyes antimonopolio, pero lo hará basándose en la ley y la evidencia, no en el capricho y el favoritismo.
La democracia está en peligro, en casa y en todo el mundo. La nación necesita desesperadamente un presidente que respete a sus empleados públicos, que defienda el Estado de Derecho, que le reconozca al Congreso su papel institucional, y que trabaje por el bien común, y no en su beneficio personal.
Con el mismo grado de desesperación, el país necesita un presidente con los conocimientos y la experiencia para demostrar que los valores y los resultados pueden ir de la mano.
Por suerte tenemos a Joe Biden, un candidato que puede conducir un gobierno honorable y exitoso a la vez.
Traducción de Jaime Arrambide
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