Carpas, chozas y fogatas: la vida sin horizontes de los sobrevivientes en Katmandú
Con miedo a nuevos temblores, sin recursos ni alternativas, miles de personas viven al día en campamentos improvisados o huyen de la capital
KATMANDÚ.- El vuelo que une regularmente Estambul con Katmandú llegó casi a horario, sólo que esta vez en lugar de turistas con mochilas de trekking el avión venía repleto de miembros de organizaciones de ayuda humanitaria y de equipos de rescate, algunos periodistas y perros rastreadores.
En la pista esperan aviones de carga de varios países que vaciaron su carga de cientos de bultos de ayuda humanitaria que ocupan casi todo el espacio libre. En el medio, un soldado chino se pone firme para hacerse una selfie con el aeropuerto de fondo.
Katmandú recobra de a poco su aire agitado y contaminado. El caótico orden habitual retoma las calles y por fin los bocinazos vuelven a ser la música de fondo, algo tranquilizador para cualquiera que conoce la vida aquí. En los pocos rincones libres que tiene la ciudad se ven familias que viven bajo lonas a modo de techo.
Ayer era el primer día en que algunos comercios abrían, sobre todo los de alimentos, y la ciudad era invadida por kilométricas colas de personas que esperaban por algo: por la distribución de comida, para cargar nafta, para poder tomar un colectivo que las sacara de la gran ciudad.
El histórico barrio de Lalilptur, repleto de templos hindúes y budistas y de edificios centenarios, fue uno de los más afectados. Las construcciones son de varios pisos de ladrillo a la vista y trabajadas terminaciones en madera. Muchas están construidas en torno a un patio interno que comparten con otros edificios.
De la puerta de uno de estos patios se ve salir gente que carga colchones, televisores y algún que otro mueble. Para salir tienen que sortear una banda de plástico roja y blanca que acordona un edificio antiguo que colapsó.
Allí se encuentran los hermanos Karan y Karishma Bajracharya, de 21 y 26 años. El segundo piso que compartían con su madre, sus sobrinos y otros cuatro hermanos quedó completamente destruido.
"Apenas sentimos el terremoto, nos escondimos bajo la cama. Al rato entendimos que debíamos huir y salimos corriendo. Nos quedamos en el patio interior y nos dimos cuenta de que faltaba nuestra madre, volví a buscarla y la hice saltar por la ventana. Unos segundos después lo perdimos todo", cuenta Karan a LA NACION.
El salto le provocó a la madre una fractura en la pierna, y recién fue atendida después de varios días en el hospital, debido a la gran cantidad de casos de urgencias.
Actualmente duermen en un descampado junto a otras familias y comentan que por suerte ya encontraron un lugar en donde quedarse en casa de un vecino. La comida que recibieron hasta ahora siempre ha sido de vecinos que no perdieron sus casas.
A unos cientos de metros, y pasando varios templos reducidos a escombros, se encuentra Shanta Raj Shakya, un jubilado de 61 años que acaba de volver a su casa luego de unos días en un campamento improvisado cerca del barrio. Se fue de su casa con su familia, al igual que la mayoría de los nepaleses para escapar de las réplicas, y volvió cuando anunciaron que era seguro. Lo cuenta mientras señala las grietas del edificio de su casa. Ante la pregunta de si hizo revisar la casa con un experto dice que no, y agrega: "Tenemos miedo, pero no tenemos alternativa".
En el centro de Katmandú, en el inmenso predio del parque Tundikhel, hay un centenar de carpas y chozas de lona. Cae la tarde, de a ratos llueve y las familias se reúnen en fogatas.
En la puerta de una diminuta choza está Durga Nepali junto a su mujer y sus siete hijos. Llevan cuatro días en este lugar y hasta ahora no recibieron ninguna ayuda. Desde los plásticos con que hicieron la choza hasta la comida de cada día los tienen que conseguir ellos. "Lo único que recibimos es el agua, que la trae el ejército." Lo que más le preocupa, al igual que a millones de nepaleses, es la falta de perspectivas: perdió su casa y no tiene adónde ir en un país donde de por sí escasean las infraestructuras.
Mientras en las ruinas los equipos trabajan contra reloj y contra el mal tiempo para rescatar víctimas con vida, el rumor de que el mayor terremoto aún no ha llegado gana el ánimo de mucha gente que decidió escapar de la zona.
Las tierra sigue temblando de a ratos y el calendario promete muy pronto complicar aún más la situación de los desplazados con la temporada del monzón, que empieza a mediados de mayo.