La implacable “campaña de purificación” de los talibanes para crear un emirato regido por la ley divina
Tras expulsar a EE.UU. hace un año y medio lanzaron una “campaña de purificación” que abarrotó las cárceles y vació de mujeres las escuelas y espacios públicos
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KANDAHAR, Afganistán.- No bien tomaron el control de Afganistán, los talibanes lanzaron lo que sus funcionarios denominaron una “campaña de purificación”, destinada a despojar al país de sus derechos civiles y sus instituciones para reemplazarlos por una sociedad íntegramente islámica.
Un año y medio más tarde, en su campaña para crear un emirato religioso, los talibanes ya destruyeron el sistema judicial del país, hicieron un bollo con la Constitución y reemplazaron los códigos de leyes por decretos basados en una interpretación draconiana de la ley islámica. Los talibanes abarrotaron las prisiones, privaron a hombres y mujeres de derechos civiles básicos y desgastaron las redes de contención social que protegían a los afganos más vulnerables. También intentan transformar los medios de comunicación, usándolos para difundir su visión del país y censurando los contenidos considerados antislámicos, como la música y la presencia de las mujeres en el espacio público.
Sus críticos dicen que esas medidas remplazaron un orden social sustentado en derechos, por otro basado en el miedo y la intimidación. Sin embargo, el gobierno talibán y algunos afganos le atribuyen el mérito de haber mejorado la seguridad y eliminado la corrupción.
“Le hemos devuelto la humanidad al país”, dice Mawlewi Ahmad Shah Fedayii, un destacado imán con buena llegada a los talibanes, frente a su mezquita en Kandahar, la segunda ciudad de Afganistán, y explica que el gobierno talibán mejoró la vida de todos los afganos, incluidas las mujeres, y que ahora hay mayor libertad de expresión. “Antes las mujeres estaban obligadas a trabajar, pero ahora se quedan en casa y las tratan como reinas”, apunta Fedayii.
Este imán predica en Kandahar desde hace más de una década y dice que los problemas de Afganistán durante el gobierno anterior fueron productos de “leyes hechas por el hombre”, que permitieron que florecieran la corrupción, la violencia y la pobreza. “La mitad de la Constitución estaba basada en la ley islámica, pero la otra mitad eran leyes corruptas. Si uno tiene medio vaso de leche pura y le agrega medio vaso de agua sucia, no lo tomará, porque arruina todo el vaso. Lo mismo pasó con la Constitución.”
En los últimos meses, la campaña de purificación se extendió y los talibanes formalizaron sus cambios legales y políticos. Ahora, el líder supremo de la agrupación, Haibatulá Ajundzadá, habla con menos pruritos de someter a presuntos criminales a la ley islámica, y sus palabras se han traducido, por ejemplo, en un auge de golpizas públicas.
Solo la Ley de Alá
“Los tribunales son la principal fuente de purificación de un gobierno islamista”, dice Mufti Fazlullah Asim, un juez de 35 años del fuero penal de Kandahar.
Antes del colapso del gobierno afgano previo, Asim manejaba las cuentas de los talibanes en las redes sociales. Ahora dicta sentencias basado exclusivamente en la interpretación de la ley islámica que le enseñaron en una madrasa talibana en las zonas rurales de las afueras de Kandahar. “Consultamos la ley de Alá y solo la ley de Alá”, afirma el ahora juez.
Asim dice que a la sociedad afgana todavía le falta mucho para volverse puramente islámica, como queda reflejado por la persistencia del delito. Asim dicta decenas de sentencias penales por semana, en su mayoría por hurto y delitos menores, pero también en casos de homicidio y extorsión, y tiene autoridad para ordenar castigos corporales, como flagelaciones públicas y amputación de manos.
El juez está convencido de que cada sentencia acerca más a su país a la erradicación total de las influencias foráneas introducidas por Estados Unidos y las fuerzas de la OTAN tras la invasión de 2001, que puso fin al gobierno del anterior régimen talibán.
“Vamos a tardar un tiempo, porque en los últimos 20 años nuestro pueblo estuvo expuesto a una mentalidad diferente”, señala Asim.
Hasta ahora, la campaña de purificación de los talibanes no llegó a los límites de brutalidad del régimen talibán anterior, como la lapidación generalizada de mujeres por presunto adulterio. Pero los cambios recientes permiten deducir que los talibanes van por el mismo camino.
Cárceles abarrotadas
El nuevo marco legal de Afganistán también está llenando las cárceles que los propios talibanes vaciaron hace más de un año, cuando tomaron el poder.
La gran mayoría de los presos están acusados de lo que Naimatullah Siraj, director de la cárcel central de Kandahar, califica de “crímenes morales”, como robo y consumo de estupefacientes. El Ministerio de Interior talibán dice que el año pasado fueron encarcelados unos 10.000 adictos a las drogas. Durante el gobierno anterior, en cambio, la mayoría de los adictos a las drogas eran enviados a centros de rehabilitación.
Yousef Ahmadi, vocero del gobierno talibán, dice que las prisiones y los centros de detención cumplen la misma función que los centros de rehabilitación, a pesar de que las instalaciones penitenciarias carecen de suministros y de personal médico adecuado.
Dentro de la cárcel central de Kandahar, las celdas y los patios están atestados. Decenas de jóvenes, muchos de ellos adolescentes, se apiñan a la sombra de un toldo para tomar una clase de valores islámicos. En la enfermería de la cárcel, los pacientes ocupan los pasillos, acostados en el piso y apoyados contra las paredes.
La cárcel o la muerte
A medida que las fuerzas talibanas tomaban las ciudades de Afganistán, el Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio fue cerrando los refugios para las mujeres víctimas de violencia y abuso.
Una joven de 21 años relata que antes de que los talibanes tomaran el poder, huyó de un matrimonio donde sufría abuso físico y se refugió en un refugio para mujeres golpeadas. Más tarde empezó a trabajar en ese refugio, y eso le permitía mantener a su hija y a su madre. Pero cuando los talibanes tomaron el control de su ciudad y cerraron el refugio, decenas de mujeres quedaron en la calle, dice la joven, que prefiere mantener el anonimato por temor a represalias de los talibanes.
“A algunas las meten en la cárcel y a otros las matan”, dice. Algunas mujeres que antes vivían en el refugio fueron acusadas de abandono del hogar, y otras de prostitución.
La joven dice que hasta ahora logró evitar ser arrestada porque solo se queda un par de meses en un departamento, y luego se muda a otro con su hija.
“Si no me hubiera ido de la casa de mi marido, ya no estaría viva”, dice. “Ahora que no tienen refugios adónde ir, la única perspectiva de esas mujeres es la cárcel o la muerte.”
Los trabajadores sociales, abogados defensores de los derechos humanos y otras mujeres que vivieron en los refugios confirman que bajo el régimen talibán se multiplicaron los arrestos de mujeres que intentan escapar del abuso doméstico.
Una extrabajadora social dice que todas las mujeres a las que había asesorado durante el gobierno anterior desaparecieron, y al menos una de ellas fue hallada muerta.
Ahmadi, el vocero de los talibanes, lo desmiente: “Bajo el gobierno talibán no se ha encarcelado a ninguna mujer que no haya cometido un delito. Aquí no se ha cometido ni una sola injusticia.”
Las madrasas de mujeres llenan el vacío
Desde que tomaron el poder, los talibanes también restringieron al máximo el acceso de las mujeres a la educación y les prohibieron trabajar para organizaciones humanitarias.
La medida generó indignación en todo el mundo y al principio obligó a muchas organizaciones de ayuda a suspender sus operaciones de asistencia para los millones de afganos que intentaban alimentar y abrigar a sus familias.
Si bien las garantías dadas por algunas autoridades talibanas locales y funcionarios de nivel ministerial permitieron que algunas mujeres vuelvan a trabajar y que los grupos de asistencia reanuden sus operaciones, las restricciones en materia de educación no se flexibilizaron. Así que la única opción que les queda a las mujeres decididas a seguir con sus estudios son las escuelas religiosas, llamadas madrasas.
En una madrasa de niñas de Kabul, las clases están repletas de alumnas inclinadas sobre textos religiosos marcados con señaladores y cubiertos de notas en los márgenes. En un aula, unas jóvenes cantan versos del Corán en un megáfono y se balancean hipnóticamente hacia atrás y hacia adelante.
La directora de la escuela, Zarsanga Safi, dice que desde la toma del poder de los talibanes la cantidad de alumnas aumentó. Benfsha Sapi, una chica de 16 años, reconoce que desde que empezó a memorizar el Corán ya no es la misma persona que era antes. “Esta escuela cambió totalmente mi vida y mi manera de pensar”, dice Sapi. “Ahora conozco más sobre mi religión y entiendo mejor lo que Dios dice que es bueno y lo que es malo.”
Por Susannah George
Traducción de Jaime Arrambide
(Traducción de Jaime Arrambide)
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