En una playa al norte de Senegal, unas excavadoras remueven la arena para levantar un enorme muro frente a la ciudad de Saint-Louis, una perla colonial en peligro por los embates del Atlántico y el retroceso de la costa.
Para cientos de habitantes del barrio de pescadores de la antigua capital de Senegal, estas obras llegan demasiado tarde. En los últimos años, el mar y las intemperies han destruido muchas de sus casas.
La particular geografía de esta histórica ciudad de 237.500 habitantes, con un importante patrimonio arquitectónico colonial, la convierte en uno de los lugares de África más expuestos a la crecida de los océanos.
El corazón de esta ciudad fundada por los franceses en el siglo XVII se ubica en una isla en el río Senegal, cerca de su desembocadura. A un lado está el continente, en el otro una fina lengua de arena que separa el río del Atlántico.
En el barrio de pescadores de Guet Ndar, edificado en esta franja arenosa, los habitantes miran con una mezcla de esperanza y prudencia el baile de las máquinas. En ese amasijo de construcciones de hormigón viven 25.000 personas, a escasos pasos de la playa, donde estacionan la flota de coloridas piraguas con las que salen a pescar. Ahora esa playa se convierte en dique de contención frente al mar.
Las máquinas cruzan la arena y colocan bloques de hormigón de una o dos toneladas, erigiendo una muralla de varios metros de altura que alcanza las primeras casas.
Muchos se preguntan sobre la eficacia a largo plazo de esta construcción que, para muchos, supondrá mudarse tierra adentro.
“Desde mi infancia hasta hoy, hemos vivido todo tipo de sufrimientos debido al mar”, dice Mará¨me Gueye, repasando la sucesión de acontecimiento destructores ocurridos especialmente desde 2010.
La mujer de 43 años explica que no duerme por la noche por miedo a que el agua sumerja su casa, a primera línea de mar. Un día, sus padres fueron llevados por el agua antes de ser encontrados milagrosamente.
Su hogar cuenta con una sola estancia en pie, con una cama y paredes cubiertas de fotografías suyas de joven. Las otras seis estancias fueron devoradas por el mar. La puerta se retiró para evitar quedarse atrapados si el agua penetra.
Erosión del litoral, ventadas, inundaciones marítimas y fluviales... Con unos metros de altitud a lo sumo, Saint-Louis acumula todos los males, empeorados por un urbanismo anárquico y la destrucción de ecosistemas.
El lugar es excepcional. Al este, el río y el continente. Al oeste la Lengua de Barbarie, la franja arenosa de unos 25 kilómetros que separa río y mar. Este entorno contribuyó a la inscripción en el Patrimonio Mundial de la UNESCO de esta isla, con un sistema de muelles y un puente metálico que la enlaza al continente, una cultura mestiza y un pasado comerciante y colonial como capital de la África occidental francesa.
La urbanización ha alcanzado tanto el continente al este como la franja marítima al oeste. A escala geológica, la isla “ya ha desaparecido del mapa”, dice Boubou Aldiouma Sy, profesor de geografía de la universidad local.
“Es un fenómeno natural, independientemente de la existencia del ser humano (...) El rol del hombre es acelerar el proceso”, afirma. No es la única. En África Occidental, la erosión hace retroceder la costa 1,8 metros anuales de media, según un informe de la Organización Meteorológica Mundial de 2019. El mar crece de 3,5 a 4 mm por años, ligeramente por encima de la media mundial, según el último informe de los expertos climáticos de la ONU.
En Saint-Louis, Guet Ndar y el barrio de pescadores, construidos en la Lengua de Barbarie, son las zonas más expuestas. Intemperies en 2017 y 2018 dejaron sin hogar a 3.200 personas. Unas 1.500 viven desplazados una decena de kilómetros tierra adentro, en un campo similar a los creados para refugiados.
El Estado inició en 2019 la construcción de este dique que contará con 3,6 kilómetros una vez terminado, en principio antes de finales de 2021. El presupuesto de más de 115 millones de dólares incluye la reubicación de las familias cuyas casas serán demolidas para dejar espacio a una franja de 20 metros detrás de la barrera.
Contando con los habitantes ya evacuados, son entre 10.000 y 15.000 personas que deberán marchar, dice un responsable del proyecto, Mandaw Gueye. Las pérdidas por bienes y actividades serán compensadas, y se construirán para ellos 600 alojamientos.
En Guet Ndar, pese a los problemas de ser uno de los barrios más densamente poblados de África, nadie quiere romper con la vida de sus antepasados. Los pescadores ya desplazados explican las complicaciones de ir a vivir tierra adentro, a un campo de barracones de material sintético con techo de color azul pastel en medio de un paisaje desértico salpicado de enjutas acacias.
A ello se suma el “calvario” de vivir lejos de su sustento, el océano, que aporta comida y trabajo a gran parte de Senegal. Los hombres deben madrugar mucho para seguir pescando y, a veces, sus antiguos compañeros zarpan sin ellos.
Baye Ndoye, un pescador de 28 años al que solo queda una habitación en pie, sospecha que la franja de 20 metros no busque protegerlos, sino dejar espacio para una carretera hasta un campo de gas del británico BP y el estadounidense Kosmos Energy, cuya silueta se distingue a lo lejos. Pero concede, y no es el único, que “desde el inicio de la obra, el mar no ha llegado al muro”.
La barrera puede proteger a corto plazo, pero no impide la subida del agua y la erosión de la playa, señalan los expertos, pidiendo medidas más a largo plazo.Sy lamenta que no se consideraran otras opciones como espigones que, colocados de forma transversal a la costa, favorecen la sedimentación y permiten el avance de la playa.O incluso recurrir a la reforestación de la zona, que genera también una sedimentación que ralentiza la crecida del mar.
Fotos: John Wessels / AFP
Edición fotográfica: Fernanda Corbani