El Kremlin califica a algunos soldados muertos como ‘desaparecidos’ para no hacer ningún pago a las familias por el servicio prestado en el Ejército y para evitar los gastos que implican repatriar el cuerpo
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Todos los días, Oleksii Yukov se viste con su uniforme, se coloca el casco, verifica su dron con cámara y sale a los campos de batalla de Ucrania en los que, en lugar de combatir, mantiene un encuentro directo con los despojos de la muerte. Son los cadáveres del bando propio y del enemigo a los que después de recuperarlos les da un último gesto de la dignidad humana.
En contextos de guerra, la muerte es el país de las estadísticas. Se abre paso de forma diaria como el hambre, el frío o el cansancio. Así la piensa Yukov, que se encuentra con ella cuando busca los soldados muertos abandonados para darles un final digno y devolverlos a sus familias.
Hace ya diez años que Oleksii Yukov trabaja en la recolección de cuerpos de soldados muertos en conflictos bélicos. Sin embargo, fue desde el inicio de la guerra en el este de Ucrania cuando fundó Platsdarm, un grupo de rescate financiado por donaciones privadas que se dedica a localizar, retirar, identificar y devolver los cuerpos de los soldados a sus familias. Actualmente lo hacen en la zona de Lugansk y Kharkiv, donde los rusos lograron un gran avance en el último mes.
“Todos los días me encuentro con la muerte tal como es. Una muerte desnuda y despiadada”, cuenta a LA NACION este ucraniano de 38 años, a quien no le importa si los cuerpos que encuentra son de los suyos o del enemigo. “Todos merecen un entierro digno”, dice. La mayoría de los cuerpos son de militares rusos: de cada 10 cadáveres, siete pertenecen a Rusia.
Oleksii, que perdió un ojo durante una misión al pisar una mina, dirige un grupo de voluntarios civiles que son testigos diarios de los horrores de una guerra con un final aún incierto. Este fin de semana, decenas de líderes mundiales se reunieron con el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, para una cumbre concebida como un “primer paso” hacia la paz, pero sin la presencia de Rusia.
En las mañanas, Oleksii recorre los campos sangrientos y pueblos destruidos de la región en busca de los muertos. Una vez que los consigue, empieza la ardua tarea de devolverlos a sus familias: si son civiles, los lleva a la morgue local, y si son soldados de ambas fuerzas en conflicto, los entrega al Ejército ucraniano con el que trabaja mano a mano.
“La situación es la siguiente: o hay posibilidad de retirar el cuerpo o no la hay. Con la otra parte (los rusos) no se puede negociar; ellos no quieren. Los cadáveres se retiran en bolsas especiales, se examinan minuciosamente y se toman fotografías de todo lo encontrado”, explica.
El gobierno ruso ha sido acusado de abandonar los cuerpos de sus soldados en el campo de batalla para reducir costos y evitar el reconocimiento de las pérdidas humanas. Este fenómeno se observó en múltiples frentes del conflicto en Ucrania. Informes publicados y testimonios de familiares de soldados recogidos por LA NACION indican que, durante las retiradas apresuradas, las fuerzas rusas han dejado atrás no solo a los soldados muertos, sino también a los heridos, negándoles asistencia médica esencial.
“El Kremlin califica a algunos soldados muertos como ‘desaparecidos’ para no hacer ningún pago a las familias por el servicio prestado en el Ejército y para evitar los gastos que implican repatriar el cuerpo. A mí me suelen buscar los familiares para que les brinde ayuda legal en estos casos y son muchísimos”, dice a LA NACION un oficial retirado de la Armada rusa y abogado, cuyo nombre prefirió reservar.
Según explica, existen tres opciones: una es dejar los cadáveres sin retirar y que se pudran en el campo de batalla; la segunda es incinerarlos en crematorios móviles a medida que se encuentran, y la tercera es, si están en buenas condiciones y murieron hace poco, extraer sus órganos para trasplantes.
Este hombre se llama a sí mismo el “campeón de las causas fabricadas en su contra” ya que denuncia una persecución del gobierno hacia él, que durante 2016 y 2019 le abrió 14 investigaciones. “El miedo no es exclusivo de los tontos; todos lo experimentamos. Sin embargo, un hombre debe superar ese miedo, y eso es lo que intento hacer”, dice.
Además agregó que, en los pocos casos que repatrian a los muertos, los cadáveres son enviados de vuelta a Rusia en bolsas de plástico durante la noche y en secreto para evitar que “la población conozca la verdad sobre las muertes masivas que sufre el Ejército ruso. Los canales de televisión centrales subestiman a propósito el número de fallecidos para prevenir que la gente se rebele contra el Kremlin”.
La cantidad de rusos muertos en Ucrania es incierta. Según la BBC son 50.000. Ucrania dice que son más de 300.000. El porcentaje de los “desaparecidos” es imposible de verificar debido a las restricciones de acceso a la información en Rusia. Oleksii dijo que hasta ahora levantaron más de 1500 cuerpos.
Por su parte, al Ejército ucraniano le resulta más fácil recolectar los cuerpos de sus soldados, ya que tienen más y mejor acceso, aunque esto no significa que siempre logren recuperarlos a todos, asegura Oleksii.
Gloria efímera, cicatrices eternas
Muchos soldados rusos denuncian la gran mentira de su gobierno sobre la supuesta ayuda económica para aquellos que resulten heridos o mutilados en la guerra. El exoficial relata el caso de un soldado que regresó del frente sin una mano y buscó su ayuda después de que le negaran subsidios en todas las instancias a las que acudió.
Así también le pasó a Dimitri Ours, un soldado ruso que luchó en la ciudad de Klishchiivka, en las afueras de Bakhmut, que habló con LA NACION. Según contó, aún espera el subsidio que le prometió el Estado por ir a la guerra (unos 10.000 dólares) y no recibió ninguna ayuda económica por la herida que tiene en la pierna derecha.
“La gloria de la guerra es efímera, pero las cicatrices son eternas”, reflexiona Dimitri, citando a Tolstói y refiriéndose a la herida que dejó la victoria en Bakhmut en su pierna.
El soldado cuenta además que cuando luchaban en Bakhmut no había manera de escapar al olor a podredumbre que producían los cadáveres. Un olor pestilente que irrumpía en el aire: el olor de la muerte.
“Una noche, mientras cocinábamos, un olor horrible invadía nuestra comida. Cuando nos dimos cuenta, estábamos rodeados de seis cadáveres de nuestros soldados; se notaba que estaban abandonados hace tiempo por el estado de sus cuerpos. Esa noche no pude comer”, contó.
En medio de las colinas quemadas y las desperdigadas casas del pueblo yacen los restos de los soldados. Algunos están ahí por mucho tiempo y esto no solo se puede ver por la palidez de sus caras desfiguradas y la carne mordisqueada por los animales, sino porque aquellos que murieron con uniformes de verano están sepultados bajo los que murieron con la ropa de invierno.
“Es muy difícil de describir lo que vemos todos los días”, dice Oleksii, que menciona montañas de cuerpos, algunos quemados, otros tirados en las calles, abandonados por el camino, algunos incluso quedan atados con la ropa en los árboles o aplastados por la artillería pesada. “Los perros se los llevan, los chanchos también se los comen; hay muchas armas tiradas, cuadricopteros, minas. Es una realidad paralela, un infierno lo que se ve ahí”, agrega.
Quizás resulte imposible imaginar el estado de las ciudades devoradas por la guerra, donde la muerte está en todas partes y los soldados mueren sin nombre, convirtiéndose en simples números. Oleksii cuenta que a los soldados los reconocen por el número que tienen cocido en su uniforme.
“El teniente senior h 77262 recibió una herida de metralla en la cabeza. Su diagnóstico fue hematoma subdural de la región parietal. Hace un mes que no se sabe nada de él. Soy su madre”, escribe Raisa Andreyevna en un grupo de madres de soldados rusos que fueron a la guerra al que tuvo acceso LA NACION.
“El corazón ya está al límite”
Las madres son, quizás, las más afectadas por esta atroz situación: hace más de dos años que enfrentan la angustia y la incertidumbre de no saber si sus hijos volverán alguna vez a casa.
En los miles de mensajes que hay desde marzo de 2022, las madres hacen denuncias de todo tipo: maltratos, abusos, mentiras, pésimas condiciones en el frente y en los hospitales.
Olga escribió el 27 de octubre del año pasado: “Tenemos un hijo con una herida, está en un refugio, no les dan ni ropa de cama ni mantas; duermen en colchones meados, desnudos y se cubren con su propia ropa. Los heridos no reciben vendajes ni ningún cuidado básico. No tienen comida caliente, no sé que les dan de comer. ¿Qué está pasando? Ellos estaban en el frente y se los trata como ganado, se les incapacita deliberadamente sin atención médica adecuada”.
Otro mensaje en esa línea es el de Lena, el 16 de agosto del año pasado: “En el campo de batalla los soldados beben agua de un pozo, es verde y turbia”.
Las malas condiciones no solo se dan en el frente, sino también en los hospitales: “Mi hijo no recibe ningún tratamiento en el hospital, sólo se puede lavar en la ducha a cambio de dinero; los soldados enfermos limpian ellos mismos la habitación, el hospital está en cuarentena por la rubéola y mi hijo tiene fiebre”, escribió Lydia a fin del año pasado.
Además denuncian maltratos y torturas por parte de los oficiales. Galina escribió en febrero pasado: “Mamás que tienen niños sirviendo en Emelyanov, el Oficial Poteshkin ya ha torturado a los chicos allí. ¿Con quién puedo quejarme?”.
Bunina Nadehzda denunció que el Ejército se convirtió “en un campo de concentración”.
En este contexto, muchas madres dijeron que, cuando sus hijos se enlistaron en el Ejército, lo hicieron como “reclutas”, es decir, ingresan en el servicio militar pero aún no juran el cargo. Esto implica que no pueden ser enviados al frente; más bien hacen otras tareas de logística o se entrenan para más adelante. Pero el gobierno no cumple con esta ley, y de un momento al otro, un soldado que nunca agarró un arma en su vida termina luchando en el frente.
“Mi hermano fue a la guerra para ayudar con fusiles motorizados y hace poco le informaron que lo van a enviar al frente de batalla en Belgorod. Está tan deprimido emocionalmente que no puede dormir ni comer. Nunca tuvo un arma en sus manos, ni siquiera ha disparado un tiro. Además tiene problemas de vista”, dice Anastasia.
Por último, todas están consumidas por los nervios y la tristeza de saber que un hijo puede salir de casa y nunca regresar. “Hasta la fecha no tengo información de dónde están mis hijos. El corazón de madre ya está al límite”, dice Natalia.
Pero algunas todavía no pierden las esperanzas, como Tatiana Nikolaeva, cuyo hijo no mantiene contacto desde el fin del año pasado. El Ministerio de Defensa ruso le dijo que se considera desaparecido, pero ella se resiste a creerlo. “Todavía tengo esperanzas”, declara. “Somos personas, no mugre, como piensa nuestro maldito gobierno. Existe tal profesión; defender la patria. Se llama soldado. Hay más de un millón de ellos en nuestro país. ¿Dónde están? Arrojar chicos jóvenes a mercenarios no es humano. Nuestros niños son carne de cañón. Y si no los protegemos, no tendrán futuro. No tendremos futuro. Solo uniéndonos vamos a poder proteger a nuestros hijos y maridos de esta picadora de carne”.
Concerned that their husbands may get injured or killed while raping and murdering people in Ukraine, the wives of Russian soldiers have gathered at Red Square demanding an end to the war.
— Jay in Kyiv (@JayinKyiv) February 3, 2024
Police are arresting both journalists and protesters. pic.twitter.com/nmlwu4J1ZD
Estas mujeres no se quedan calladas frente a lo que está pasando: la semana pasada, un grupo se arrodilló frente al Ministerio de Defensa de Rusia en forma de protesta para exigir el regreso de sus maridos e hijos soldados movilizados desde Ucrania. Lo mismo hicieron en febrero de este año. Aquel día, todas llevaban puesto un pañuelo blanco en la cabeza, inspiradas en las Madres de Plaza de Mayo, de la Argentina.
Oleksii es el gran portador de malas noticias para estas madres. Pero aún así, todas lo ven como un héroe.
“¿Si ponemos en peligro nuestra vida? Ellos también lo hicieron, es nuestro deber. Es deber de cada persona enterrar a otro como corresponde y devolverlo a su casa. ¿Qué clase de personas somos si no podemos enterrar a la gente?”, reflexiona Oleksii sobre su trabajo. “La guerra no tiene corazón. Los muertos ya no están. Sólo los vivos podemos hacer algo por ellos”.
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