California padece el síndrome de Herodes
Dureza: el gobernador de California reflota ahora la posibilidad de que sean ejecutados chicos de hasta 14 años en pos de frenar el auge delictivo.
WASHINGTON, 13.- Pete Wilson pretende meter miedo. En su estilo, poco elegante por cierto, deslizó la posibilidad de reducir la edad mínima de quienes sean condenados a muerte de 18 a 14 años, de modo de frenar la violencia en el Estado que gobierna, California.
Poca atención le prestaron hasta ahora en esta capital a sus afanes reformistas, jaqueada varias veces su administración, de raíces ultraconservadoras, poro los excesos de la policía en contra de los inmigrantes ilegales y de los negros.
El caso Rodney King, aquel negro apaleado por cuatro agentes en una redada callejera, contrastó en sus propios dominios de Los Angeles con la liberación des O.J. Simpson, otro negro, famoso por su paso por el fútbol americano y por la televisión, que contó con mejores recursos para vulnerar las pruebas en su contra por el asesinato de su mujer y del amante de ella. El poder del dinero puso en duda del poder de la Justicia.
La Corte Suprema, de hecho, debió actuar en cuanto el gobernador Wilson decidió recortar beneficios elementales a los hijos de los inmigrantes ilegales, como la atención médica y la educación.
Eso desató airados reclamos de organismos de derechos humanos que torcieron al fin su brazo, cosa que mucha mella habrá hecho en aquellos policías que golpearon brutalmente a un contingente de mexicanos recién llegado después de interceptar la camioneta en la cual iba.
La nueva propuesta de Wilson de mandar a la silla eléctrica y a la cámara de gas a adolescentes de 14 años, demasiado influidos quizá por las pandillas, guarda relación con un estudio que dice que los dibujos animados son los principales detonantes de la violencia entre ellos.
Culpa de Mickey
Razón más que suficiente, entonces, para reducir aún más el límite de los 18 años en un país que otorga la licencia de conducir a los 16 y que, curiosamente, prohíbe vender cigarrillos a los menores de 27 que no exhiban su documento de identidad.
La investigación, conducida por las universidades estatales de California, de Carolina del Norte, de Texas y de Wisconsin, concluye que el 61 por ciento de los programas de The Disney Channel, de The Cartoon Network y de Nockelodeon difundidos entre 1995 y 1996 contiene escenas violentas, cifra que supera en tres puntos la medición anterior, hecha entre 1994 y 1995.
Distinta es la concepción de los liberales (demócratas) y de los republicanos (conservadores) sobre las semillas del crimen. Para unos son la pobreza, la falta de empleo y el racismo. Para otros son las libertades que otorga la misma sociedad, la dependencia familiar de los planes de bienestar social (Welfare) y la soltería de las madres.
En algo están de acuerdo, sin embargo: poco y nada puede hacer la policía para reducirlo. Pero los conservadores, como Wilson, aducen que se trata de una epidemia, según la definición de John Laub, profesor de criminología de la Universidad del Nordeste, motivo por el que hablan a menudo de prevenir el contagio desde sus raíces.
En ciertos colegios primarios y secundarios hay detectores de metales. Y, según confiaron a La Nación algunos profesores, son blancos de ellos, especialmente, los chicos que llevan jeans holgados, ya que esconderían allí desde los aerosoles con los cuales pintan paredes hasta los cuchillos y los revólveres con los que desafían al prójimo.
Tierra de nadie
Datos preliminares del año pasado, provenientes de los archivos del FBI (Oficina Federal de Investigaciones), revelan una paulatina disminución de los crímenes sin recurrir a medidas extremas.
En Nueva York, por ejemplo, la tasa de homicidios bajó de 1995 en 1992 a 984 en 1996. Cosa que no sucedió en Los Angeles, con un aumento del 37 por ciento en idéntico período.
En el libro "A general theory of crime", (Una teoría general del crimen), editado por Stanford University Press, el criminólogo Travis Hirschi sostiene que "no existe evidencia que argumente que en favor de las fuerzas policiales, de su equipo, de sus estrategias de patrullaje o de las variaciones en la intensidad de la vigilancia en relación con el promedio de los delitos" .
Esta hipótesis descarta la idea de destinar mayor presupuesto a la policía, lo que deriva en el endurecimiento de las leyes, al estilo Wilson, de modo de paliar el flagelo. Sobre todo, en barrios marginales que las pandillas convirtieron en tierra de nadie. Este corresponsal, perdido una noche en los suburbios de Los Angeles, puede dar fe de ello.
En varias ocasiones, Bill Clinton expresó su convicción de que haya tolerancia cero en estos casos.
Pero Wilson, siempre un poco más allá de Washington, parece embarcado en una guerra que, al parecer, no respetará edades.
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